Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 19 de enero de 2003
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Cultura

Carlos Bonfil

Lee mis labios

Una mujer sorda, de físico poco agraciado, muy competente en su trabajo de consejera en asuntos inmobiliarios, acepta la sugerencia de su patrón de procurarse un asistente laboral, un joven introvertido, ambiguamente atractivo, recién salido de la cárcel. En pocas escenas se establece la doble naturaleza de Lee mis labios (Sur mes levres): sátira de situaciones bufas y thriller de orientación muy pesimista. Es algo como reunir En compañía de los hombres, de Neil LaButte y Bound (Cómplices), de los hermanos Wachowsky. El resultado es formidable.

Con apenas tres largometrajes (Mira los hombres caer y Un héroe muy discreto, sus éxitos anteriores), Jacques Audiard, director francés de 50 años, hijo de Michel Audiard, un veterano de comedias populares, ha conseguido afianzar un estilo narrativo y un tratamiento visual muy original y envolvente. Sobriedad en el trazo de los personajes: poco sabemos, poco sabremos, de por qué Paul (Vincent Cassel) fue a dar a la cárcel, de sus propósitos de rehabilitación y de sus apetencias o deseos; tampoco, y mucho menos, de la vida privada de Carla (Emmanuelle Devos), joven inteligente, de falsa baja autoestima, sincera en su reclamo afectivo, manipuladora en su estrategia para procurarse la atención del hombre que (es fácil deducir) se convierte en su horizonte único de gratificación sentimental.

Como nada sabemos de estos personajes, excepto el contraste enorme de sus personalidades y la azarosa posibilidad de conciliar los opuestos, Lee mis labios se presenta como la historia de una atracción a un estado muy primitivo, sin preámbulos, sin cortejos ni amabilidades. Tan brutal como un intercambio de intenciones de lucro (ella desea lucirse públicamente al lado de un galán que no la ama; él calcula las posibles ventajas de dicha impostura), tan directo como el deseo de otra protagonista que sólo aspira a ser, al lado de un amante, "un mero trozo de carne". Cuando Carla, poseedora del talento de leer los labios, acepta utilizarlo en beneficio de Paul, y como instrumento para retenerlo al lado suyo, la película vira vertiginosamente a situaciones de suspenso, con referencias al cine de Hitchcock (La ventana indiscreta) y a las incontables heroínas que en road movies y películas de gángsters han unido su suerte a parias insensibles y calculadores.

Lee mis labios trasciende sin embargo, y muy rápido, estas convenciones genéricas. Algunas de sus situaciones dramáticas son poco plausibles (imposible confundir la identidad del portador de un boleto de avión, por ejemplo), pero el interés real de Audiard, y en esto toma distancias enormes con equivalentes hollywoodenses, no es el engranaje de situaciones (a lo David Mamet), sino el análisis de las relaciones de poder entre dos seres marginales, los cuales intentan, cada uno a su modo, extraer vigor de sus propias debilidades, y manipularse mutuamente en un reflejo de autodefensa, pero con una evidente aspiración de dominio.

Jacques Audiard prefiere prescindir de las escenas de violencia, casi siempre sugeridas, y también de escenas de sexualidad abierta. La violencia es verbal, y la protagonista suele protegerse retirando sus prótesis auditivas, refugiándose en su mundo interior, territorio inexpugnable. Transforma su discapacidad, de modo primero ocasional, luego metódico, en un instrumento de conquista, en moneda de negociación y cambio. Hay la paulatina transformación de Carla, cada vez más dueña de la situación, y su astucia y su deseo de revertirla en seducción efectiva. Contrariamente a lo que sucede con buena parte del cine francés actual, el sexo, explícito o insinuado, no tiene aquí una significación mayor. Esto se lo reprochan a la cinta críticos en Estados Unidos, posiblemente nostálgicos de Atracción fatal o de Bajos instintos. "ƑPor qué no deja esta pareja de arriesgar su vida y salta de una vez a la cama?" (David Denby, The New Yorker). Por la misma razón, tal vez, por la que no abundan en la cinta los planos generales, ni las persecuciones callejeras, ni las sudoraciones fotogénicas, y sí en cambio los planos cerrados, el gusto por el detalle y el escrutinio de gestos y miradas. Jacques Audiard se revela maestro de la observación y del análisis de personajes en un thriller apasionante, alejado de fórmulas y maniqueísmos, poseedor, como su protagonista femenino, de humor y de malicia. Una historia de amor en la que ella acepta enseñar a un delincuente buenos modales, a cambio de aprender las gratificaciones afectivas del delito compartido.

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