DIALOGO PARA EL CAMPO
Ayer
por la noche, en una reunión realizada en las oficinas de la Secretaría
de Gobernación, el gobierno federal y dirigentes de diversas organizaciones
campesinas lograron un acuerdo de fechas y formato para iniciar un diálogo
incluyente y sin limitaciones temáticas a fin de construir un Acuerdo
Nacional para el Campo. De esa forma se encauzó, cabe esperar que
de manera permanente, la tensión política y social generada
por la entrada en vigor, el pasado primero de enero, del capítulo
agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN), cuyas consecuencias, en el marco regulatorio actual y ante una
política agraria oficial abiertamente sectaria y favorecedora de
las agroindustrias, serían desastrosas de necesidad para la mayoría
de los ejidatarios, comuneros, jornaleros y pequeños propietarios
dedicados prioritariamente al autoconsumo.
Ha de entenderse que por las características del
diálogo anunciado -"sin prejuicios y abierto a todos los temas pertinentes",
en palabras del secretario de Gobernación, Santiago Creel- tendrán
que ponerse sobre las mesas de trabajo dos asuntos cruciales: la renegociación
de los actuales términos del TLCAN en su capítulo agropecuario
y la reformulación de las estrategias gubernamentales de desarrollo
agrario, toda vez que las actuales hacen caso omiso de las categorías
de campesinos arriba enumeradas y se concentran únicamente en las
empresas agrícolas capaces de competir exitosamente con los productores
estadunidenses y canadienses.
Debe saludarse, por otra parte, el que haya prevalecido
el buen sentido político, sensato e incluyente, y que se haya abierto
la convocatoria a los gobernadores de todas las entidades federativas y
al Poder Legislativo. Ello significa una derrota para los empeños
gubernamentales -encabezados, según la información disponible,
por el secretario de Agricultura, Javier Usabiaga- por imponer una ficción
de diálogo que era, en realidad, un monólogo intergubernamental
carente de representación y políticamente provocador.
Las mesas de trabajo que habrán de arrancar el
próximo 10 de febrero quedaron, a fin de cuentas, configuradas como
un espacio propicio para sensibilizar a la actual administración
sobre la improcedencia de generar competitividad y productividad a partir
de la marginación y la miseria, y para persuadirla de la necesidad
de adoptar estrategias de desarrollo social que saquen al agro nacional
de la postración en que se encuentra como resultado de más
de dos décadas de fórmulas neoliberales y de un periodo aún
más amplio de corrupción oficial y de políticas clientelares
y caciquiles. El primer paso obligado en la solución de cualquier
problema es reconocer su existencia, y el diálogo para el campo
es una oportunidad para que las organizaciones campesinas participantes
informen a los funcionarios del gabinete foxista sobre las lacerantes realidades
del agro mexicano y para que el poder público pueda imaginar, formular
y aplicar medidas orientadas a contrarrestar los enormes rezagos económicos,
políticos y sociales que convierten los reclamos de productividad
en meras bromas de mal gusto.
Por el bien de todos, es de esperar que Usabiaga, el secretario
de Economía, Fernando Canales, y otros altos funcionarios, asistan
a los encuentros con ánimo abierto y disposición para escuchar,
y que pueda concretarse, en las reuniones, una verdadera política
agraria de Estado.