Hoy, aniversario del coso; 57 años de complicidades, incluso con errores escultóricos
Antinaturales, algunos de los conjuntos taurinos que rodean la Plaza México
Imponentes toros de ajirafado andar en la obra de Alfredo Just Urge remozar varias piezas
LEONARDO PAEZ
Antes de que empezara a perder prestigio, la monumental Plaza México surgió con algunos defectos congénitos, si no en su proyecto y construcción, a cargo del ingeniero militar Modesto C. Rolland, sí en algunas de las esculturas del valenciano Alfredo Just que están sobre la barda que rodea el imponente coso, sufragadas unos y otras por el visionario y envidiado yucateco-libanés Neguib Simón Jalife, quien en su juventud fuera secretario particular del gobernador Felipe Carrillo Puerto.
Inaugurada luego de incontables vicisitudes y zancadillas el martes 5 de febrero de 1946, la descomunal plaza, concebida originalmente para 45 mil espectadores cuando el Distrito Federal no rebasaba los 3 millones de habitantes, resultó sin embargo insuficiente para alojar a la multitud, que mitotera se volcó -con rutas especiales de autobuses para el acto-, si no a las taquillas a las puertas de entrada, que poco faltó para que fuesen derribadas, quedándose miles, aun con boleto en mano, sin poder entrar.
El mismo prurito masivo de "ser parte de la historia", vigente hasta el día de hoy, ya en la tarde inaugural del inmueble o en su primer -Ƒy último?- medio siglo, o siquiera el 5 de febrero de cada año, aunque desde hace ocho la empresa imponga en el cartel a otro valenciano, Enrique Ponce, con frecuencia por amiguismo antes que por merecimientos.
Para poder trabajar al increíble ritmo que lo hacía el ejército de 10 mil albañiles y operarios, el escultor Alfredo Just, casi tan ajeno a la fiesta de toros como su contratante Neguib Simón, pidió a éste contar con un estudio lo más cerca posible de la obra, solicitud que le fue cumplida.
Sin seguir un criterio histórico-taurino para la elaboración de las esculturas, sino más bien a su real saber y entender, lo que le permitió por ejemplo incluir a un oscuro Rafael Perea El Boni y omitir al maestro Armillita, Just contó con estudio y un equipo de ayudantes, así como con trajes de luces, modelos, muletas y capotes de brega, e incluso con un toro de lidia manso, al que bautizaron como Solovino.
Sin embargo, tanta infraestructura, colaboradores y elementos no fueron suficientes para evitar que aquellas esculturas nacieran mal.
De entrada, las piezas, de imponentes encornaduras, que originalmente debían ser en bronce, terminaron hechas en cemento y recubiertas con una capa metálica, no por responsabilidad del escultor, sino de los inmensos desembolsos que el audaz Simón hacía a diario para su ambicioso proyecto, mismo que sólo cuatro años después lo llevaría a la ruina y a la tumba.
Lo que sí atañe directamente a Just es el hecho de que por lo menos en cuatro de sus grupos escultóricos -el tercer toro del encierro en la entrada principal, Juan Silveti dando un pase de pecho con un sombrero, Antonio Fuentes en un par de banderillas y un toro y un torero sin nombre en el pedestal- los toros se desplazan en forma no natural.
Por descuido o por ignorancia del autor esos animales están caminando "al amblar", es decir, moviendo a un tiempo la pata y la mano del mismo lado, lo que sólo algunos cuadrúpedos hacen, entre otros la jirafa y los felinos, pero no el toro de lidia, cuyo andar es en cruz o cruzado, casi juntando mano y pata del mismo lado, en tanto que las extremidades del otro lado se separan, una hacia delante y la otra hacia atrás, para provocar la locomoción.
Muchos aficionados se preguntan si no va siendo hora de que la empresa de la Plaza México remoce la mayoría de esos conjuntos, enmiende los "detalles" citados y, sobre todo, sustituya a los Bonis con las efigies de Rafael Rodríguez, Manolo Dos Santos, Joselito Huerta o Valente Arellano, de tan brillante historial en ese coso. Complicidad y dependencia concluirían, al menos en lo escultórico.