En Reina de América, el hombre no se enfrenta solo a fuerzas adversas
Nuria Amat cambia la novela de aventura
La obra de la escritora catalana obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona 2003; circula en México bajo el sello Ediciones Era Explica la trama con mapas borgianos: César Aira
MONICA MATEOS-VEGA
El paradigma de la novela de aventuras quiere que el hombre se enfrente solo, librado a sus propios recursos, a las fuerzas adversas de la naturaleza y la historia, en trópicos incomprensibles, afirma el escritor argentino César Aira.
En este contexto, agrega, la nueva novela de su colega catalana Nuria Amat, Reina de América, ''propone un cambio marginal pero decisivo: el hombre cree estar solo, pero lo rodea una constelación de mujeres: negras, blancas, indias, tías, primas, vivas, muertas... Entre ellas, la mismísima Reina de América, que es una calavera que llevan en una cesta".
Estos comentarios son la carta de presentación en México de la historia de Amat que obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona 2003 y que publica Ediciones Era.
Escrita en un estilo, apunta Aira, "sometido a la prueba de fuego de una guerra real y actual, una guerra cooptada por el discuros periodístico", Reina de América tiene como personajes clave a Rat, una joven catalana recién llegada a Colombia; a Aida, una negra visionaria experta en conjuros con la que Rat comparte una extraña amistad, y a Wilson, nexo de unión entre ambas, escritor y reportero en la cuerda floja entre la lucha armada, la violencia cotidiana y el mundo del narcotráfico.
La joven española acompaña al escritor-periodista a la selva, "a hacer vida de naúfragos sin isla, él huye de una de las condenas a muerte que parecen ubicuad en la guerra." La travesía de Rat en Colombia está ambientada con la violencia entre la guerrilla y el ejército. Este "paisaje" transforma su vida y brinda al lector episodios contundentes como el siguiente: "Asesinos, dije. Pobre mujer. Una especie de heroína sin historia.
"Miré hacia arriba. En el cielo brotaban diminutas y blancas las estrellas. Aida volvió a destapar la calavera de la india Lucila. La puso entre sus manos y señaló con sus sucias uñas unas pequeñas incisiones en el cráneo.
"Aquí se pueden ver las señales de los disparos. Estas dos marcas oscuras, dijo.
"Al cielo no le importaban las historias. Un minuto más y sería de noche.
"La india Lucila se demoró en morir. La estuvieron pateando con sus botas contra el suelo. ƑPor qué no la matan de una vez, carajo? Morir es más sencillo que nacer.
"Me miró como si hablase con su otra pierna atada a la puerta de su casa.
"Mátenla, carajo. Ni las bestias peores son capaces de hacer tanto sufrimiento.
"Los tres negros se habían quedado en medio del camino mirándola morir. Entonces, el que disparó primero encendió un cigarro. Como no tenían prisa decidieron arrastrarla hacia la espesura donde la vegetación pudiera esconder la podredumbre de sus pensamientos endiablados y sus acciones maléficas. Entre el ramaje espeso de plátanos y mangos buscaron un lugar para sentarse y verla morir. Mientras moría, los hombres, abrazados a sus fusiles y metralletas, intercambiaron historias obscenas sobre la india Lucila. El negro del cigarro dijo que podía esperar todo el tiempo que hiciese falta para que el cuerpo de la maldita india quedase tan frío como el témpano."
Acerca de esta novela, César Aira concluye: "Una guerra la puede contar un estratega, sobre el mapa, y entonces se parece a una explicación; o la puede contar un soldado, desde el campo de batalla, y en ese caso el estruendo y los llantos obstruyen la comunicación. La seda de la prosa de Nuria Amat nos hace sospechar que existe un tercer modo, que es el de los mapas borgeanos del tamaño del territorio; es decir, del tamaño del lenguaje."