Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 15 de febrero de 2003
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Editorial
 

NO A LA GUERRA

La sesión de ayer en el Consejo de Seguridad de de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) representó un momento a la vez fundacional y de ruptura. Como pocas veces en la historia de ese organismo internacional, la mayoría de los integrantes de esa instancia manifestaron una decidida oposición a la política belicista de Washington y respaldaron la continuación de las labores de inspección de la ONU en Irak. Los argumentos del canciller francés Dominique Villepin en favor de una más amplia y duradera misión de investigación de los arsenales iraquíes y en contra de una intervención militar contra esa nación árabe, conmocionaron a la audiencia y suscitaron, en una situación prácticamente inédita, el aplauso de los asistentes, diplomáticos y periodistas por igual. Sólo Estados Unidos -el discurso de su secretario de Estado, Colin Powell, no mereció la consideración dada a su homólogo francés- y sus aliados (Gran Bretaña, España y Bulgaria) mantienen una posición intransigente que, pese a los matices del lenguaje diplomático, implica la exigencia de una improcedente autorización de la ONU para invadir Irak y derrocar a Saddam Hussein.

Pero más allá de las manifestaciones de entusiasmo en pro de la paz, lo sucedido ayer en la sede de la ONU constituye un espaldarazo al multilateralismo en política exterior y un freno, al menos temporal, a los delirios militaristas del clan asentado en la Casa Blanca y de sus escasos aliados. Frente a la grave amenaza de guerra que se cierne sobre el mundo, la mayoría -11 países sobre 15- de los integrantes del consejo han honrado los valores de la coexistencia pacífica y solución negociada de los conflictos que dan sentido y razón de ser a la ONU. La voz de Francia se colocó a la vanguardia de la comunidad internacional y recogió, como ninguna otra, el sentir de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.

En seguimiento del informe del jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix, quien reconoció que -pese a existir ciertas dudas- no se ha detectado la presencia en Irak de armas de destrucción masiva, París reconoció que la misión de inspección en suelo iraquí ha dado resultados y pidió su mantenimiento y ampliación. La guerra, señaló Villepin, no garantiza un "mundo más seguro, justo y estable" y, en cambio, sería una señal de derrota. La advertencia del diplomático galo va más allá: ceder ante los afanes bélicos de Washington significa poner fin a las instituciones globales constituidas tras la Segunda Guerra Mundial.

Una autorización de la ONU para emprender una guerra injusta y desproporcionada contra Irak implicaría su desmantelamiento moral y la debacle de los valores del derecho internacional que la sustentan. Ceder ante Washington representaría la rendición de la comunidad de naciones frente a los intereses particulares y a la histeria "antiterrorista" ya no de un país, sino de la camarilla que controla la Casa Blanca, y supondría dar la espalda a la humanidad, abrumadoramente volcada en favor de la paz.

La crisis desatada en el Consejo de Seguridad, evidenciada por el contrapunto entre los discursos de los representantes de Francia y Estados Unidos, es por ello decisiva: pone sobre la mesa la opción de conducir al mundo con base en el diálogo, la búsqueda de equilibrios y el consenso multilateral, o la posibilidad de rendir la dinámica global a los designios de la única superpotencia.

Este día, millones de personas se manifestarán en centenares de ciudades del mundo para mostrar su repudio a la guerra y su hondo anhelo de paz. Incluso en Estados Unidos, donde gran parte de sus ciudadanos no avalan el intervencionismo de sus gobernantes, las marchas y los mítines se sucederán desde San Francisco hasta Nueva York. En la historia contemporánea, nunca como hoy se han reunido tantas voces en tantos lugares del orbe con la exigencia común de la paz.

Washington y sus aliados podrían desatar unilateralmente la invasión a Irak, y probablemente lograrían con ello el fin del régimen de Hussein al costo del arrasamiento de su oprimida y dolorida nación y de la muerte y el desasosiego de sus habitantes. Pero también conseguirían, a contrapelo del consenso global por la paz, aislarse severamente del concierto internacional y conducir al mundo a un estremecedor panorama de barbarie donde sólo imperaría la ley de la jungla.

Por ello, cabe esperar que, para bien de la humanidad, la fuerza civil planetaria -determinada a no tolerar nunca más los horrores de la guerra- que hoy se manifiesta en todo el mundo, contribuya a despejar tales temores y a sembrar la semilla del urgente reordenamiento mundial. Con la esperanza de que los escenarios extremos no tengan lugar, ha de reafirmarse y reconocerse el profundo clamor que, por todo el planeta, expresa hoy un rotundo repudio al presente afán bélico, y una decidida y valiente vocación por la paz.
 

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