Vilma Fuentes
Breton, más vivo que nunca
Frente a la gigantesca exposición de objetos, pinturas, fotografías y esculturas que pertenecieron a André Breton, puestos en subasta en la sala de ventas públicas de Drouot, brotan las lágrimas. No porque estén en venta, no. Porque sigue vivo un movimiento, sin duda el más importante del siglo XX, que supo imponerse frente a las carnicerías de dos guerras mundiales. Porque la multitud, verdadera multitud, en las siete salas de Drouot ha leído al menos un libro de André Breton y sabe quién es Nadja, quién es Aragon, quién es Soupault. Y no se trata de un público erudito: es la gente de la calle, como yo, como usted, que ha comprendido algo de su destino gracias a André, que ha cambiado ese destino, que deja de ser fatal, gracias a Breton.
''ƑQuién soy?'', pregunta Breton en las primeras líneas de Nadja. De alguna manera, los lectores de André saben quiénes son gracias a su lectura de uno u otro libro del fundador del surrealismo. Por eso están ahí.
Cuando fui a Drouot a ver la exposición de objetos que Breton quiso tanto duranto toda una vida pasada, a ''buscar el oro del tiempo'', esperaba recibir una sorpresa, desde luego, pero no a ese extremo. Primer impacto, la abundancia increíble de objetos expuestas en las siete u ocho grandes salas. Increíble. Uno se plantea cuestiones idiotas: Ƒcómo podía caber todo eso en su departamento de dos piezas ? Yo lo conocí, fui varias veces a visitar a Elisa, ese poema vivo y absoluto que me abría la puerta como una amiga.
La puerta blindada que André se vio obligado a poner cuando un ''amigo clochard'' le provocó un incendio. El apartamento era pequeño. ƑCómo todas esas obras, esas colecciones, podían entrar en un espacio tan exiguo? O bien, ese hombre tenía el don extraño del acomodo o había resuelto el problema de la cuadratura del círculo. Las leyes del espacio encontraron un mago capaz de imponerles la ley de su deseo. Todo puede entrar en una recámara cuadrada, basta que ese todo quede sometido a las órdenes del amor loco. Gracias, André Breton, por haberme recordado esto.
No fui sola. Me acompañaban Jacques y sus amigos Georges Sebbag y Marc Pierret. Digo esto porque las horas que pasamos juntos caminando en las salas fueron horas de fiesta y de amistad. Gracias de nuevo, André Breton. Allá, donde estás, lo que hay de más bello en la existencia, lo que llamas ''la vida precaria, la vida real'', toma de súbito un precio inestimable. Allá, donde estás, el amor encuentra su lugar, con todo derecho.
Creía haber ido a la exposición de las obras destinadas a la venta pública que tendrá lugar esta semana. No fue eso, para nada, lo que viví. No conviene aquí emplear las palabras usadas de ''evento'', ''histórico'', ''excepcional'', ''fantástico'', ''mágico'' o todo lo que usted quiera. Más vale ser simple y decir, sencillamente, que esta exposición es un hecho histórico excepcional de una calidad fantástica y mágica. En suma, surrealista. Las palabras -gracias, André Breton-, las palabras, tan devaluadas, gracias a ti vuelven a adquirir su valor y su sentido.
El surrealismo es un sueño tan poderoso que persiste incluso en el corazón de una sala de subastas como Drouot. Aquí, el amor, el dinero, la poesía, la muerte, la existencia, los falos y las pilas de agua bendita se entrechocan en una confrontación explosiva. ''La belleza será convulsiva o no será.'', dice al terminar Nadja, inolvidable frase para quienes, como Jaime Reyes, Ignacio Hernández, Oscar González y Elba Macías, la leímos.
En las salas de Drouot cada quien se pasea a su gusto. Es la ventaja de esta exposición efímera donde todo mundo puede acceder. Me fascinaron las telas de Wilfredo Lam, menos que el Picabia, del que dicen que producirá tanto dinero como el resto de la exposición. Para mi sorpresa, vi el Gironella, El taller de Francisco Lazcano, que estaba en la pared adquirida por Beaubourg. Pensé en Carmen Parra. Ahí estaba connmigo. Teniéndome de la mano. El océano Atlántico no es tan largo ni profundo como para interponerse entre quienes se aman.
La dispersión no es un drama tan patético como puede pensarse. Un día, mañana, tal tela, tal objeto, se hallará en Nueva York, en Tokio, en México o secuestrado en los sótanos de un coleccionista paranoiaco,: poco importa. El espacio y el tiempo tienen acaso poderes, pero estos poderes pueden aún hallar en su camino otro poder más poderoso, invencible, que el poder desnudo y sin armas que da a la existencia la pequeña llama de poesía que nos hace vivir.