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México D.F. Lunes 9 de junio de 2003
ELEVAR EL NIVEL DE LAS CAMPAÑAS
El
momento prelectoral en que se encuentra el país se ha caracterizado
en forma cada vez más clara por el fuego cruzado de acusaciones
sobre desaseos y presuntos delitos electorales. La generalidad de los partidos
políticos, la Presidencia de la República, la Secretaría
de Gobernación, los gobernadores, el Instituto Federal Electoral
y la dirigencia de la Iglesia católica se encuentran ya como acusados,
como acusadores o en ambas situaciones, inmersos en esta guerra de descalificaciones
y señalamientos que tiene sin duda elementos reales, pero que también
magnifica los defectos y los vicios de las campañas en curso con
miras a los comicios del próximo 6 de julio.
La sociedad es sin duda receptiva a los señalamientos
de malos manejos electorales. Los fraudes regulares, los desvíos
de recursos públicos para hacer las campañas de candidatos
oficiales, la parcialidad de las autoridades electorales y las consiguientes
distorsiones de la voluntad popular son parte de un pasado político
cercano y hasta de un presente oprobioso, en el caso de no pocas entidades
y ayuntamientos. Para no ir demasiado lejos, en los comicios de hace tres
años, que ciertamente marcaron un hito en la transición democrática
del país, se cometieron chanchullos tan monumentales como el Pemexgate
y manoseos de fondos tan inocultables como el que perpetraron los Amigos
de Fox. La suspicacia se multiplica por el hecho de que los operadores
intelectuales de ambos episodios disfrutan, hasta ahora, de una vergonzosa
impunidad.
Con tales antecedentes, cualquier acusación por
malos manejos y conductas sospechosas en materia comicial puede resultar,
en principio, verosímil. Por desgracia, algunas de las que se han
formulado en días recientes parecen ser ciertas. Pero debe notarse
también que los protagonistas políticos están recurriendo
a la descalificación sistemática de otros actores -aunque
no sean sus adversarios frontales- como una táctica más para
procurarse votos.
Sin ánimo de soslayar actitudes que podrían
representar infracciones reales de la legalidad electoral del país,
es pertinente hacer un llamado a los protagonistas partidarios de los comicios
próximos para que desarrollen campañas propositivas en lugar
de golpeteos y acusaciones en diagonal; a las autoridades y a los funcionarios
cabe pedir mayor serenidad y modales cívicos para que eviten enfrascarse
en debates inútiles y protagónicos; a sectores de poder que
deben permanecer al margen del proceso, como la jerarquía católica,
hay que exigirles respeto a la ley.
Ha de tenerse en cuenta que los debates y los intercambios
de imputaciones públicas que tienen lugar no sólo descalifican
a sus actores, sino que alimentan el hartazgo de la ciudadanía hacia
la clase política y la indiferencia ante los comicios. Esos saldos
no son favorables para los partidos, para las instituciones ni para el
país.
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