Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 7 de abril de 2003
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Mundo
Lucha en las calles

Celebran tropas iraquíes victorias a un alto costo

Robert FISK Enviado especial en Irak

Bagdad, 6 de abril. La secuela de la batalla estaba en todas partes. Camiones y transportes blindados de personal ardiendo, armas de campo iraquíes tiradas boca arriba, cráteres y palmeras ennegrecidas y -en el centro de la autopista, a la derecha de una intersección en forma de trébol- el bulto inconfundible de un tanque de batalla estadunidense Abrams M1A1, con el cañón apuntando en forma impotente hacia la carretera y la torreta convertida en plataforma para sonrientes soldados iraquíes. Había otros cinco tanques estadunidenses destruidos, insistió más tarde el ministro iraquí de Información. Así que para los iraquíes que recorrían en sus vehículos las calles de Bagdad, disparando sus armas automáticas al cielo en señal de júbilo, fue una victoria famosa.

Una batalla que tuvo un alto costo en sangre y vidas. Cuando salí a la calle este domingo, los restos más obvios y terribles del combate -los cadáveres, la sangre y el vómito- habían sido retirados, pero el ejército iraquí y el Pentágono hicieron su mejor esfuerzo por cubrir con mentiras este pequeño campo de matanza. Mil iraquíes muertos, cacareó el Pentágono. Cincuenta estadunidenses muertos, alardearon los iraquíes, con más modestia. Ambos bandos reconocieron "bajas", y queda al lector juzgar cuáles podrían haber sido.

Un arma antitanque de 106 mm, tres vehículos blindados de transporte de personal y más de 25 camiones militares y lanzadores Katyusha, todos ellos iraquíes, yacían desparramados entre hogueras en las planicies de polvo y tierra que rodean a la autopista, apenas a 12 kilómetros del centro de Bagdad.

saddam_war_tvEstaba yo caminado entre esta masa de metal retorcido y aún caliente al rojo vivo cuando los pilotos estadunidenses regresaron; sus jets invisibles aullaban arriba del campo de batalla. Y luego vi el tanque estadunidense.

Tenía un agujero de perfecta redondez en su armadura, hecho casi con seguridad por un arma de 106 mm, quizá la misma pieza de artillería que acababa yo de ver boca arriba en la arena, unos 200 metros de allí. Trepé hacia la torreta hundida del tanque -el Abrams tiene un arma casi al nivel de la cabina para presentar un blanco menos alto- y di la vuelta al vehículo, asomándome por la mirilla. No, no había estadunidenses muertos dentro. Un teniente iraquí afirmó que sus hombres habían sacado horas antes a tres tripulantes muertos, pero no había indicios de restos humanos. Sólo un nombre pintado en el cañón.

"Cochone EH", decía. Esto causó cierta controversia cultural en nuestras conversaciones con civiles iraquíes, algunos de los cuales habían venido en auto desde sus villas en esta mañana dominical para hacer un poco de turismo de vida real, aunque muy peligroso, en el campo de batalla. Hubo poca dificultad en traducir cochones como "huevos". Nos preguntamos por qué "EH" -si en realidad eran ésas las iniciales del capitán- pondría a su tanque el nombre de un solo testículo. Los iraquíes querían saber por qué un soldado llamaría huevo a un tanque, y fue más o menos a esa hora cuando a un piloto estadunidense se le ocurrió echarnos una ojeada a todos.

A correr

La orquesta de jets que volaban muy arriba de la calurosa niebla cambió súbitamente de tono y el estruendo de baterías antiaéreas que aumentaba en intensidad hicieron que todos levantáramos la mirada al cielo. Vi en la carretera a Ramseh -un fotógrafo de Beirut, amigo mío desde la guerra civil en Líbano- corriendo para ponerse a salvo. Y supe que cuando Ramseh corría era tiempo de hacer lo mismo. Salté sobre los restos del tanque estadunidense y corrí por la carretera, junto con más de una docena de soldados iraquíes y periodistas. El jet se acercó con un ruido atronador. ¿Estaría sólo echando un ojo? ¿Quizá no le agradaba que los periodistas anduvieran husmeando en uno de los tanques destruidos de su país?

Pero, ¿qué ocurrió allí en realidad? El agujero en la armadura del tanque fue claramente causado por un pequeño misil, pero su oruga derecha había sido virtualmente arrancada por una masiva explosión debajo del vehículo, la cual había dejado un cráter de metro y medio en el camino. Al principio me pareció que las municiones del tanque habían estallado, pero eso hubiera partido el Abrams en pedazos. He allí una adivinanza del campo de batalla.

Durante su "misión de reconocimiento" en los suburbios de Bagdad, una misión que en realidad no logró llegar a los suburbios antes de ser emboscada por los iraquíes, "Cochone" recibió un impacto y su tripulación fue rescatada por otro vehículo.

Para no dejar un tanque dañado pero quizá reparable a los iraquíes, los estadunidenses ordenaron un ataque aéreo para destruirlo. Eso explicaría el cráter y los enormes trozos de pavimento alrededor del vehículo. Tal vez los tripulantes no se salvaron. Tal vez fueron capturados, aunque de ser así los iraquíes nos lo hubieran dicho sin duda.

Pero hay dos lecciones tácticas que aprender de todo esto.

iraqi_air_smaEn primer lugar, la misión estadunidense, cualquiera que fuese su intención original, resultó un fracaso. Su columna de tanques en realidad no "entró" en la ciudad como el cuartel angloestadunidense afirmó al principio. La resistencia iraquí la hizo retroceder. La respuesta del invasor -ataques aéreos a vehículos individuales iraquíes- fue llevada a cabo presumiblemente por helicópteros Apache, porque cada máquina en llamas había sido impactada por un cohete pequeño lanzado a corta distancia. La segunda lección, pues, es para los iraquíes: jamás debieron llevar sus vehículos blindados tan cerca del frente.

E incluso si destruyeron seis tanques estadunidenses, como sostuvo ambiciosamente el ministro, lo hicieron al costo de más de cinco a uno de sus propios vehículos y armas. Los pozos de artillería yacen ennegrecidos, hay pedazos de armas de largo alcance esparcidos sobre el lodo y el polvo. Tuve que dar un cauteloso rodeo con mi auto a los huesos de hierro de un camión iraquí de municiones que había recibido un impacto directo; cientos de cartuchos ennegrecidos estaban alrededor de su armazón. No tenía caso preguntar qué fue del conductor.

Así pues, en términos militares -y pese a todos los pregones estadunidenses sobre el "éxito" de la abortada incursión-, los iraquíes se han sostenido en su terreno en la batalla de Bagdad. Pero deben haber sufrido cientos de bajas; el sábado vi cómo retiraban 15 cadáveres del campo de batalla en una camioneta pick-up que encontré en el camino, cada soldado muerto tendido con los pies aún con botas colgando sobre la borda trasera.

Estos son, pues, días de desesperación, cosa que ni siquiera el locuaz ministro de Información, Mohamed Said al-Sahaf, pudo realmente ocultar al mundo hoy. Su conferencia de prensa vespertina -versión de las 2:30 de la tarde de la pantomima del Centcom- se llevó a cabo entre el rugido de las explosiones de misiles y lo que sonaba muy semejante a fuego de proyectiles y morteros. "¿Cómo sabe que ése es el sonido de un proyectil?", le preguntó a un reportero insistente. "Podría ser el sonido de los continuos ataques aéreos de estos villanos y mercenarios."

Había, sin embargo, un tema muy interesante en la perorata del ministro: su referencia constante a la táctica estadunidense de poner a prueba las defensas militares de los iraquíes sólo para retirarse en el momento en que estos contratacan. "Eso ocurrió en el aeropuerto", decía. "Llegaron y los echamos atrás, les disparamos con nuestra artillería y se regresaron a Abu Ghoraib. Pero nos detuvimos y entonces regresaron."

La ocupación estadunidense del aeropuerto, insistió, fue "para filmar y hacer propaganda". Pero dos veces más llegó ese interesante reconocimiento: "Vienen, los detenemos y cuando los atacamos se van, luego paramos y regresan". ¿Podría haberlo dicho mejor algún vocero del Pentágono? Ya entrada la noche hubo informes de que los estadunidenses intentaban otra vez la misma táctica, esta vez en el suburbio de clase media de Mansour. Es cierto, la actividad aérea sobre la ciudad se incrementó a una nueva intensidad al anochecer, los jets se precipitaron sobre la ciudad y arrojaron bombas en zonas situadas al oeste del río Tigris, a unos cuantos cientos de metros del escenario de las batallas del sábado y el domingo.

De hecho, tan grande fue el levantamiento de humo y polvo de las explosiones que, mezclado con los fuegos de los campos petroleros encendidos por los iraquíes, la visibilidad se redujo a unos cuantos cientos de metros.

Pero en las calles de la ciudad era posible ver automóviles civiles que circulaban cargados hasta el tope con ropa de cama, manteles, ollas y cajas. Los pudientes, los que poseen villas en provincias más pacíficas, dejaban sus hogares en anticipación de que lo peor está por venir. Otro signo de días más peligrosos fue la ausencia de los diarios bagdadíes. Nadie podía explicar por qué Quaddasiyeh, Al-Iraq y aun el execrable Iraq Daily no llegaron a los puestos de periódicos. O, lo que es mucho más importante, por qué Babel, el diario que pertenece a Qusay, hijo de Saddam Hussein, no fue impreso. Ese sí que fue un signo de los tiempos.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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