Iván Restrepo
No a otra obra faraónica en Jalisco
En varias ocasiones nos hemos referido aquí a los graves problemas que aquejan a la cuenca hidrográfica que conforman los ríos Lerma-Chapala, una de las más importantes del país. Aunque apenas tiene en extensión menos de 3 por ciento del territorio nacional en ella viven casi 12 millones de habitantes y funcionan más de 6 mil plantas industriales. La cuenca está contaminada por las aguas negras de la industria, el sector agropecuario y las poblaciones de los estados de México, Querétaro, Guanajuato, Michoacán y Jalisco, que la han tenido como basurero. Desde hace por lo menos 30 años las instancias oficiales anuncian periódicamente medidas que resuelvan el deterioro, mas, por lo visto, son insuficientes o no se cumplen. Entre esos programas sobresalen los destinados a devolver la salud ambiental a la cuenca, y el agua es el eje central de la estrategia.
El mal estado de la cuenca afecta a uno de sus componentes más importantes: el lago de Chapala, cada vez con menos agua y de peor calidad. Esto se debe a que el líquido que debía llegar los agricultores lo toman de los estados situados arriba del vaso lacustre para sus siembras agrícolas mediante diversas obras de irrigación. Además, del lago se extrae agua para cubrir parte de las necesidades del área metropolitana de Guadalajara. Es de tal magnitud el deterioro de Chapala que hace apenas 20 años le sobraba agua, se inundaban sus riberas y el líquido restante enriquecía al río Santiago. Hoy el vaso está a la mitad de su capacidad y de no tomarse medidas drásticas, en dos lustros no será sino ejemplo de lo que un día fue un rico ecosistema lagunar, nada menos que el de mayor extensión del país y el tercero de América Latina.
Como una forma de resolver la situación anterior, el martes pasado el gobierno de Jalisco anunció que exigirá en la próxima reunión del Consejo de la Cuenca que el lago tenga, como mínimo, un volumen de almacenamiento de 4 mil 500 millones de metros cúbicos de agua para garantizar su recuperación paulatina. Hace 12 años autoridades federales, estatales y los representantes de quienes utilizan el agua de la cuenca firmaron un acuerdo de distribución del líquido, pero lamentablemente no se ha cumplido. Lo que en ese entonces se asignó para el lago no garantiza su recuperación: apenas poco más de 3 mil millones de metros cúbicos.
A lo anterior se agrega la disputa que por el agua enfrenta a Guanajuato y Jalisco, que se ha agudizado en el presente sexenio. Esta última entidad se queja de que su vecino extrae agua de la cuenca en tales cantidades que disminuye el caudal que debería llegar al lago. Previamente, los estados situados aguas arriba también toman su parte, especialmente para actividades agropecuarias.
Existen estudios muy precisos que muestran los problemas que aquejan al lago y a la cuenca en general, así como numerosas propuestas para resolverlos. En todas se afirma que la solución debe partir del uso racional del agua (se estima que en el riego se pierde 66 por ciento del líquido aplicado a los cultivos, cuando hay tecnología para evitar el desperdicio) y de instalar los sistemas y las plantas de tratamiento tantas veces anunciadas para evitar la contaminación y reutilizar el agua en el campo y la industria. Pero además, si Guadalajara no pierde, como ahora, 40 por ciento del agua que entra a la red de distribución citadina por fugas y otros desperfectos. Con una política de sustentabilidad, de buen uso, sobrarían los costosos proyectos que pretenden resolver los problemas trayendo agua de otras cuencas o construyendo presas de almacenamiento cuyo costo resulta millonario, y al final termina pagando la población.
Precisamente el gobierno de Jalisco busca que la legislatura estatal apruebe recursos por casi 7 mil millones de pesos para construir varias plantas de tratamiento y una presa en Arcediano, por la barranca que surca al norte la ciudad. El proyecto ha recibido numerosas críticas de especialistas y agrupaciones defensoras del ambiente. Da la casualidad que esa zona está sujeta desde hace tres años a conservación ecológica (decreto del ayuntamiento tapatío), porque se trata de un corredor de vida silvestre de inigualable belleza que alberga varios sitios históricos, como el primer puente colgante que se construyó en México, en 1894.
Me pregunto si no es mejor destinar esa multimillonaria cifra a reparar la red de abastecimiento y distribución de la urbe, a restaurar el ecosistema lacustre e hidrológico de Chapala y de la Cuenca, así como a establecer técnicas que garanticen el uso racional del agua.
Las obras faraónicas con frecuencia lo único que hacen es enriquecer a los contratistas sin resolver los problemas en sus orígenes. En este caso, desde hace tiempo se sabe, y con mucha claridad, lo que debe hacerse.