Picana en mano interrogaba furioso, y a veces eufórico, a hombres y mujeres
Nazar enloquecía cuando torturaba, narra un ex integrante del MAR
Se hacía llamar capitán Martínez y aplicaba a los detenidos toques eléctricos en los testículos
BLANCHE PETRICH
Una cadena de errores de los primeros integrantes del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) llevó a varios guerrilleros de esa organización a caer en manos de un oficial de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) que entonces se hacía llamar capitán Martínez, en los primeros meses de 1971, cuando apenas despuntaba la experiencia de las guerrillas urbanas en México.
Es el relato de Fernando Pineda Ochoa, antropólogo, actualmente cuadro profesional del PRD, 54 años de edad. Habla por primera vez de los 40 días que estuvo en poder de Miguel Nazar Haro, el citado capitán, en el inmueble hoy abandonado de la vieja DFS, frente al Monumento a la Revolución.
Pineda formó parte del segundo contingente del MAR que viajó a Corea del Norte, por gestiones de la antigua Unión Soviética, a recibir entrenamiento militar. El primer grupo estaba conformado por estudiantes de la Universidad Patricio Lumumba. El segundo no. De regreso a México, bajo el seudónimo de Mario Fernández, su misión era instruir a otras células de la guerrilla con los conocimientos militares adquiridos en los dominios de Kim Il Sung. Para ello le fueron asignados recursos y un pequeño grupo de reclutados. La orden era arrendar una casa en Jalapa, Veracruz. Ahí se concentraría el núcleo. El era el instructor asignado. Tenía 22 años.
Pero aun antes de iniciar el curso, Pineda dio un paso en falso. Recién llegado a la capital veracruzana arrendó un segundo piso en la céntrica calle de Victoria -número 123, recuerda- pagando por adelantado tres meses de alquiler. No lo sabía, pero el dueño del inmueble, Casimiro Hernández, era un ex jefe de la policía del estado que no tardó en delatarlos. Cayeron todos.
Terror por la ley fuga
Pineda aún recuerda el viaje de Jalapa a la ciudad de México, tirado en el piso de un Volkswagen, maniatado y vendado, seguro de que en cualquier momento le aplicarían la ley fuga. Más: puede decir cuántos pasos dio cuando lo bajaron del vehículo para introducirlo a un elevador. Sentía que estaba en el centro de la ciudad; así era, en la Plaza de la Revolución para más señas, la sede de la DFS. Lo introdujeron a un elevador y subió tres pisos. Lo llevaron a una oficina. Ahí lo dejaron dormitar sin capucha, pero aún vendado y esposado, hasta que oyó una voz que no ha olvidado: la de Nazar.
-Lo sabemos todo, hijo de la chingada -le dijo.
Le quitaron las vendas. Vio a un hombre de ojos claros sentado frente a un escritorio, una ventana a sus espaldas, en la esquina, una vitrina con una bandera.
En realidad, el jefe policiaco no sabía casi nada del MAR, todavía.
''Bájate los pantalones'', fue su primera orden. Y su primera acción aplicarle al detenido toques eléctricos en los testículos, antes que nada, antes de hacer preguntas. Fue la primera sesión de una larga serie de ''interrogatorios'' en esa misma oficina. Horas después, destrozado y nuevamente con vendas, fue bajado a lo que pensó era un sótano y recluido en una celda fría y húmeda. Lo dejaron colgando de las esposas. En algún lugar escuchaba una televisión. Transmitían un partido de futbol entre México y la URSS. Estuvo colgado lo que duró el juego.
Ahí estaban ya, lo supo después, el resto de los integrantes de su célula: Ana María Tecla (madre de otras dos guerrilleras, Violeta y Artemisa, desaparecidas años más tarde; desaparecida ella misma), quien usaba el seudónimo Victoria, y Berta Vega, Elisa. También Carlos González Navarro, Emiliano, y Armando González Carrillo, Jacinto.
Pineda supo que estaba preso junto con sus compañeros cuando días después los ''carearon'' para que ''confesaran'' la identidad del instructor. La señora fue quien más se resistía a hacer este tipo de confesiones. Frente a Pineda, Nazar Haro volvió a blandir los temibles cables de electricidad y le aplicó toques en los senos a Tecla.
Los días se sucedían con la misma rutina. Reclusión a oscuras, vendados, en las celdas del sótano. Y de tanto en tanto, ''visitas'' a la oficina del jefe, donde les esperaban sesiones seguras de tortura. Cierto día Pineda fue confrontado con otro preso, atado a una silla y con la capucha ensangrentada. Aparentemente Nazar no sabía aún quién era. En ese momento a Pineda se le ocurrió ponerle un seudónimo, Cristóbal. La policía política tardó tres días en arrancarle a los detenidos, bajo tormentos diversos, que a quien tenía en su poder era Fabrizio Gómez Souza, en ese entonces comandante general del MAR. Con él había caído un documento en el que se hablaba de ''la experiencia''. Sabía la policía que se trataba de cursos de entrenamiento, pero todavía no descifraba la conexión coreana.
Pineda recuerda la personalidad sicópata del policía. Sus estados de ánimo variaban: a veces parecía loco furioso, a veces desbordaba euforia. En una ocasión enloqueció con la picana eléctrica. Fuera de sí, le aplicaba a Pineda corriente en la boca mientras exigía respuestas a sus preguntas. Hasta que un subordinado se atrevió a hablar: ''Mi capitán, con la picana en la boca no puede hablar''.
Pineda sólo escuchó a Nazar hablar con respeto a una persona, al capitán Luis de la Barrera, un militar vestido de civil, impecable, pelón, que cierto día se presentó en la oficina para interrogar personalmente a Pineda. Todos los subordinados de Nazar sufrían maltratos verbales de su parte. Y sólo era superado en el sadismo por otro torturador de la DFS, Max Toledo. A Pineda le decía Flax. Nazar lo había apodado Flaco. Sólo por gusto, por divertirse, Max Toledo aplicaba toques a los presos: "ƑAdivina quién soy? Soy tu padre". Se reía el jefe policiaco.
La saña de los captores aumentaba conforme pasaban los días. En una ocasión lo amagaron: ''O hablas o te aventamos por la ventana. Estás en un séptimo piso'', le dijeron. Así, vendado y maniatado, lo sacaron al vacío. Sintió un viento frío y lo arrojaron, pero no al vacío sino al interior de la oficina.
También entró en escena el ''policía bueno'', un custodio que trataba de persuadir a Pineda para que dijera todo lo que sabía. ''Habla, si no el capitán te va a dejar estéril, está loco''. A los pocos días, con amenazas de que los llevaban a matar, el grupo fue trasladado a otra prisión. ''He sabido que esa cárcel está por la calzada Tulyehualco. A mí me llevaban casi arrastrando. No podía caminar por el terror. Me habían convencido de que, ahora sí nos iban a matar'', concluye Pineda. Ahí pasaron días menos cruentos hasta que en otro momento, desde su celda, Pineda escuchó la voz de trueno de Nazar. ''ƑDónde está el Flaco?''. De golpe se abrió la puerta y un Nazar descompuesto, enloquecido, con un fuete en las manos, entró gritando: ''Dime todo lo que sepas de esto'', decía jalándose los ojos, para parecer oriental. Finalmente, el sabueso había dado con la conexión norcoreana, que sus prisioneros habían logrado ocultar durante más de un mes de torturas constantes. ''šQuiero saber todo! ƑEn qué avión te fuiste? ƑQué día? Ya sé quiénes los entrenaban, ya sé que eran coroneles del ejército, pero dime, Ƒquiénes son más chingones, ellos o yo''. Y al tiempo que preguntaba lo pateaba, lo golpeaba, le brincaba encima, fuera de sí.
A los pocos días, ya en marzo, fue entregado a las autoridades de la Procuraduría General de la República en Lecumberri. Nazar llevaba al preso del brazo, ya que apenas podía sostenerse en pie ante el Ministerio Público. Al forense del juzgado Nazar le dijo. ''Aquí te traigo a éste, médico, un tipo chingón, bien sano, bien fuerte''.
En ese lapso, entre febrero y marzo de 1971, fueron detenidos 19 guerrilleros del MAR. Todos pasaron por las manos de Nazar Haro. Ahí, en la Dirección Federal de Seguridad, hizo sus méritos. Cuando años después se desató la contrainsurgencia en plena forma, el jefe Nazar era ya leyenda a los ojos del ejército. Por eso recibió como encomienda ''hacerse cargo'' de los subversivos que ya no eran remitidos a la DFS, sino directamente al Campo Militar Número Uno, jurisdicción de la Secretaría de la Defensa Nacional. Lo peor estaba por venir.