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México D.F. Lunes 9 de junio de 2003
El pillaje se perpetra ante la mirada de los invasores
angloestadunidenses
Ríos de lágrimas en el Irak saqueado
ROBERT FISK ENVIADO DE THE INDEPENDENT
Hubo lágrimas abundantes en Um Alkarab, muchas
de ellas bañando el rostro de Eqbal Qazem, de 35 años, subdirectora
del Museo de Antigüedades de Nasiriya. Fue ella quien evitó
que los saqueadores robaran las antigüedades de su museo durante la
gran intifada chiíta de 1991 contra el régimen de
Saddam, la rebelión que el presidente George Bush padre impulsó
y luego traicionó, cuando los estadunidenses no llegaron en auxilio
de los insurgentes. Cuando comenzaron los tiroteos en las calles de Nasiriya,
ella salió corriendo del museo, pero luego, temiendo por los tesoros
que había llegado a amar, regresó, se cosió en la
ropa los aretes y demás joyas y tomó un taxi para Bagdad.
El gobierno la recompensó por su valor, y luego nombró a
un ignorante miembro de la directiva baazista al frente del museo y le
arruinó la vida a la funcionaria.
Hace 12 años arriesgó la vida por la herencia
sumeria. Hoy trastabillaba entre los despojos de su historia, con hombros
temblorosos y lágrimas cayéndole del rostro a la candente
arena. "¿Qué puedo hacer, si no llorar?", expresó.
"Esta es una de las grandes tragedias de la arqueología."
Cuando encuentro una lámpara de aceite de 3 mil
años de antigüedad -perfecta hace unas semanas, y ahora partida
limpiamente a la mitad-, ella la toma amorosamente en sus manos y pasa
los dedos alrededor de la pieza, de color rojo brillante. Luego la arroja
en la arena, ahogándose en llanto. "No podemos tomar nada de este
sitio, no está permitido", dice, y ríe con amargura ante
tal moralidad. El personal de los museos de Bagdad debe sujetarse a las
antiguas reglas baazistas -no tomar nada so pena de ser acusado de robo-,
mientras los verdaderos ladrones, los profesionales con pedidos que surtir,
hechos desde Suiza, Nueva York o Londres, se llevan los tesoros en camiones.
Y digo camiones en serio. Las huellas de llantas de transportes
pasados llegan hasta las piedras de Um Alkarab. En la ciudad vecina de
Umma, con 12 kilómetros cuadrados de antigüedades destruidas,
los saqueadores están aún en plena tarea. De hecho me los
encontré sentados fuera de sus tiendas de campaña, levantadas
entre montones de excavaciones inexpertas. Bromean con los guardias armados
que supuestamente protegen el sitio -y quienes sospecho cada vez más
que toman parte en el despojo- y ríen cuando uno de los tribeños
locales, que lleva un rifle Kalashnikov, grita sobre los escombros:
"No venimos a hacerles daño".
El
daño ha sido hecho, no a ellos ni a nosotros, sino a lo que nos
pertenece a todos bajo este suelo. "No sé quiénes eran estas
gentes", me dice uno de los ladrones, sonriendo bajo su kuffiah roja brillante
mientras sostiene un gran fragmento de alfarería del periodo medio
de Sumeria, decorado con un cordón de barro. "Yo sólo cavo,
tomo lo que encuentro y lo vendo."
Pero no sólo hace eso. En Um Alkarab había
un palacio, cuyos muros estaban tapizados con ladrillos, cada uno de los
cuales contiene la huella del pulgar y el índice de quien lo fabricó.
Formaban la fachada del palacio, junto con la de un templo cercano. En
su afán de encontrar joyas ocultas, los saqueadores han desprendido
los ladrillos del muro y lo han derribado en varios puntos, con lo cual
prácticamente han destruido el palacio entero. Cerca de allí
yace parte de una urna, en la cual se encuentran restos humanos de muchos
miles de años de antigüedad, dos huesos blancos como el marfil.
Uno de los guardias los levanta, resopla con gesto burlón
y los arroja al suelo. Los recojo, los vuelvo a poner en el fragmento de
jarrón y entonces me doy cuenta de la verdad: es la vida que esa
gente creó -la vida que nos dio, no sus huesos- la que es sagrada.
Joanne Farchakh, arqueóloga libanesa que realiza
un estudio exhaustivo del gigantesco robo de la historia cultural de Irak
para la revista francesa Archeologia, y que rodea con el brazo a
su amiga Eqbal Qzem cuando la ve llorar, cree que por lo menos en mil años
no se había dado una destrucción arqueológica de esta
escala.
"Estas ciudades se contaban entre las más importantes
de la civilización sumeria, y Um Alkarab y Umma se han ido para
siempre", señala. "Han sido destruidas. Hubo algunos saqueos antes
de la guerra, por ejemplo en museos, durante el levantamiento de 1991 contra
Saddam, y en Nínive, cuando los ladrones se llevaron partes de un
muro decorado."
Una de esas piezas fue hallada más tarde por la
policía británica -iba en camino hacia un coleccionista de
Israel- y devuelta a Irak. Pero hace tres semanas los ladrones regresaron
en masa a llevarse el resto del muro y lo rompieron en pedazos.
"Hay que entender cómo son estos coleccionistas",
expresa Farchakh. "Quieren las piezas que les faltan en su colección.
Tienen, digamos, cerámica acadia y artefactos babilonios, y otros
objetos de los periodos sumerios medio y tardío, pero quieren del
periodo temprano para completar su colección. Los saqueadores tienen
pedidos que cumplir. Excavan hasta las capas inferiores y destruyen todo
lo que encuentran encima. Lo mismo ocurrió en el Museo de Bagdad.
Los ladrones buscaban cabezas de estatuas de 2 mil años de antigüedad,
así que estrellaron las esculturas en el piso para arrancárselas.
Las querían de alrededor del año 300 aC. Una de las estatuas
simplemente se rompió en pedazos."
Los arqueólogos iraquíes expresan acongojados
elogios por los esfuerzos de Saddam Hussein por preservar la herencia de
Irak -por lo menos la parte de la herencia que no saqueó para sí
mismo- y recuerdan con cierta satisfacción la ejecución de
nueve hombres en Mosul, en 1998, por tratar de sacar vestigios arqueológicos
del país. El otoño pasado, cuando la guerra ya parecía
inevitable, arqueólogos de Irak y Estados Unidos se esforzaron por
salvaguardar los tesoros culturales de Mesopotamia. En Bagdad, el personal
del museo comenzó a trasladar oro y joyas a las bóvedas del
Banco Central en las que ya se había guardado el llamado "tesoro
de Nemrod" y transfirieron otros artículos a una bóveda secreta
en el distrito de Mansur.
En Washington, expertos estadunidenses en arqueología
de Mesopotamia, entre ellos McGuire Gibson, del Instituto Oriental de la
Universidad de Chicago, sostuvieron su hoy famosa reunión con planificadores
del Pentágono para advertirles de los peligros a la herencia cultural
del país que se disponían a invadir. El Pentágono
fue informado de los vastos sitios sumerios del sur del país, inclusive
los de los alrededores de Nasiriya, los mismos sitios que vi poco después
de su destrucción.
La reacción del gobierno de George W. Bush fue
de poco menos que desdén. Después de que el vocero de la
Casa Blanca, Ari Fleischer, trató de sacudirse la responsabilidad
por el bloqueo afirmando que era una "reacción contra la opresión",
y después de la vergonzosa respuesta del secretario de la Defensa,
Donald Rumsfeld, "¡Ocurren cosas!", la respuesta más cobarde
fue la del general brigadier Vincent Brooks, vocero del comando central
estadunidense en Qatar: "No creo que nadie hubiera previsto que las riquezas
de Irak serían saqueadas por los iraquíes".
Ridículo. El pillaje de 1991 mostró hasta
dónde podrían llegar los saqueos en masa, y la idea de que
"los iraquíes" eran culpables del latrocinio de los tesoros del
país era casi racista. ¿No estaban los compradores extranjeros,
entre ellos los de Estados Unidos, implicados en este genocidio cultural?
Además, los estadunidenses no tenían razón
en sostener que nadie les había advertido. Aparte de la reunión
en el Pentágono, hubo numerosos artículos en la prensa internacional
sobre el peligro de pillajes. Un artículo en el Internatonal
Herald Tribune del 8 de marzo advertía sobre la forma en que
los saqueadores "excavan sitios arqueológicos" en Irak, y añadió
en forma premonitoria que "los sitios arqueológicos en la zona requieren
con urgencia de protección armada si se desencadena un conflicto".
Una nota de The Independent publicada dos meses antes, el domingo
12 de enero, relataba la historia de la exploración arqueológica
en Irak y avisaba del riesgo que corrían sus tesoros nacionales
en caso de hostilidades.
Con todo, el comentario del general Brooks es aún
más ridículo a la luz de un notable artículo titulado
"Amenaza a la civilización", que apareció en el propio periódico
de las fuerzas armadas estadunidenses, Stars and Stripes, el 23
de marzo, cinco días después del inicio de la invasión
angloestadunidense.
El periódico, que lee todo miembro del ejército,
la marina y la fuerza aérea estadunidenses, reproducía la
advertencia de McGuire Gibson de que "podrían ocurrir pérdidas
después que cese el bombardeo", recordando "el saqueo de cerca de
4 mil objetos de las ciudades iraquíes después de la guerra
del golfo Pérsico (1991)", y agregaba una lista pormenorizada de
"artículos invaluables" del Museo de Bagdad, entre ellos "objetos
de piedra y pedernal de 40 mil años de antigüedad, sellos cilíndricos
de hace 5 mil años y aretes chapados en oro de hace 4 mil 500 años,
con los que fueron enterradas princesas sumerias".
Había en ese texto otras referencias a los riesgos
del pillaje. ¿Y a pesar de todo eso sostuvo el general Brooks que
el saqueo no podía haberse previsto?
Genocidio cultural
La historia del despojo al museo borró el brillo
inicial a la "victoria" de Bush y Tony Blair en la guerra; por desgracia,
el fracaso en encontrar armas de destrucción masiva sabotea sus
alardes en forma mucho más dañina que la destrucción
de la cuna de la civilización.
Ya desde el momento en que The Independent y un
equipo de la televisión francesa entraron en el Museo de Bagdad,
en las primeras horas del 11 de abril -horas después de que los
saqueadores habían huido con la vasija sagrada de Warca, la estatua
acadia de Basitki y cientos de tesoros más-, los estadunidenses
han estado intentando explicar su fracaso abismal en salvaguardar las reliquias
culturales de la nación que supuestamente vinieron a liberar. Y
aun así pasaron seis días, hasta el 16 de abril, para que
un batallón de tanques estadunidenses llegara a resguardar el museo.
Ese 11 de abril, después de haber contemplado las
piezas destrozadas de alfarería en el almacén del museo,
comparé ese saqueo con el genocidio cultural de la Segunda Guerra
Mundial. Pero después de visitar los sitios sumerios del sur de
Irak -donde con toda seguridad se descubrió un número infinitamente
mayor de tesoros, los cuales se vendieron a coleccionistas extranjeros-
me inclino a colocar las pérdidas en una escala más épica,
algo equiparable al incendio de la magna biblioteca de Alejandría
en la antigüedad.
Los estadunidenses han intentado con desesperación
recomponer su posición moral enviando a Bagdad escuadrones de agentes
de la FBI, de la CIA y de inteligencia del ejército para rastrear
los artefactos perdidos. Policías de Nueva York y gerentes de United
Airlines que son reservistas de los cuerpos de inteligencia se ocupan en
leer la epopeya de Gilgamesh y en aprender cómo la civilización
semita sucedió a los sumerios, fundó la ciudad de Babilonia
y la capital asiria de Nínive. "Antes de que me asignaran a esta
investigación ni siquiera sabía cómo se escribía
Irak", reconoció uno de los hombres de inteligencia, con quien charlé
la semana pasada.
También se esfuerzan los estadunidenses por mejorar
el aspecto de los hechos, al menos para ellos. Su informe más reciente
afirma que el personal del museo salió del edificio el 8 de abril,
después de que "tropas estadunidenses se trenzaron en intensos combates
con fuerzas iraquíes que combatían desde los terrenos del
museo... Fue durante este periodo cuando ocurrieron los saqueos, los cuales
terminaron el 12 de abril, cuando algunos miembros del personal regresaron
a sus puestos. Las llaves del museo estaban guardadas en una caja de seguridad
de la dirección y no se habían encontrado hasta entonces".
En realidad, el saqueo ya había concluido en las
primeras horas del 11 de abril, que fue cuando entré al edificio.
Joanne Farchakh, la arqueóloga libanesa, sigue convencida -como
muchos de los investigadores estadunidenses- de que esto fue un trabajo
hecho por gente "de adentro". De hecho sospecha que muchos de los artículos
robados -en especial la vasija de Warca, de 94 centímetros de alto,
con sus ilustraciones de los ritos cotidianos en el templo de los dioses-
bien pudieron haber sido ordenados por coleccionistas internacionales desde
antes que empezara la guerra. "Estos coleccionistas son egoístas",
dice. "Si tienen la vasija de Warca, jamás la mostrarán:
no pueden, porque los arrestarían. Es como tener la Mona Lisa.
Tendrán que ponerla en una cueva e ir a verla de vez en cuando.
Es una conducta increíblemente egoísta, pero, como están
comprando, envían un mensaje claro: ¡Más! Por eso ahora
se destruyen los sitios sumerios."
En forma significativa, el objetivo primario del equipo
policiaco estadunidense no es la persecución criminal. A los ladrones
capturados en Bagdad con figurillas, cacharros o collares no se les procesa:
los estadunidenses les decomisan los objetos y los dejan ir. Eso significa,
claro, que los traficantes de Londres, Ginebra y Nueva York, y los escuálidos
pero pudientes grupos de coleccionistas internacionales -cuya vida es aún
más segura gracias a los intentos británicos en Bruselas
por hacer menos severa la legislación internacional contra el contrabando
de piezas arqueológicas- tienen poco de que preocuparse.
Hace dos semanas, más de un mes después
del pillaje en el museo, el coronel Matthew Bogdanos, jefe de los investigadores
estadunidenses, se quejó de que sus hombres se veían obstruidos
por el "sistema manual e incompleto de registro de objetos que tiene el
museo" y la extendida creencia de que éste formaba parte del partido
Baaz de Saddam. "Después que el equipo (estadunidense) localizó
cajas de libros y manuscritos invaluables en un refugio antibombas en Bagdad,
intentó regresarlos al museo", relató Bogdanos. Sin embargo,
residentes locales se opusieron a que se llevaran al museo mientras éste
no tuviera nueva administración, y entonces "el equipo recibió
inventarios de las cajas y accedió a que permanecieran guardadas
en el refugio, protegidas por una guardia vecinal de 24 horas".
Nada tenían de imaginarios los temores de los residentes.
La semana pasada, por ejemplo, los directivos iraquíes del museo
se trenzaron en una discusión a gritos con el personal de apoyo.
La causa era tan simple que da miedo. Los directivos fueron designados
por el partido Baaz y bajo el régimen de Saddam enviaban de rutina
informes sobre los empleados a los servicios de inteligencia iraquíes.
Todavía hoy se niegan a dejar que los empleados vean esos informes,
pese a que un curador cree que por causa de uno de ellos su hermano fue
ejecutado en la horca. La gerencia se negó a dejarle ver el documento
e identificar la firma. Cuando el personal se acercó a las fuerzas
estadunidenses en demanda de ayuda, éstas se negaron a intervenir.
Por su parte, los funcionarios del museo rehusaron informar
a los ocupantes la ubicación de otro almacén secreto "hasta
que se establezca un nuevo gobierno en Irak y las fuerzas invasoras se
vayan del país". Los estadunidenses tuvieron que conformarse con
un inventario de los artículos que no se les dejó ver. El
coronel Bogdanos enlista como recuperadas 42 piezas importantes que fueron
robadas de las galerías públicas del museo, pero entre las
33 que aún faltan se encuentran la vasija de Warca y la estatua
de Basitki. Otras 15 piezas están dañadas, entre ellas la
magnífica Arpa Dorada de Ur, aunque su cabeza está guardada
en una bóveda de banco.
De los 2 mil 100 jarros, vasijas y otros cacharros desenterrados
en excavaciones que fueron robados de salas de almacenamiento, 800 han
sido recobrados. Pero, como me dijo la semana pasada otro oficial de inteligencia
estadunidense, "no se emocionen cuando digamos que encontramos otras 15
piezas. La gente cree que hablamos de 15 estatuas, pero a veces la pieza
es una parte de un jarrón, del tamaño de una uña".
En almacenes temporales se han recuperado sólo
12 de 150 piezas. Los estadunidenses aseguran haber descubierto indicios
de que los combatientes iraquíes usaron el museo en la batalla final.
Dicen que encontraron partes de granadas disparadas con lanzacohetes, una
caja de municiones y un portacartuchos cerca de la ventana de un almacén,
y que se dispararon granadas desde el techo del museo infantil. También
se halló sangre de un combatiente muerto o herido dentro del almacén.
Cierto, aún pueden verse trincheras iraquies en
terrenos del museo, en las cuales encontré cartuchos de AK-47
cuando entré, el 11 de abril. Los ladrones, afirman los estadunidenses,
parecen haber llegado después de que se fueron los combatientes.
Y fue su posesión de las llaves del museo la que les proporcionó
su premio.
En un almacén, según el coronel Bogdanos,
"los ladrones tenían llaves que habían estado escondidas
en el museo. Estas llaves eran de gabinetes de ese almacén que contenían
miles de monedas griegas, romanas y helenísticas. Irónicamente
los ladrones parecen haber tirado las llaves en una de las cajas. Después
de buscarlas frenética e infructuosamente en la oscuridad y arrojar
las cajas en todas direcciones, se fueron sin abrir ninguno de los gabinetes".
Derecho internacional impreciso
Nadie en Irak, y muy pocos académicos en Estados
Unidos, duda que Washington tiene gran responsabilidad por la destrucción
de la herencia cultural iraquí, y eso incluso antes del descubrimiento
del pillaje masivo de los grandes sitios arqueológicos sumerios,
lo cual debe provocar un clamor aún más indignado que el
del museo de Bagdad.
Sin embargo, el derecho internacional es impreciso en
cuanto a los deberes de una potencia ocupante. La cuarta Convención
de La Haya, de 1907, señala que "el pillaje está formalmente
prohibido". Este texto formó parte de la Convención de Ginebra
de 1949, pero los Protocolos de Ginebra -que contienen un párrafo
sobre la "Protección de la propiedad cultural en caso de conflicto
armado"- jamás fueron firmados por Estados Unidos.
En cualquier caso, el pillaje de Irak -que sigue en marcha
ante la mirada de la potencia ocupante angloestadunidense- tiene un efecto
extraño y poderoso. Cuando el mercado se satura de artículos
robados, los precios comúnmente caen. Ahora, en cambio, se elevan
en forma estratosférica los de tesoros sumerios, acadios y babilonios.
"Tanto de la historia de Mesopotamia inunda los mercados, que los coleccionistas
quieren más", apunta Joanne Farchakh. "Son voraces. Los mercados
internacionales ocultan de la justicia a estas personas. El suelo iraquí
es rico en estos tesoros escondidos."
En tanto, las potencias ocupantes no hacen nada. ¿Por
qué habrían de hacerlo? Ya no tienen que preocuparse por
la antigua ciudad de Umma, ni de la llamada Madre de los Escorpiones.
Porque ya no existen.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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