HIPOCRESIA Y BARBARIE
Uno
de los saldos más evidentes y perniciosos de la invasión
desatada por los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña contraIrak es la brutal erosión del derecho internacional y de principios
fundamentales como la democracia y los derechos humanos. Bush y su camarilla
no dudaron en manosear estos valores para justificar su guerra criminal
y, en el caso del derecho internacional y el respeto a la autoridad de
la ONU, no tuvieron empacho en pasarlos por alto cuando así convino
a sus pretensiones imperiales. Las masacres de civiles iraquíes,
el apoderamiento de la riqueza de esa nación y la conquista misma
de Irak a contrapelo de la legalidad internacional son algunos ejemplos
de la barbarie cometida por Washington en nombre de la libertad, la seguridad
y la democracia.
De igual modo, Israel continúa su infame ocupación
de los territorios palestinos y practica abiertamente el terror y el asesinato
para reprimir ya no a supuestos terroristas, sino a la propia población
palestina. Ayer, la Corte Suprema de Israel dio su consentimiento para
que el ejército de ese país utilice bombas de fragmentación
contra objetivos palestinos, armas devastadoras que han sido condenadas
por las organizaciones defensoras de derechos humanos. Empero, el terrorismo
de Estado de Ariel Sharon suscita complacencia o abierta aprobación
en la Casa Blanca, y la histórica negativa del gobierno israelí
a acatar las resoluciones de Naciones Unidas sobre Palestina no ha motivado
nunca a Washington y a sus aliados a construir una coalición internacional
que las haga cumplir.
La flagrante hipocresía que se percibe en estos
hechos demuestra que los gobiernos de las naciones más poderosasno dudan en concederse un amplio margen de impunidad, al amparo -ellos
sí- de sus arsenales de destrucción masiva, y que para Washington
y sus esbirros los derechos humanos, la legalidad internacional y los valores
de la civilización y la democracia no son sino conceptos manejados
a su conveniencia. En cambio, las naciones pobres o contestatarias reciben,
bajo el argumento de hacer cumplir esos valores traicionados por los más
fuertes, todo el peso de la barbarie y la ley de la jungla. En este contexto,
son de destacar las declaraciones de José Luis Soberanes, presidente
de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, de que México
debe abstenerse en Ginebra de condenar a Cuba por los casos de violaciones
a las garantías fundamentales perpetradas en ese país, pues,
dijo, "debe condenarse a todos, no nada más a los pobres". ¿Por
qué condenar a Cuba y no a Estados Unidos, a Israel o incluso a
México, donde también se cometen graves vulneraciones a los
derechos humanos? El uso político de los derechos humanos, sea en
función de intereses geoestratégicos o estrictamente locales,
no es sino un síntoma del doble rasero que permea las relaciones
internacionales y propicia la práctica inmoral de castigar al débil
y tolerar al poderoso. La ejecución de tres secuestradores de una
embarcación en Cuba constituye un acto brutal y reprobable, que
repite las mismas prácticas inhumanas y totalitarias contra las
que el socialismo ha combatido a lo largo de su historia. Tales ejecuciones
constituyen un crimen inaceptable e injustificable, pero su denuncia no
debe ser utilizada para hacer el juego a los intereses imperiales de Estados
Unidos ni para perpetuar la hipocresía general.
En el deteriorado contexto mundial es urgente emprender
una completa reformulación de las instancias y los mecanismos multilaterales
que restituya la autoridad de la ONU, contenga el frenesí bélico
y la impunidad de las potencias, así como reivindique la vigencia
plena de los derechos humanos y la legalidad internacional a escala global
y sin excepciones. De lo contrario, la humanidad podría reincidir
en la barbarie, la quiebra moral y las catástrofes, fenómenos
que siguen peligrosamente vigentes.
FIN DE UNA EPOCA
Con la renuncia, ayer, de Gustavo Iruegas a la Subsecretaría
para América Latina y el Caribe y, hace unos meses, del también
subsecretario Miguel Marín Bosch, se cierra un importante y honroso
ciclo de la diplomacia mexicana y se da entrada a una etapa de pragmatismo
y alineamiento con Washington en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Durante décadas, Iruegas fue un destacado diplomático
con amplia visión latinoamericanista y operador clave de importantes
procesos de paz en la región, entre ellos los de Nicaragua, El Salvador
y Guatemala. Además Iruegas fue un interlocutor de alto nivel en
las relaciones de México con Cuba, hoy sumamente deterioradas, y
protagonista de los esfuerzos de México para propiciar la integración
de La Habana en algunos espacios del concierto latinoamericano. Pese a
su polémica actuación en Chiapas durante el gobierno de Ernesto
Zedillo, la participación de Iruegas en diferentes gestiones diplomáticas
forma parte de la gran tradición mexicana en el ámbito de
las relaciones internacionales (no intervención, libre determinación
de los pueblos, compromiso en favor de la paz) y de la posición
independiente de México frente a Washington, valores hoy reducidos
por el régimen foxista y sus dos cancilleres, Jorge G. Castañeda
y Luis Ernesto Derbez. La salida de Iruegas es también la del último
representante de esa tradición en los altos mandos de la Secretaría
de Relaciones Exteriores.
Así, parece claro que Tlatelolco se apresta a plegar
-en aras de un pragmatismo de dudosa eficacia y preocupante condescendencia-
la política exterior de México al nuevo orden mundial preconizado
por Bush y, para ello, se renuevan los cuadros de la cancillería
con un nuevo perfil de diplomáticos más proclives a Washington
-algunos de ellos improvisados, como el propio Derbez- y se prescinde de
aquellas voces experimentadas que habrían resistido, eventualmente,
el creciente alineamiento del gobierno de México a los designios
de la Casa Blanca.
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