Carlos Fazio
Embriaguez chovinista
Como toda guerra de agresión imperialista, la de Estados Unidos contra Irak contiene tres elementos: violencia, polarización y mentira. La utilización de la violencia no es atribuible tanto a pulsiones destructivas o a personalidades sicopáticas (se ha dicho que George W. Bush expresa una conducta de tipo paranoide, delirio de grandeza y mesianismo) cuanto a su valor instrumental para conseguir un objetivo planificado por la fracción gobernante mucho antes de la caída de las Torres Gemelas: la recomposición geopolítica del orbe mediante el poder militar para garantizar la hegemonía imperial.
La violencia militar ha quedado exhibida de manera descarnada. Toda guerra provoca muerte, mutilaciones, sufrimiento, destrucción. Supone una polarización aguda, desquiciamiento de grupos hacia extremos opuestos. Por eso todo acto bélico debe ser presentado a la opinión pública como una guerra justa. Pero debido a que no se pueden revelar los auténticos intereses e intenciones de quienes la promueven (el holding del Grupo Carlyle, Chevron-Texaco, Arbusto Energy, Halliburton, etcétera) ni someterla a escrutinio, se necesita "fabricar un consenso" (Lippmann).
La principal herramienta para enmascarar la intención de los señores de la guerra es la propaganda. La refinada "ciencia" de engañar a la gente, de moldear ideológicamente a la opinión pública. La propaganda bélica -y la diplomacia de fuerza que siempre le acompaña- establece una diferenciación radical entre "ellos" y "nosotros". El mundo se divide en blanco y negro. Se impone un lenguaje maniqueo: amigo-enemigo. El "bueno" Bush contra el "malo" Hussein. Los rivales se contemplan en un espejo ético que invierte las mismas características y valoraciones, al punto que lo que se reprocha a "ellos" como defecto se alaba en "nosotros" como virtud. Los valores y el "sentido común" dejan de tener vigencia colectiva. La polarización supone una toma de partido exacerbada. La sociedad se deshumaniza. El "otro" se convierte en "enemigo". Y como ocurre ahora en Estados Unidos con las manifestaciones en favor y en contra de la guerra, quien no está con "nosotros" está con "ellos" y se le tilda de "antipatriótico".
La propaganda es el principal procedimiento de acción sicológica e incluye la manipulación y el engaño intencional en el discurso público. Consiste en el empleo deliberadamente planeado y sistemático de temas, principalmente mediante la sugestión compulsiva y técnicas sicológicas afines, con miras a alterar y controlar opiniones, ideas y valores. En última instancia supone cambiar las actitudes manifiestas según líneas predeterminadas. Concebido como un objetivo militar, el punto más crítico del ser humano es su mente. El manual de operaciones sicológicas de la CIA en Nicaragua (Omang, 1985) enseña: "El objetivo es la mente de la población, toda la población: nuestras tropas, las tropas del enemigo y la población civil". Pero eso no sólo se aplica en el campo del enemigo. Para ir a la guerra Bush y las fracciones dominantes necesitaban alcanzar la mente de la ciudadanía con el fin de fabricar un consenso aprobatorio.
Los atentados terroristas del 11 de septiembre fueron la excusa para construir una visión "confabulatoria" de la realidad. Exhibida la vulnerabilidad del imperio, herido el orgullo nacional, se generó en la sociedad un sentimiento de miedo, dolor, humillación, frustración y venganza. Los expertos en guerra sicológica trabajaron sobre ese estado de ánimo colectivo. Mediante una labor de "ingeniería social" se buscó convertir al hombre en ser indefenso ante una presión propagandística planeada. Se reforzó la "sugestibilidad", la sicosis de una masa golpeada. Y se logró transformar la ansiedad, el temor y la impotencia de la sociedad, en peligro y amenaza vitales de tipo permanente. Se construyó un cliché capaz de provocar en el auditorio emociones (miedo, abominación) y adhesión incondicional al sistema: la figura del "enemigo terrorista" (Bin Laden, Al Qaeda) que acecha cada día a la nación.
Se puso al país en guardia contra la "conspiración" de los de afuera. Los nuevos "bárbaros" que quieren destruir la "democracia occidental" y acabar con el "mundo libre". El terrorismo se personalizó en el Islam y el mundo árabe. Se enfrentó al "Dios bueno" de Bush con el "Alá malo" de los islámicos. Con base en la desconfianza y el temor se tejió una forma de relación predominantemente defensiva, que llevó a la imposición-aceptación de una ley patriótica totalitaria, con algunos rasgos de corte fascista.
Se recurrió a la "distracción". Al pan y circo que fomenta el "escapismo" de problemas reales como el fraude electoral bananero de Bush, la quiebra escandalosa de corporaciones (Enron), la recesión, el desempleo. Se sembró desinformación: la invención de información falsa o la fabricación artificial de los "acontecimientos" (dos componentes básicos de la propaganda). Después, en un acto de prestidigitación, con la complicidad mercenaria de los medios de comunicación masiva -y su "autocensura patriótica"- se trucó al "enemigo" identificable. La magia funcionó. Se esfumó Bin Laden y apareció Saddam Hussein con sus armas de destrucción masiva y todos los demás atributos que contiene el sujeto satanizado: dictador sanguinario, cruel, cobarde, traicionero, irracional, malintencionado, falaz. La absoluta negatividad. En una palabra: inhumano.
Simplemente, la persuasión y la manipulación ideológicas cambiaron de "árabe". Con base en repeticiones y exageraciones, los propagandistas explotaron el sentimiento nacional patriótico. Se atizó la embriaguez chovinista. Reaparecieron el destino manifiesto y otros mitos y exaltaciones retóricas. Bush, el gran gesticulador, se envolvió en un mesianismo fundamentalista ad hoc. Sembró en la población la disposición al sacrificio. Y finalmente obtuvo el "consenso" que necesitaba para embarcarse en otra guerra de conquista imperial. Estamos en la fase de muerte y destrucción. Después vendrán los negocios... hasta la próxima guerra.