Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 7 de abril de 2003
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Editorial
 
LA GUERRA URBANA

sol-2Con Basora bajo aparente control formal de las tropas estadunidenses y británicas, y con la incursión de las primeras en barrios y zonas de Bagdad, la agresión militar que se desarrolla en Irak ha llegado a su fase definitoria y más prolongada y cruenta: la guerra urbana.

Ciertamente, si las fuerzas invasoras logran capturar o matar a algunos altos mandos del país -incluido, tal vez, Saddam Hussein- y consolidar una apariencia de dominio sobre las ruinas de los principales símbolos del Estado iraquí, proclamarán su victoria, anunciarán el término oficial del conflicto y al amparo de las tropas de ocupación darán posesión a una serie de administraciones coloniales -militares en un primer término y de marionetas civiles en una fase posterior- para proseguir los negocios de la "reconstrucción" y la explotación de los recursos naturales del país árabe.

Pero los hechos ocurridos hasta ahora, especialmente el odio que han sembrado estadunidenses y británicos entre los iraquíes debido a las matanzas de civiles que han perpetrado de manera sistemática, así como la feroz e inesperada resistencia con la que se encontraron los agresores, y que no necesariamente significa una defensa del régimen de Saddam, permiten augurar que los soldados enviados por Londres y Washington a invadir y ocupar Irak tendrán que pelear el control de los centros urbanos iraquíes casa por casa y que, en ese escenario, se reducirá en forma sustancial la abrumadora superioridad tecnológica de la que se han beneficiado hasta ahora.

Tras 18 días de combates, las ilusiones forjadas en los cuarteles generales de uno y otro contendientes han debido acomodarse a la realidad amarga: los iraquíes no han podido detener, como pretendían, el aplastante avance de los invasores hacia su capital; pero estadunidenses y británicos no fueron recibidos, como esperaban, con vítores, flores y sublevaciones masivas contra el régimen de Bagdad. Este, ante la presencia militar de los atacantes en las principales ciudades del país, podría colapsarse.

Sin embargo, parece claro que para muchos iraquíes la defensa de su país no está atada ya a la suerte de Saddam Hussein y de su grupo, sino a la determinación de la población de expulsar a una fuerza militar que ha asesinado a miles de inocentes -tantos, que la Cruz Roja Internacional ha renunciado a llevar la cuenta- y devastado la infraestructura del país, que no tiene otro propósito real que el dominio de los recursos naturales y de la posición estratégica de la vieja Mesopotamia. Ante esa voluntad de resistencia, los invasores no tendrán forma de evitar numerosas bajas propias, salvo que apuesten por el arrasamiento total de las ciudades con todo y sus habitantes.

Es aleccionador, a este respecto, el precedente de Afganistán, país mucho menos estructurado que Irak, con una sociedad desgarrada por la guerra civil y en el que el poder de los talibanes era mucho más precario e inestable que el del gobierno iraquí. A más de un año del fin oficial de la incursión estadunidense en territorio afgano, la región ha dejado de figurar en los titulares, pero prosiguen los ataques contra instalaciones y efectivos de Estados Unidos y el régimen títere impuesto en Kabul por la Casa Blanca dista mucho de controlar el mapa afgano y de lograr una mínima cohesión interna.
 

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