Juan Saldaña
Realidad y televisión
La funambulesca desaparición del presidente iraquí y su familia ha cooperado a construir el dramático y despiadado esquema que nos propina, una vez más, el imperialismo norteño.
Existe un guión. Yo no lo dudo. Corre el video. Se escucha un grito. Lo editamos.
Las arenosas planicies de Irak, sus serranías, las mezquitas y las calles maculadas para siempre por la siniestra presencia de los tanques invasores. El mapa ocre e incoloro en veces de la geografía iraquí se mancha con el redondeado entorno del casco invasor. El soldado anónimo e impersonal ataca con movimientos mecánicos. Sube y desciende. Permanece recostado en las dunas. Al disparar su artefacto hace sentir a los millones de seres humanos que siguen las acciones por la televisión planetaria su primacía en el arte de la muerte. El arte de la dominación y de la muerte.
Es la férrea y feroz victoria de una parte. Es la opresión y es la muerte. Enciendo mi receptor y busco las noticias. Se gana y se pierde. Yo soy el triunfador. Otro y lejano es el pueblo derrotado. Otro es el tirano fugitivo y su familia. Otros son el anciano moribundo y el llanto de la niña ante el indescifrable horror. Yo soy el triunfador. Yo pisoteo. Yo rompo y yo golpeo. Yo disparo. Yo mato. En el fementido nombre de la paz y la justicia yo mato. Por mi democracia y mi paz yo mato. Por mi justicia y mi petróleo mato. Mato y extermino.
Por la televisión hemos logrado convertir la guerra en espectáculo familiar. La pantallita nos reproduce a los muertos como escenografía de cartón. El presidente Fox habla e inaugura. Siguen la guerra y el futbol. El chisme sabroso entre artistas. Sigue la guerra. La serie estadunidense en boga. Sigue la guerra. Gana el América. Sigue la guerra. La estatua del dictador que se derrumba. Sigue la guerra.
El ritmo es demencial. Reduce y empobrece la vida. Opaca la mirada. Entorpece. El fenómeno es claro: a la real realidad de nuestras vidas se ha superpuesto la noticia. Una interpretación de la noticia. La que conviene al imperio. Junto a las falanges triunfadoras marcha el televidente incauto. Se ha vendido el mensaje, él lo ha comprado.
Y ya en la realidad nacional reconozcamos, una vez más, nuestros errores. Yo pregunto: Ƒcómo es posible que después de ajustar nuestra conducta internacional como país a las normas mínimas de la decencia nos preocupemos por haber incomodado quizá a nuestro vecino? Aunque seamos amigos, de rancho a rancho, la nación es otra cosa. Es nuestra historia, lo hemos dicho. Aunque nos pese el pasado priísta. Nuestra conducta internacional fue siempre impecable. Hay que aceptarlo.
Debemos aceptar, desde el nivel presidencial, que Afganistán primero y ahora Irak son dos infamias que violentan el orden mundial. Debemos sostenerlo. No existe asociación de intereses ni historias paralelas que valgan si no somos capaces de aceptar e imponer las normas de una convivencia respetuosa y pacífica entre naciones.
Después de Afganistán y después de Irak habrá que articular nuestra política internacional de manera especialmente cuidadosa. Resolver el acertijo es muy difícil, lo reconozco. Habrá que reconstruir nuestra relación con los vecinos como se arman las punzantes aristas de un espejo roto.
El apoyo de la diplomacia mexicana a la independencia y a la paz tiene su precio. Habremos de pagarlo. Y más en la era de Bush. La era del juego rudo y despiadado. Ese es el escenario que nunca veremos en televisión como la guerra.
Ahí está el desafío. Unir la independencia de nuestra posición externa con nuestro interés bilateral al norte. Mantenernos en pie, no arrodillarnos y al mismo tiempo continuar negociando: nuestro productos del campo; trabajadores migratorios; mercado petrolero tensionado; lucha antidrogas; la deuda nacional con los bancos "del otro lado"; nuestras necesidades de inversión. Esto y mucho más con el trasfondo de relaciones ríspidas, difíciles. Hay que enfrentarlo.
En este mundo dependiente y múltiple nos conmociona e influye la guerra de Irak bastante más de lo que imaginamos. Más allá del cruento espectáculo televisivo, de su enajenación y sus vicios, está la realidad de nuestros pueblos, está el futuro inmediato de México, está nuestro interés y está la Historia.