CRIMINALES DE GUERRA
Un
portavoz del juez general del ejército estadunidense dijo ayer que
Washington estudia las perspectivas de enjuiciar a Saddam Hussein y a varios
de sus colaboradores por quebrantar la Convención de Ginebra y por
las violaciones a los derechos humanos que perpetró en el pasado
el todavía gobernante de Irak. Al respecto, el diplomático
estadunidense Pierre Richard Prosper ratificó el desprecio de su
gobierno por las instituciones legales internacionales, dijo que "no es
necesario un tribunal internacional para los abusos actuales" y se manifestó
por montar una instancia judicial con los iraquíes opositores que
trabajan para Estados Unidos y que sueñan con ser colocados en el
poder por las fuerzas invasoras.
Las acusaciones de los funcionarios de Washington a los
"crímenes de guerra" supuestamente cometidos por el régimen
iraquí se refieren a la exhibición de prisioneros de guerra
y a cadáveres de soldados estadunidenses e ingleses, así
como a las "falsas rendiciones" de combatientes iraquíes. En cuanto
a las incuestionables atrocidades perpetradas en el pasado por el gobierno
de Saddam, mencionan, en primer lugar, el empleo de armas químicas
contra los soldados ira-níes en 1986 y contra civiles kurdos dos
años más tarde. En la segunda de esas ocasiones, unas 5 mil
personas fueron exterminadas con gases tóxicos en la localidad de
Halabaja.
Nada se dice, sin embargo, de los crímenes perpetrados
por órdenes de George W. Bush y de Tony Blair, máximos responsables
de la actual guerra contra Irak. El primero está a la vista de todo
el planeta y consiste precisamente en haber lanzado la agresión
en curso. No está de más recordar, como hace el analista
John Pilger en The Independent, que en 1946 el Tribunal de Nuremberg desechó
los argumentos de los acusados nazis sobre la "necesidad" de ataques preventivos
contra sus vecinos y dictaminó que "iniciar una guerra de agresión
no sólo es un delito internacional; es el supremo delito internacional,
y únicamente difiere de otros crímenes de guerra en que engloba
en sí mismo el mal acumulado del conjunto". No en vano el veterano
político laborista británico Tam Dalyell sostiene que Tony
Blair es un criminal de guerra que tendría que ser presentado ante
la Corte Internacional de La Haya.
Por si hiciera falta argumentos para acusar a Bush y a
Blair, bastaría con leer los reportes sobre las bombas de racimo
insistentemente empleadas por las fuerzas aéreas angloestadunidenses
contra civiles dentro y fuera de Bagdad -que han dejado cientos de muertos
y mi- les de heridos graves-, la privación de agua potable a los
habitantes de Basora durante dos semanas o el empleo de munición
de uranio empobrecido disparada por aviones estadunidenses A-10 sobre la
devastada capital de Irak.
En cuanto a las gravísimas violaciones a los derechos
humanos perpetradas en el pasado por el presidente de Irak, habría
que puntualizar, sin ánimo de exonerarlo, que fue el gobierno de
Estados Unidos -cuando George Bush padre ocupaba la vicepresidencia y Saddam
Hussein era el aliado consentido, capaz de contener la revolución
islámica iraní- el que su- ministró a Bagdad las armas
químicas que fueron, a la postre, lanzadas sobre los civiles kurdos.
Por supuesto, en ese entonces nadie en Washington evocó la posibilidad
de juzgar al dictador iraquí por semejante atrocidad.
Ante las fársicas acusaciones estadunidenses y
británicas, y cuando el poder de Saddam parece llegar a su fin,
la opinión pública internacional debe tener claro, pues,
que los más peligrosos criminales de guerra del mundo no están
en Bagdad, sino en Washington y Londres.
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