¿PENA DE MUERTE A LAS NACIONES UNIDAS?
El
secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Kofi
Annan, ha declarado que sólo la ONU puede decidir una guerra contra
un país miembro, pero George Bush dice en cambio que Estados Unidos
actuará unilateralmente si el Consejo de Seguridad no decidiese
la guerra contra Irak o si alguno de los miembros del mismo vetase una
resolución que diese luz verde al conflicto.
El New York Times escribe a su vez que sólo un
imbécil o quizás un francés puede no haber quedado
convencido con los argumentos del general Colin Powell en favor de un ataque
inmediato. Y el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld,
no sólo pone en igual plano a Alemania con dos países que
para Washington son parte del eje del mal, Cuba y Libia, sino que además
dice que no hay que prestar atención a Francia pues ésta
se opone siempre.
Washington, por tanto, se ha erigido en juez y gendarme
mundial, siendo una parte esencial del conflicto, y ha decidido ya hacer
la guerra a Irak pasando incluso sobre el cadáver de la ONU, del
multilateralismo y de sus alianzas y cerrando, siempre unilateralmente,
una relación entre las potencias surgida de la Segunda Guerra Mundial.
La diplomacia, el consenso internacional, la noción
misma de la legalidad a escala mundial, los principios éticos y
morales sobre los cuales se basa la ONU son eliminados de un plumazo, junto
con la soberanía de los países que no se someten a Estados
Unidos y sustituidos por el arbitrio de un puñado de grandes empresas
-como las armamentistas y las petroleras- y de sus arrogantes e ignorantes
representantes en la Casa Blanca. Porque enterrar la ONU, como Hitler y
Mussolini enterraron con la guerra en Etiopía y la guerra en España
la Sociedad de las Naciones, antecesora de aquélla, equivale a instaurar
la ley de la selva entre los países y autorizar a las grandes potencias
a ocupar militarmente el país que deseen para imponer en él
un gobierno servil, colonizado.
Bagdad es la gran ciudad del mundo árabe y para
éste es lo que París o Londres son para los europeos, el
símbolo histórico de la cultura. Atacarla, arrasarla y ocuparla
equivale, en peor, a la ocupación nazi de París, ciudad que
por lo menos no fue destruida, pues ni Hitler se atrevió a tanto.
Es seguro que, incluso en el caso de una guerra relámpago que permita
a los agresores ocupar un país orgulloso y de 23 millones de habitantes,
la ocupación será larga y sangrienta y la resistencia fuerte
y cotidiana, sin hablar de las repercusiones de ésta en el mundo
árabe y musulmán. El colonialismo de Estados Unidos está,
por consiguiente, condenado de antemano, como lo estuvieron los colonialismos
inglés, francés, italiano, portugués.
No se puede hacer volver atrás la historia en más
de un siglo y creer que el imperialismo estadunidense será eterno,
porque Jehová estaría con sus guerreros. El entierro de la
legalidad internacional -Washington, por ejemplo, no reconoce las resoluciones
en defensa del ambiente, ni el Tribunal Penal Internacional, ni los fallos
del Tribunal de La Haya- pone a Estados Unidos fuera de la ley y, por tanto,
amenaza a todos los que Washington ve como potenciales enemigos, comenzando
por China. Los inspectores de la ONU y los servicios de inteligencia británicos
ya desmintieron las supuestas pruebas de Powell. El gobierno inglés
tuvo además que reconocer que los supuestos datos irrefutables que
citó Powell los había copiado de trabajos con más
de 12 años de antigüedad, para colmo redactados por mediocres
académicos y que éstos reconocen ahora que ya entonces eran
erróneos. Por tanto, no hay que ser "imbécil o francés"
para desechar los argumentos de Powell: basta tener un poco de sentido
común. Por eso el mundo todo debe decir no al intento de acabar
con la independencia y la función de la ONU y hacer una guerra contra
Irak. Y, si Washington desafiase a todos, se debería respaldar un
eventual veto francés o chino y votar sanciones contra Estados Unidos,
antes de que éste precipite al mundo en el caos.