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México D.F. Jueves 5 de junio de 2003
MEDIO ORIENTE: REMEDO DE PAZ
Cabe
esperar que el encuentro de ayer en Aqaba, Jordania, entre George W. Bush,
Ariel Sharon y el primer ministro palestino, Abu Mazen, incida en una reducción
de los atentados terroristas palestinos contra blancos civiles israelíes
y en un freno a la represión genocida y criminal que Tel Aviv realiza
en forma cotidiana en los territorios ocupados. Si así ocurre, acaso
pueda generarse el ambiente propicio para renegociar un acuerdo de paz
entre ambos pueblos. Pero en lo inmediato sería iluso confundir
la denominada hoja de ruta elaborada por el cuarteto para Medio Oriente
(la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia y la ONU) con un proceso
de paz verosímil y viable. Lo que se ha producido en días
recientes es apenas un conjunto de gestos de paz que pueden ser capitalizados
para replantear los temas reales del conflicto. Si no se produce ese replanteamiento,
la gestión referida irá al fracaso y la violencia seguirá
su curso.
Cabe recordar que la conformación de ese cuarteto
de poderes mediadores fue un intento por superar la manifiesta parcialidad
de la "mediación" estadunidense en el conflicto palestino-israelí,
pero ese favoritismo, a la vista de los resultados, sigue siendo un peso
desmesurado y un obstáculo para la consecución de una paz
real y profunda entre ambas partes.
De hecho, para llegar al punto actual de las negociaciones,
Bush y Sharon hicieron equipo para obligar a los palestinos -a punta de
bombardeos, asesinatos y destrucción de la infraestructura- a nombrar
autoridades al gusto de los ocupantes y a aceptar una propuesta ignominiosa
que excluye la solución de algunos puntos centrales del conflicto
y que deja en el limbo la solución de otros. Tal es el caso del
problema de los palestinos expulsados de sus poblaciones, ubicadas en lo
que es ahora territorio israelí propiamente dicho, cuyo derecho
al retorno no es siquiera especificado en el documento de los cuatro. Otro
asunto nodal es el de los asentamientos israelíes en Gaza, Cisjordania
y la Jerusalén oriental, llamada Al Qods por los árabes.
La hoja de ruta sólo hace referencia al desmantelamiento de las
colonias judías creadas desde marzo de 2001, pero deja irresuelto
el tema de los asentamientos establecidos desde 1967 a la fecha en los
territorios palestinos. Un tercer problema que permanece en la indefinición
es el reclamo histórico palestino de establecer su capital nacional
en Al Qods (Jerusalén).
Esas omisiones convierten el actual proceso diplomático
en una mera parodia de gestión pacificadora que carece de credibilidad
tanto entre amplios sectores de la sociedad palestina, sectores más
vastos y complejos que las organizaciones terroristas, como entre las ultraderechas
israelíes -a las que pertenece el actual primer ministro-, que saben
que, en el fondo, cuentan con el respaldo del gobierno de Estados Unidos.
Para finalizar, lo que evidencia la insustancialidad de
los encuentros recientes es el conjunto de compromisos aceptados por una
Autoridad Nacional Palestina que sólo existe en los documentos de
las cancillerías. De hecho, esa instancia de poder fue destruida,
desvirtuada y deslegitimada por Israel y Estados Unidos en el curso de
los pasados tres años. Hoy, Abu Mazen y su equipo carecen
de la autoridad moral requerida para detener a los terroristas, en tanto
que la autoridad policial de Gaza y Cisjordania fue arrasada por las tropas
ocupantes. En tales circunstancias, la única forma de acabar con
los atentados es poner fin a la ocupación, a la opresión,
a la humillación sistemática y al escamoteo de los derechos
básicos del pueblo palestino. Para orientar el conflicto a una paz
verdadera habría que incluir esos propósitos en la hoja de
ruta y obligar a Tel Aviv a que participe en su cumplimiento.
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