AZNAR: MALAS CUENTAS
Estuvo
en nuestro país, en una visita casi furtiva y vergonzante, José
María Aznar, presidente del gobierno español, jefe máximo
del Partido Popular (PP), heredero ideológico del franquismo y cabeza
visible de un totalitarismo creciente que tiene, entre otras expresiones,
el entusiasmo belicista y una ofensiva judicial y policiaca no contra el
terrorismo etarra, sino contra el idioma y la cultura de los vascos, la
libertad de expresión y manifestación y la inteligencia en
general.
Aznar no vino a corroborar las conocidas diferencias de
enfoque entre su gobierno y el del presidente Vicente Fox ante la agresión
bélica que el gobierno de Estados Unidos se empeña en lanzar
contra Irak, sino a ejercer sobre nuestras autoridades una presión
indebida para que variaran su posición y se sumaran al designio
bélico injusto, peligroso y criminal y que, como el propio gobernante
español, carece de ética y de buen sentido.
El comunicado emitido por la Presidencia de la República
tras el encuentro entre Fox y Aznar, así como la conferencia de
prensa ofrecida por el segundo, no dejan lugar a dudas: por el bien de
nuestro país y en aras de la paz mundial, Aznar hubo de partir con
las manos vacías, en tanto que el titular del Ejecutivo federal
se mantuvo fiel a las causas de la paz y de la legalidad internacional.
El gobernante español hubo de aceptar "la importancia de incrementar
los esfuerzos multilaterales encaminados a alcanzar por vía pacífica
la eliminación de las armas de destrucción masiva en Irak",
así como la necesidad de realizar esos esfuerzos "dentro de la ONU".
Aznar llegará, pues, a su próximo destino
-el rancho de George W. Bush en Texas- a rendir malas cuentas y, previsiblemente,
a recibir nuevas instrucciones de su aliado mayor.
Igualmente malas son las cuentas que el líder del
PP habrá de rendir a la democracia española. Horas antes
de su viaje a México, su gobierno se congratulaba por el cierre,
en la madrugada del miércoles, del diario vasco Egunkaria
y por las órdenes de aprehensión giradas contra 10 de sus
dirigentes, incluido su director. Al allanamiento referido se sumaron los
cateos de las revistas Jakin y Argia y de las oficinas de la Federación
de Ikastolas, los centros de enseñanza del idioma vasco.
Tales medidas correspondieron, en estricto sentido, al
Poder Judicial, esta vez por mano del juez Juan del Olmo, pero ocurren
en el contexto de la represión desatada por las autoridades de Madrid
contra todas las corrientes y organizaciones del nacionalismo vasco. El
sentido político, y no penal, de la persecución empezó
a hacerse evidente cuando, hace cinco años, el juez Baltasar Garzón
ordenó el cierre del diario Egin y el procesamiento de sus
directivos, a quienes acusó de "inducción al asesinato" por
haber publicado una entrevista con líderes etarras. "Si creían
que no nos íbamos a atrever a cerrar Egin, pues ahora se
ha cerrado", se jactó entonces Aznar. Los supuestos vínculos
de la empresa editorial con el terrorismo independentista no han sido,
hasta la fecha, demostrados. Ahora las autoridades madrileñas imputan
a Egunkaria el ser "un instrumento de la acción terrorista" y se
defiende su clausura como una "medida de defensa de la cultura y la libertad
del pueblo vasco", según dijeron, respectivamente, los ministros
de Justicia y del Interior del gobierno de Aznar.
El PP y sus máximos dirigentes padecen una fobia
histórica e inocultable contra los regionalismos y los nacionalismos,
particularmente los que existen en el País Vasco y en Cataluña.
En los mítines electorales del partido que hoy gobierna España
eran frecuentes las consignas chovinistas contra el gobernante catalán,
Jordi Pujol: "Pujol, enano, habla en castellano". El actual gobernante
exhibe desprecio e intolerancia ante la disidencia, como cuando explicó
las multitudinarias manifestaciones pacifistas en toda España en
términos de una polarización entre "minorías ruidosas
y mayorías silenciosas". En la estrategia interior de La Moncloa
-con sus documentadas violaciones a los derechos humanos, sus atropellos
a la libertad de expresión, su desdén por el sentir mayoritario
de los españoles y su empeño por uncirlos a una guerra ajena
e inmoral- es posible reconocer la estirpe de los fascistas que, en la
tercera década del siglo pasado, sublevaron el orden constitucional.
En la política presente del PP y de su máximo jefe resuenan
las palabras del general Millán Astray en la Universidad de Salamanca:
"El País Vasco y Cataluña son cánceres en el cuerpo
de la nación".
Cabe esperar que, ante las deplorables cuentas de Aznar
en materia de democracia, derechos humanos, tolerancia y civismo, la sociedad
española sea capaz de frenar a tiempo el cáncer de totalitarismo
y belicismo que se incuba en La Moncloa.