BOLIVIA: EL MODELO Y LA TORPEZA
El
desgobierno económico que padece Bolivia ha desembocado, en el curso
de esta semana, en violentas protestas que dejan hasta ayer un saldo de
casi 30 muertos y un centenar de heridos; en un paro general y en una exasperación
política en la que convergen las principales organizaciones de oposición,
los empresarios y los sindicatos, aglutinados en la Central Obrera Boliviana,
entidades que reclaman "cambios estructurales" y la renuncia del presidente
Gonzalo Sánchez de Lozada, quien, ante la falta de recursos públicos
y el abultado déficit fiscal ?que llega a 8.6 por ciento-- no tuvo
mejor idea que proponer un nuevo impuesto a los sueldos, que afectaría
las remuneraciones de los asalariados hasta en 12.5 por ciento.
Cuando el mandatario retiró su iniciativa ya era
demasiado tarde: se había abierto la caja de Pandora de los descontentos
sociales que aquejan a una sociedad afectada de manera dramática
por la desigualdad, la falta de recursos y atención, así
como por la ausencia del Estado en tareas básicas de salud, alimentación,
empleo, vivienda y servicios. Se ha dado paso a una ruptura de la estabilidad
institucional sin precedentes desde el golpe de Estado criminal que depuso
a la presidenta Lidia Geiler, en 1980, en el cual los uniformados insurrectos
asesinaron a decenas de dirigentes políticos, entre ellos a Marcelo
Quiroga Santa Cruz.
El empresario Sánchez de Lozada, quien repite en
el cargo ?entre 1993 y 1997 malbarató la mayor parte de la propiedad
pública y social de Bolivia-- pertenece a la mafia de tecnócratas
latinoamericanos formados en Estados Unidos, y la representa de forma tan
ejemplar que habla español con marcado acento inglés. Su
ideario económico, por supuesto, no logra trascender los manuales
de la ortodoxia financiera y los memorandos del Fondo Monetario Internacional:
abatir el déficit público, combatir la inflación,
abrir el mercado interno, privatizar todo lo imaginable, vender las empresas
del Estado, elevar impuestos y tarifas, congelar salarios y distraer, corromper
o reprimir cualquier manifestación de descontento resultante.
Tal estrategia, aplicada a sociedades depauperadas por
la lógica de la globalización imperante, no puede conducir,
a la larga, más que al estallido social, como ocurre en Bolivia
en estos días trágicos, y como viene ocurriendo en la limítrofe
Argentina desde hace dos años.
En el mejor de los casos, el neoliberalismo pudo aparentar
que funcionaba en tanto la economía mundial se expandía,
en la década pasada, y los flujos de inversión extranjera
fluían hacia estas eufemísticamente llamadas "economías
emergentes". Pero del año 2000 a la fecha los capitales se han refugiado
en lo que se conoce como "huida hacia la calidad", y desde entonces en
las sociedades latinoamericanas el número de pobres se ha incrementado
en 7 millones. Para la región, el año pasado se saldó
con un decrecimiento económico de 0.5 por ciento y el desempleo
continental llegó a 9.1 por ciento de la población económicamente
activa.
Debe entenderse que, en semejante entorno, los tecnócratas
del estilo de Sánchez de Lozada no pueden ofrecer ya ninguna perspectiva,
de no ser el estallido social y la desintegración nacional. Los
gobernantes de la región tendrían que verse, ahora, en el
espejo boliviano.