Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 6 de abril de 2003
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Política

Rolando Cordera Campos

ƑCambio de guardia?: desviaciones optimistas

Todos se rinden a la evidencia: sin un Estado activo y responsable, México no sorteará sin daños mayores las tormentas de una posguerra cuyo perfil e implicaciones todavía están en el aire.

Este parece ser, por lo menos esta semana, el talante que rodea los medios empresariales y políticos. Si no hay intervención, el cambio puede llevarse al niño con toda el agua sucia de la bañera.

Este posible cambio en la mirada del Estado, responde a las urgencias del momento, pero también a reclamos que se desestimaban como arcaicos. La negociación con las organizaciones rurales, de llegar a una conclusión positiva, pondría en otro nivel el papel y las capacidades que la movilización social puede tener en esta democracia que no ha logrado generar criterios claros para jerarquizar los quehaceres del Estado ni darle sentido de las proporciones a los reclamos de la sociedad.

Lo que resta es lo que cuenta y cuesta, y primero hay que reconocer que como sociedad política apenas transformada, la mexicana no las tiene todas consigo. Cómo hacer para estar a la altura de este cambio de guardia en las cúpulas, pero también en parte de la base de la sociedad, es la gran cuestión que se nos plantea en medio de la guerra y para una posguerra cuya imagen desconocemos del todo.

De entrada, se impone despejar los mitos de nuevo cuño producidos por la terrible circunstancia bélica. Para nosotros, estos mitos tienen que ver sobre todo con la debilidad mexicana en su relación con Estados Unidos, así como con la fragilidad de la relación misma. Quienes los propalan y han hecho suyos, nos amenazan con el desastre.

Sin duda, la de México es una economía política cuya vulnerabilidad debería estar a la vista de todos. Sin embargo, es claro que tal fragilidad nos es uniforme y debe calificarse con las capacidades productivas y las relaciones sociales que han surgido al calor del cambio económico y social de los lustros recientes. Estos cambios parciales, insuficientes, han hecho de la mexicana si no una parte equivalente de la relación, sí un componente no circunstancial de la misma. Para decirlo en plain english, así como nosotros no podemos cambiar de coordenadas, tampoco puede hacerlo Estados Unidos, menos ahora que la organización mundial de la industria se va a ver afectada por la geopolítica y que, mal que nos pese, el petróleo mexicano añade a su valor intrínseco el que proviene de la cercanía y la seguridad.

Así, la asimetría de la relación le da también fuerza relativa a México, e impide que pueda manipularse al gusto de las veleidades o la furia estadunidense. Las pasiones de la hora, tienen y tendrán que vérselas con los intereses duros y puros de la economía que se resisten a ser objeto inerme de la veleidad del poder político, tan volátil y veleidoso como lo permitan la democracia y los intereses que le dan vida. Este papel positivo de los intereses, por otro lado, no les impide corroer la política con sus abusos y corrupciones.

En esta perspectiva, el petróleo retoma su papel clave para el futuro de México y de la relación con el Norte. Valorizar la riqueza energética, sin embargo, depende de lo que se haga en otros frentes, en especial el fiscal. Sin una reforma en serio en esta materia, Pemex no puede dejar de ser la ignominiosa caja chica, pero cada vez mayor, de un Estado que no puede ser mínimo, ni en la teoría más elemental ni en la política más liliputiense que pueda imaginarse. Pemex tiene que ser una gran empresa, para dar lugar a formas novedosas de cooperación estatal-empresarial, mexicana y extranjera; pero para eso tiene que ser una empresa digna de tal nombre, libre del yugo fiscal y de la miopía burocrática y financiera que no ve más allá del IVA y de los más que seguros ingresos del crudo.

Aparte de lo que ocurra con el campo y los campesinos que no desaparecen al gusto de los modelos, lo que no dejará de tener implicaciones buenas y malas para todo el país, habría que explorar vertientes de actividad productiva que, precisamente por la circunstancia del mundo en guerra, pueden dar lugar a nuevas avenidas de expansión y defensa de la economía y, sobre todo, del empleo. Puede tratarse de rutas subalternas, incapaces por ellas mismas de dar a luz nuevos círculos virtuosos de desarrollo general, pero en estos momentos de emergencia pueden propiciar vías no sólo de alivio sino de auténtica dinamización de la vida económica nacional.

Tal es el caso del turismo y derivados. Pensarlo como una vereda para el desarrollo no implica aceptarlo como se ha desarrollado y configurado hasta la fecha. Ir más allá de la visión unilateral del gran turismo de playa, por ejemplo, nos permitiría concebirlo como un foco económico susceptible de ampliarse y de crecer exponencialmente, mediante formas novedosas de cooperación pública, privada y social, nacional y extranjera, que los espejismos del cambio total mediante la apertura y la industrialización de maquila o de enclave nos impidió imaginar.

No es éste, valga la aclaración, sino un ejercicio en optimismo en medio de la desolación. Otra manera, tan utópica como quiera vérsela, de no renunciar a la idea fuerza de un "posnacionalismo" para México, sin resignarse a la idea obtusa de que el destino nos alcanzó y nos dejó atrás por no allanarnos a los designios caprichosos del redentor en turno.

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