NO A LA GUERRA
La
sesión de ayer en el Consejo de Seguridad de de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) representó un momento a la vez fundacional
y de ruptura. Como pocas veces en la historia de ese organismo internacional,
la mayoría de los integrantes de esa instancia manifestaron una
decidida oposición a la política belicista de Washington
y respaldaron la continuación de las labores de inspección
de la ONU en Irak. Los argumentos del canciller francés Dominique
Villepin en favor de una más amplia y duradera misión de
investigación de los arsenales iraquíes y en contra de una
intervención militar contra esa nación árabe, conmocionaron
a la audiencia y suscitaron, en una situación prácticamente
inédita, el aplauso de los asistentes, diplomáticos y periodistas
por igual. Sólo Estados Unidos -el discurso de su secretario de
Estado, Colin Powell, no mereció la consideración dada a
su homólogo francés- y sus aliados (Gran Bretaña,
España y Bulgaria) mantienen una posición intransigente que,
pese a los matices del lenguaje diplomático, implica la exigencia
de una improcedente autorización de la ONU para invadir Irak y derrocar
a Saddam Hussein.
Pero más allá de las manifestaciones de
entusiasmo en pro de la paz, lo sucedido ayer en la sede de la ONU constituye
un espaldarazo al multilateralismo en política exterior y un freno,
al menos temporal, a los delirios militaristas del clan asentado en la
Casa Blanca y de sus escasos aliados. Frente a la grave amenaza de guerra
que se cierne sobre el mundo, la mayoría -11 países sobre
15- de los integrantes del consejo han honrado los valores de la coexistencia
pacífica y solución negociada de los conflictos que dan sentido
y razón de ser a la ONU. La voz de Francia se colocó a la
vanguardia de la comunidad internacional y recogió, como ninguna
otra, el sentir de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.
En seguimiento del informe del jefe de los inspectores
de la ONU, Hans Blix, quien reconoció que -pese a existir ciertas
dudas- no se ha detectado la presencia en Irak de armas de destrucción
masiva, París reconoció que la misión de inspección
en suelo iraquí ha dado resultados y pidió su mantenimiento
y ampliación. La guerra, señaló Villepin, no garantiza
un "mundo más seguro, justo y estable" y, en cambio, sería
una señal de derrota. La advertencia del diplomático galo
va más allá: ceder ante los afanes bélicos de Washington
significa poner fin a las instituciones globales constituidas tras la Segunda
Guerra Mundial.
Una autorización de la ONU para emprender una guerra
injusta y desproporcionada contra Irak implicaría su desmantelamiento
moral y la debacle de los valores del derecho internacional que la sustentan.
Ceder ante Washington representaría la rendición de la comunidad
de naciones frente a los intereses particulares y a la histeria "antiterrorista"
ya no de un país, sino de la camarilla que controla la Casa Blanca,
y supondría dar la espalda a la humanidad, abrumadoramente volcada
en favor de la paz.
La crisis desatada en el Consejo de Seguridad, evidenciada
por el contrapunto entre los discursos de los representantes de Francia
y Estados Unidos, es por ello decisiva: pone sobre la mesa la opción
de conducir al mundo con base en el diálogo, la búsqueda
de equilibrios y el consenso multilateral, o la posibilidad de rendir la
dinámica global a los designios de la única superpotencia.
Este día, millones de personas se manifestarán
en centenares de ciudades del mundo para mostrar su repudio a la guerra
y su hondo anhelo de paz. Incluso en Estados Unidos, donde gran parte de
sus ciudadanos no avalan el intervencionismo de sus gobernantes, las marchas
y los mítines se sucederán desde San Francisco hasta Nueva
York. En la historia contemporánea, nunca como hoy se han reunido
tantas voces en tantos lugares del orbe con la exigencia común de
la paz.
Washington y sus aliados podrían desatar unilateralmente
la invasión a Irak, y probablemente lograrían con ello el
fin del régimen de Hussein al costo del arrasamiento de su oprimida
y dolorida nación y de la muerte y el desasosiego de sus habitantes.
Pero también conseguirían, a contrapelo del consenso global
por la paz, aislarse severamente del concierto internacional y conducir
al mundo a un estremecedor panorama de barbarie donde sólo imperaría
la ley de la jungla.
Por ello, cabe esperar que, para bien de la humanidad,
la fuerza civil planetaria -determinada a no tolerar nunca más los
horrores de la guerra- que hoy se manifiesta en todo el mundo, contribuya
a despejar tales temores y a sembrar la semilla del urgente reordenamiento
mundial. Con la esperanza de que los escenarios extremos no tengan lugar,
ha de reafirmarse y reconocerse el profundo clamor que, por todo el planeta,
expresa hoy un rotundo repudio al presente afán bélico, y
una decidida y valiente vocación por la paz.