Nazar: antes torturador, ahora cínico
Pide Marco Rascón, víctima del represor,
que el fiscal considere el entorno político
BLANCHE PETRICH
Decenas de testimonios de sobrevivientes de las cárceles
clandestinas de los años setenta señalan sin posibilidad
de equivocarse a Miguel Nazar Haro, ex jefe de la Dirección Federal
de Seguridad (DFS), como torturador y operador de la maquinaria represiva
que causó más de 100 desapariciones de disidentes de la época.
Sin embargo, ante los tribunales, en un proceso jurídico, "la suma
de todos estos testimonios no tiene la fuerza vinculatoria para la configuración
de un delito", pronostica Marco Rascón, sobreviviente y demandante
en la causa penal que se sigue al otrora poderoso jefe policiaco.
"El señor torturaba. Eso no tiene vuelta de hoja",
afirma Rascón. Pero trasladar esa certeza a los terrenos de un juzgado
es otra cosa.
-Déjame recordar sus frases favoritas -pide Rascón-;
una era: "Dí toda la verdad"; la otra: "Lo sabemos todo". Coronaba
sus interrogatorios con esta: "¿Sabes para quién trabajas?
¿Quieres que yo te lo diga?" Es una técnica. Después
seguían las patadas, los toques eléctricos, el pocito.
-¿Y ninguna víctima puede presentar pruebas
de todo esto con valor jurídico?
-Eso es lo complicado del esquema. Es nuestra palabra
contra la de él. En esa época Nazar presentaba a los detenidos
que había tenido en su poder durante semanas ante el Ministerio
Público con varias costillas rotas, los testículos quemados,
lesiones internas graves, verdaderas piltrafas. Y todo era, para ellos
y para nosotros, peccata minuta. Para nosotros, porque estábamos
vivos. Para ellos esa era la normalidad. ¿Acaso alguien se iba a
atrever a redactar un certificado médico refiriendo el estado real
de los presos y dejar constancia de las torturas de los militares? ¿Crees
que un agente del Ministerio Público iba a desobedecer una orden
del terrible jefe Nazar Haro?
"De ahí su notable cinismo, incluso hoy en día.
Sabe que el fiscal (especializado en movimientos sociales y políticos
del pasado, Ignacio Carrillo Prieto) podrá escuchar 30 o más
testimonios que describan minuciosamente sus torturas. ¿Y? Eran
actos entre él y sus víctimas, no hay nadie que pueda reforzar
la testimonial."
-¿Entonces no hay nada que inculpe a un hombre
con su trayectoria?
-Debe haber pruebas de violaciones a las garantías
constitucionales en los archivos de la DFS que nosotros encontramos durante
la toma del edificio abandonado, en Plaza de la República,
en octubre pasado. La fiscalía tiene toda esa documentación
bajo su custodia. Pero sobre todo, y es mi reclamo al fiscal, este proceso
se debe politizar, debe partir de un análisis del contexto político
de la época. Si no, Carrillo Prieto no va a llegar a ningún
lado.
La oligarquía norteña en la guerra
sucia
Rascón
blande un cuchillo con el que ha estado troceando un enorme calamar recién
llegado de La Viga. Es su nuevo oficio: mercader de pescado y restaurantero.
Antes de volver a la parrilla, dice: "El fiscal trata de encontrar culpables
entre individuos que, como los generales Humberto Quirós Hermosillo
y Mario Arturo Acosta Chaparro, exigen un monumento por sus servicios a
la patria. Es un problema ideológico. Fue una conducta del Estado
contra sus ciudadanos. Quienes delinquieron desapareciendo y torturando
presos lo hicieron con presupuesto del gobierno, presupuesto aprobado por
el Congreso, con la iniciativa y la voluntad del presidente en turno".
En esta lógica, advierte, los principales responsables,
los que exigieron la aplicación de una guerra sucia contra
un sector de la sociedad que se rebelaba, no han sido citados a declarar;
vaya, ni siquiera son mencionados en la trama que hoy, a 30 años
de distancia, empieza a salir a flote. Ellos son, en su opinión,
los capos del Grupo Monterrey, otros grupos similares de las oligarquías
de Sonora y Chihuahua, los neopanistas, los precursores del actual foxismo.
"Ellos son los principales instigadores de la guerra
sucia. Basta con leer sus declaraciones de la época, sus expresiones
anticomunistas, fascistas, su odio contra experiencias como la de Salvador
Allende en Chile. Cuando el 17 de septiembre de 1973 la Liga 23 secuestra
y mata a uno de los suyos, Eugenio Garza Sada, le exigen sangre a Luis
Echeverría. Eso consta en su desplegado famoso, 'Yo acuso'. Es cuando
primero Echeverría y después José López Portillo
empiezan a pagar las facturas a cambio de renovar la alianza de esos sectores
con el PRI. Las cabezas de Jesús Piedra Ibarra e Ignacio Salas Obregón
fueron las primeras en ser entregadas en tributo a esos grupos oligárquicos.
Gestos de Echeverría como la ruptura de relaciones con el golpista
Pinochet le acarrean costos frente a ese grupo y los tiene que compensar.
¿Cómo? Con la guerra sucia interna. Cada cartel denunciando
la desaparición de un rebelde tiene el significado de una prueba
de amistad y lealtad a esos empresarios.
"Por eso insisto: el fiscal tiene que partir de ese entorno
político de la época. Si no, no va a entender nada."
Los calamares están listos. Rascón se da
la vuelta con un nuevo recuerdo para compartir. "En otoño de 1998,
por una casualidad, fui a casa de Echeverría, a San Jerónimo.
Cuando le dije que yo había sido desaparecido político, se
interesó en saber más. Me llevó del brazo, por el
jardín. Preguntó cuáles habían sido los motivos
de mi generación para luchar contra el gobierno. Le dije que después
de 1968 quizá hubiera habido opciones pero éstas se acabaron
en 1971, con el 10 de junio. Me respondió textualmente: 'Creamos
a los halcones para evitar el desprestigio del Ejército'.
"Es decir, nunca calcularon que a mayor represión,
más respuesta insurreccional. O, al menos, estoy seguro de que Nazar,
en su pequeña cabeza de represor, nunca se hizo esa pregunta."