DROGAS: ESTRATEGIA INSOSTENIIBLE
La
escandalosa descomposición imperante en la Fiscalía Especializada
para la Atención de Delitos contra la Salud (FEADS), exhibida por
las sucesivas intervenciones del Ejército en las instalaciones de
esa dependencia en Tijuana, Baja California (el pasado sábado 11),
y Tapachula, Chiapas (ayer), y por lo que parece un desmantelamiento --oficialmente
denominado "reconstrucción"-- de la oficina antidrogas de la Procuraduría
General de la República (PGR), confirman la completa inoperancia
de la estrategia gubernamental en materia de combate al narcotráfico,
al consumo de estupefacientes y al problema social que representan las
adicciones.
La dimensión de los operativos divulgados ayer
obligan a pensar que la FEADS ha llegado a un nivel tal de corrupción
y de infiltración por parte de las organizaciones delictivas que
se ha convertido ya no en un obstáculo a los cárteles, sino
en un instrumento a su servicio. Ahora se hace evidente que, de frontera
a frontera --de Tijuana a Tapachula--, los militares investigan a los elementos
asignados a la oficina antidrogas de la PGR. Un indicador adicional en
este sentido es que, al mismo ritmo al que allana locales de la FEADS,
la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) incrementa los decomisos
de mariguana en diversos puntos del territorio nacional.
El país se enfrenta así a una exasperante
repetición del pasado. La entidad antecesora de la FEADS, el Instituto
Nacional de Combate a las Drogas, hubo de ser desmantelado y reconstituido
luego que su director general, el general Jesús Gutiérrez
Rebollo, fue acusado de connivencia con importantes capos del narcotráfico.
En esta situación, y con el antecedente referido,
es preciso repetir que la lógica misma de la prohibición
y de la persecución del tráfico de estupefacientes, en un
contexto de adoración de las leyes del mercado, lleva inexorablemente
a la degradación de las dependencias y autoridades encargadas de
reprimir el trasiego de sustancias ilícitas y, a la larga, a la
descomposición de las instancias estatales en general. La interdicción
misma de las drogas otorga a quienes las producen, transportan y comercializan,
un poder de cooptación y de soborno del narco siempre superior a
los recursos públicos destinados a perseguir esa actividad.
Cuando los delincuentes penetran a las corporaciones policiales
locales, las federales llegan a poner orden, pero terminan sucumbiendo,
a su vez, al poder económico de las mafias de la droga; se recurre
entonces a las Fuerzas Armadas para que persigan y encarcelen a los corruptos
y tomen en sus manos el combate al narcotráfico. De esa forma, se
expone a las instituciones castrenses, en forma por demás torpe
e irresponsable, y a contrapelo del mandato constitucional, a la descomposición
y la infiltración. Y después, ¿qué institución
va a encargarse de cercar y allanar los cuarteles de las Fuerzas Armadas?
Con esta aterradora perspectiva en mente, debe reiterarse
la urgencia de revisar y reformular la actual estrategia contra las drogas.
La grave circunstancia actual debiera ser aprovechada para ir más
allá de los procesos de saneamiento institucional y afrontar el
problema de una vez por todas: las adicciones son un problema social, familiar,
educativo y médico, pero el narcotráfico --con su cauda de
violencia, desintegración social, corrupción y desgaste institucional--
es un fenómeno de escala muy diferente, generado no por los consumidores
de drogas, sino por su prohibición. Es necesario, en consecuencia,
considerar la despenalización de las drogas y el fortalecimiento
de las estrategias no policiales orientadas a abatir los casos de dependencia.