Rolando Cordera Campos
Domingo siete
El domingo pasado se cruzaron todos los cables y el país salió perdiendo. A pleno sol, se nos dejó ver que desde las cumbres mismas del Estado se hacen preparativos para lanzarse a una "revolución pasiva" destinada a cambiar de raíz el régimen político mexicano. La primera ciudadela a ser tomada por esta revolución no será la economía, mucho menos la propiedad, cuyos principales parámetros se conservan como herencia bienhechora del "priato tardío", sino otras relaciones sociales más directamente vinculadas con la vida cotidiana, la cultura, los usos y las costumbres de la sociedad civil.
El laicismo -y sus diversas interpretaciones- se vuelve el locus por excelencia de la acción y el debate políticos del momento. La conducta y los valores, la educación de los niños y los jóvenes, la suerte del sistema público de educación básica, media y superior, forman el escenario donde se darán las guerras floridas de la hora, aunque vayamos a oír de modo reiterado que se trata de acciones y decisiones no ideológicas, metapolíticas y hasta ant ideológicas, es decir, tareas nacionales que deberían unificar a todos.
Jugar con las creencias y los derechos y libertades privados ha sido siempre un juego peligroso, cargado de inclinaciones regresivas en los acuerdos sociales seculares en que se basa la estabilidad política de largo plazo de las naciones. Por desgracia, es a ese terreno al que parece querer llevarse al país con espectáculos como el del domingo pasado en el Auditorio Nacional, protagonizado por el SNTE, la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) y las señoras Sahagún de Fox y Gordillo. El pacto o la alianza entre los maestros regimentados en el sindicato nacional y los padres de familia representados por la UNPF, se da en aras de la educación de los padres que se concibe como condición para la educación de los hijos, pero los conceptos y las visiones que inspiran el encuentro son fantasmales en el mejor de los casos, cuando no portadores abiertos de inspiraciones oscurantistas disfrazadas de cruzadas en pro de los valores fundamentales que nadie hace explícitos ni se arriesga a definir y explicar.
Millones o millonadas aparte, aparentemente emanados de las arcas del sindicato magisterial sin que mediara resolución alguna de sus miembros, lo que intriga es la facilidad con que los protagonistas principales del suceso dominical buscan resolver temas conflictivos y espinosos siempre atados, por un lado, a la libertad de creencias y de cátedra y, por otro, al rigor en el tratamiento y la difusión de conocimiento científico, base insustituible de toda educación moderna y laica, como es la que establece la Constitución. Si bien la marcha de la alianza apenas ha empezado, es obligado preguntarse y preguntar a sus progenitores y promotores por los caminos y métodos que habrá de seguir el debate necesario ante una iniciativa incierta, pero desplegada con toda la fuerza que todavía dan en México la Presidencia de la República y el corporativismo. Es preciso recordar la fórmula del clásico: en política, la forma es fondo; o, dicho de otra manera: en esto de las relaciones entre lo público y lo privado, sobre todo cuando de educación se trata, las apariencias no engañan.
En la cuneta, al paso febril de tan audaz iniciativa, queda la dignidad del magisterio nacional, otra vez usado como instrumento para fines políticos ajenos a su quehacer sustantivo, tan devaluado como abusado por tanto tiempo. De ejército electoral priísta, los profesores pasan a ser coro inerte con el "México, México" que tanto parece haber emocionado al secretario de Educación Pública. Pero nada de eso permite hablar de un acto privado de la "sociedad civil". Las cuotas y las obligaciones laborales del magisterio son asunto de Estado, como desde luego lo es el uso de la escuela, la difusión de conceptos educativos, la eventual participación del maestro en la indoctrinación de los paterfamilias o tutores.
Recuperar la dignidad del maestro pasa por el autoexamen de sus trayectorias añejas, cargadas de víscera gremial y casi siempre lejos del talante y la gana cultural que debían formar el centro inconmovible de la movilización y la reflexión cotidiana de los docentes. Ligar consignas de reivindicación salarial o sindical con los temas aquí sugeridos no será la mejor opción para un profesorado de cuya reacción pronta depende en gran medida la reivindicación del laicismo y de la educación pública, cementos insustituibles de una república plural y diversa, como a pesar de todo es la mexicana. Quizás todavía estemos a tiempo de darle un curso civilizado y un uso productivo al litigio planteado tan abruptamente el domingo pasado. De otra suerte...