La celebración indígena es un
elemento de afirmación ante las intromisiones culturales
Semana Santa, la festividad religiosa más importante
para los rarámuris
En ella plasman sus problemas cotidianos y la ancestral
marginación de su pueblo El baile de los fariseos dura
día y noche Ofrecen el ceremonial para pedir buenas cosechas en
el ciclo agrícola
MIROSLAVA BREACH VELDUCEA CORRESPONSAL
Chihuahua, Chih., 17 de abril. Inmersos en un constante
conflicto cultural, los grupos indígenas de la sierra Tarahumara
celebran con fervor la Semana Santa católica, en la que cada año
plasman sus problemas cotidianos y la ancestral marginación de su
pueblo.
Rarámuris -nombre indio original de la tribu tarahumara-
y tepehuanos, los grupos étnicos más numerosos de la región
serrana, participan en una ceremonia religiosa en la que escenifican la
pasión y muerte de Jesucristo, como un recurso cultural simbólico
por medio del cual expresan el apego a sus usos y costumbres. También
manifiestan así los cambios sociales que han vivido, resultado del
mestizaje.
En las comunidades indígenas de la sierra y en
los asentamientos urbanos o comunidades que forman los rarámuris
en las principales ciudades del estado, la escenificación de la
Semana Santa es la festividad religiosa más importante. Las ceremonias
respectivas se inician el 2 de febrero y se prolongan hasta el Domingo
de Resurrección.
Durante ese periodo los siríames (gobernadores
tradicionales) distribuyen tareas y transmiten parte de su autoridad a
los grupos encargados de la conmemoración.
A
lo largo de la llamada Semana Mayor las danzas, a cargo de un grupo de
fariseos seleccionado entre los hombres jóvenes más
fuertes, vecinos de diversas comunidades, se prolongan toda la noche y
se intensifican el Jueves y Viernes Santos, así como en el Sábado
de Gloria.
Estos personajes se convierten en los protagonistas de
la ceremonia y acaparan para sí la dirección de la comunidad
indígena. Integra a los fariseos un número variable
de jóvenes con actitud alegre, cómica y desenfadada, que
aportan un elemento irreverente a la celebración católica.
En centros ceremoniales como el de San Ignacio de Arareko,
en el poblado de Creel, se reúnen cientos de indígenas ataviados
con su vestimenta tradicional: taparrabos de manta, colleras, huaraches
de llanta y bastones. Los hombres pintan sus cuerpos con rayas o puntos
blancos para bailar con giros constantes al ritmo uniforme de tambores,
flautas y violines.
Los fariseos encargados de la celebración
religiosa tienen a su cargo también los preparativos del convite
(tónare, en idioma rarámuri), en donde comen y beben
tesgüino día y noche, mientras bailan sin cesar en lo que llaman
su noríruachi (tiempo de dar vueltas), el ritual de la Semana
Santa.
El baile ceremonial sólo se interrumpe a ratos,
cuando mujeres y hombres participan en misas celebradas por sacerdotes
católicos, en las que se representan escenas de la pasión
y muerte de Cristo con estricto apego a los textos bíblicos.
Distintos estudios antropológicos sobre el ceremonial
de la Semana Santa tarahumara describen el ritual como un representación
de la lucha entre el bien y el mal, escenificada por varones mayores de
edad. La festividad religiosa es para los rarámuris tiempo de veneración,
contemplación y festejo, como alegoría de un largo duelo
en el que siempre triunfa el bien con la resurrección de Jesús.
Según el análisis Culturas indígenas
de la sierra Tarahumara, realizado por el Empresariado Chihuahuense,
la Semana Santa en la región se observa y analiza en varias formas
y desde distintos ángulos. Entre ellos destaca el conflicto que
existe entre los rarámuris y la fuerza que ejerce el constante mestizaje.
La visión religiosa indígena sintetiza la
problemática que aqueja a las comunidades locales, afectadas por
el narcotráfico, los cacicazgos, el despojo de sus tierras y la
explotación de sus bosques. Además, recientemente las denominaciones
cristianas protestantes han influido en indígenas jóvenes
que abandonaron muchos de los usos y costumbres de sus mayores, arraigados
en la cultura india y la aculturación impuesta por los jesuitas
que edificaron misiones en la Tarahumara.
Pese a todo, la Semana Santa es todavía una de
las expresiones culturales más importantes de los grupos étnicos
de la Alta y Baja Tarahumara, que con particular fervor ofrecen el ceremonial
a Dios para obtener buenas cosechas en el ciclo agrícola que está
por iniciar.
La parte central en la celebración de la Semana
Santa indígena comienza el miércoles, con la limpieza y arreglo
del espacio ceremonial, donde se levantan arcos por los que pasarán
los danzantes. En el Jueves Santo los miembros de la comunidad escenifican
la procesión del Viacrucis y danzan por los alrededores de las iglesias.
Para el viernes este acto se extiende en todo el poblado
hasta llegar, en algunos casos, a los campos de cultivo que son bendecidos
en conclusión del invierno y la preparación de las tierras,
lo que significa el principio de un año agrícola más.
Un crucifijo envuelto en una sábana permanece guardado
en el interior del templo, simbolizando la muerte de Cristo. De la misma
manera, aparece la imagen de la Virgen María llamada La Dolorosa.
El Sábado de Gloria los indígenas se reúnen
a la quema del Judas, representado por un muñeco de paja
vestido de ropas viejas que simula al mestizo (chabochi). Este lleva
sombrero, botas, un cigarro y un bote de cerveza, hasta que finalmente
el domingo, con la resurrección de Jesús, las comunidades
rarámuris regresan a su vida cotidiana.