Marcos Roitman Rosenmann
Hasta cuándo, Venezuela
Los medios de comunicación social, en tanto no se lo proponen, pueden, mediante el periodismo gráfico, hacer pensar más de la cuenta. Incluso, pueden llegar a provocar desazón, cuando no una perplejidad rayana en el asombro.
No cabe duda que la elección del material fotográfico que acompaña cualquier texto forma parte del relato en su conjunto. A pocos escapa la discrecionalidad en la selección de las instantáneas por parte de los editores para ilustrar los titulares. En ocasiones, éstas son en sí la noticia, llegando a constituir un llamado editorial para los lectores, sobre todo si se convierten en portada. Sin embargo, hay ocasiones en las cuales los editores no advierten ciertas contradicciones cuando la foto en cuestión no les afecta directamente o no expresa un gazapo. Cuando ocurre, la selección gráfica puede resultar bastante esclarecedora de acontecimientos, desvelando una trama implícita, aunque ello no haya sido la intención del periódico. Se trata del descubrimiento de detalles que no tienen importancia o pasan desapercibidos, pero que al ojo del observador atento sí representan una dinámica y facilitan una interpretación diferente. En este sentido, la elección de la foto genera un efecto boomerang transformándose en un contra-argumento. Este es el caso cuando nos presentan la huelga general en Venezuela.
No hace mucho, antes del asesinato de dos partidarios del gobierno constitucional del presidente Hugo Chávez, el considerado primer periódico de España, El País, publicaba en portada una foto donde se mostraba la marcha de personas que, según rezaba el texto, se manifestaban en Caracas, Venezuela, en defensa de la patria pidiendo la dimisión del gobierno en pleno. Rara vez los periódicos utilizan el color en su portada, ésta fue una de ellas. La imaginación corría haciendo intuir que una multitud de personas se manifestaba adueñándose de las calles enarbolando pancartas con textos minúsculos e ilegibles incluso para quienes poseen "vista de lince". El éxito de los "patriotas" había sido completo. En este maremagno destacaban, sobre el conjunto del gentío, las banderas en un cielo colorido. Los indicios de que el gobierno tenía sus horas contadas, tal y como viene reiterándose desde hace más de un año, eran más que suficientes. Todo parecía estar en orden. Pero en el entramado de los estandartes algo no encajaba. Mirando con detenimiento, las banderas que tan patrióticamente portaban algunos manifestantes no eran las de la República Bolivariana de Venezuela. Efectivamente, entre la enseña nacional se confundían las pertenecientes a las organizaciones convocantes con sus emblemas. Una amalgama de banderas desplegadas para identificar claramente quiénes eran los presentes. En esta algarabía no llamó la atención que la enseña nacional estuviese arropada por una bandera foránea: la perteneciente a Estados Unidos.
Detenerse a contemplar la foto y ver en ella la bandera estadunidense produce cierto escalofrío, o al menos desconcierta. Para cualquier ciudadano latinoamericano con conciencia de pertenencia a su país, la presencia de una bandera de Estados Unidos en cualquier manifestación sería motivo de sonrojo. Es más, seguramente hasta los más partidarios de la intervención de Washington en Venezuela guardarían cierta compostura para no caer en el ridículo de ser llamados cipayos. Volviendo a nuestro argumento, en cualquier caso, si se decidiese publicar dicha instantánea, por carecer de otro material, su edición en la prensa proclive a la sedición hubiese sido conscientemente manipulada. Es obvio el significado de la bandera estadunidense para reclamar la renuncia del presidente constitucional de cualquier país latinoamericano. Es una afrenta difícil de explicar, incluso para una plataforma que se dice defensora de la patria. ƑCuál patria, habría que preguntarles? Desde luego no la defendida por los libertadores.
Seguramente, su utilización simboliza un paso más en la renuncia al ejercicio cotidiano de la soberanía e identidad nacionales. Para los pueblos latinoamericanos, en el contexto en que analizamos, es sinónimo de prepotencia, violación continua del derecho de autodeterminación y desprecio a las decisiones democráticas de gobiernos libremente elegidos. Golpes de Estado, invasiones y bloqueos comerciales. Pedir la dimisión del presidente enarbolando la bandera de Estados Unidos deja en entredicho a los organizadores de la manifestación. Sobran los ejemplos. Es la orfandad de argumentos argüidos por los patrocinadores y hacedores del paro general lo que hace aflorar lo más abyecto de sus propósitos. Es su impotencia para revertir democráticamente el proceso de transformaciones iniciados con la nueva constitución lo que les lleva a utilizar el reclamo fetiche de la bandera imperial como tabla de salvación. Un grito desesperado de traición abierta.
Con el inicio del año 2003, la plataforma de la sedición mantiene su estrategia y profundiza su ataque contra el gobierno legítimo y contra el país con mayúsculas. Ahora llama a la población a la desobediencia civil, undécimo esfuerzo para recuperar el poder perdido como resultado de su propia degradación ética y moral.
En su ego no son capaces de admitir y de respetar la decisión democrática de la gran mayoría de la sociedad venezolana que se manifestó en las urnas recordándole su carácter corrupto en el ejercicio del poder. No cabe duda que para quienes han sido detractores del ejercicio democrático, la huelga general es un recurso espúreo para recuperar la administración del país. Puestos en esta dimensión y dado que los objetivos no se han cumplido, a pesar del apoyo internacional con el que cuentan, han decido quebrar el país. Incitar a no pagar impuestos, ni los servicios públicos, tales como la luz, el agua o el gas, es demostración del grado de degeneración alcanzada. Todo parece indicar que no importa desangrar y dejar en bancarrota al Estado. Posteriormente los organismos internacionales se aprestarán a conceder créditos y préstamos con tasas de interés acordes con el esfuerzo realizado. Nada detiene la avaricia de quienes por dinero son capaces de destruir las estructuras productivas y el entramado social de un país con tal de recuperar sus bancadas. Por ello, no se trata de un acto casual el despliegue de la bandera de Estados Unidos por los organizadores de la trama sediciosa. Expresa el sentimiento profundo de odio y repudio de las clases dominantes y elites políticas desplazadas por un pueblo que en ejercicio de su soberanía decide libre y democráticamente la elección de un presidente no adscrito a su guión. Vender el país e hipotecar su futuro por décadas no representa problema alguno. Hasta cuándo, Venezuela.