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México D.F. Miércoles 11 de junio de 2003

José Steinsleger

Gérard Pierre-Charles: muletas de coraje

A fuerza de soñar con que están despiertas, hay personas que duermen sin soñar. Por eso viven aburridas y por eso creen (si el acto de rezumar hiel se los permite) que su sabiduría consiste en despreciar los ruidos y vulgaridades del mundo. Neurosis que afecta especialmente a no pocos intelectuales y que, antes de revelar falso orgullo, es prueba de inepcia y cobardía, cuando no de ambas cosas.

De algunos años a la fecha, buena parte de los intelectuales latinoamericanos pasan largas temporadas de convalecencia en los hospitales del escepticismo. Su enfermedad, la duda metódica, tiene cura. Pero rehúsan curarse, pues con el tiempo que llevan enjaulados le cobraron amor a la jaula y olvidaron que sólo es fe viva y activa la que se erige sobre la derrota de las dudas.

Se trata de personas que conforme fueron descreyendo en el advenimiento de una sociedad mejor, empezaron a decirnos que trabajar por ella era cosa de místicos y mistificaciones y no el deber y el honor de la inteligencia, el sentimiento y la voluntad del hombre y la mujer moderna.

Fue así que un buen día de 1986, después de 26 años de exilio fecundo en México, los sociólogos Gérard Pierre-Charles y Suzy Castor, su inseparable compañera, se regresaron a Haití. La tiranía de Jean Claude Duvalier había caído y el retorno de ambos era la expresión de su determinación a seguir la lucha.

Sus amigos quedamos inquietos. En Haití las cosas habían variado poco desde la insurrección antiesclavista que le abrió los ojos al mundo poniendo en entredicho unos Derechos del hombre tan "modernos" que excluían a esclavos y mujeres (1791) y que se había convertido en segunda república independiente de América y primera república negra del mundo (1803). Epopeya que los académicos del "primer mundo" no estudian con detenimiento porque les resulta insoportable la humillación y derrota de los ejércitos de Napoleón a manos de los negros alzados de Touissant L'Ouverture, Jean Jacques Dessalines y Alejandro Petion. Wellington es más elegante.

Suzy y Gérard nos tranquilizaron diciendo que el amor de nosotros era lo que hacía crecer su coraje. Pero claro, con reservas, una vez que muchos nos habíamos reflejado en los ojos de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Alaíde Foppa, asesinados en Bolivia y Guatemala, y en los de Araceli Pérez Arias, socióloga mexicana de la Ibero caída en combate en Nicaragua.

Me pregunto entonces por qué esas almas cansadas que regurgitan comunicados y monsergas acerca de la "ética", la "libertad" y la "democracia" según la agenda del imperialismo, no recuerdan de vez en cuando, siquiera por decencia intelectual, a esos ejemplos de humanidad. ƑSerá por lo del "muro" y la guerra fría? ƑO Haití, donde morir con violencia es parte del paisaje político, vive en "democracia"? šPillos!

Haití, nación de la que los politólogos "modernos" no se atreven a hablar, es la vergüenza de América Latina. Aunque posiblemente el país modelo que persigue la iniciativa Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA): 132 niños muertos por cada mil nacidos vivos, 54 años de esperanza de vida, 70 por ciento de analfabetismo, 44 por ciento de escolarización, sólo 37 por ciento de la población con acceso al agua potable y 25 por ciento de saneamiento adecuado y 16 médicos por cada 100 mil habitantes.

Hombre honesto y totalmente desinteresado en lo material, Gérard empezó militando en la Juventud Obrera Católica y desde los 25 años anda con muletas debido a una parálisis que podría haber sido fácilmente conjurada en una "república" que merezca el nombre de tal.

En México, Gérard vivió más de un cuarto de siglo explicando la realidad de su país en el contexto caribeño y latinoamericano. En autoría y coautoría ha escrito cerca de 35 libros, ha sido condecorado con la Orden del Aguila Azteca, la más alta conferida a un extranjero, y su voz ha sido escuchada en universidades y centros académicos de América Latina, Europa y Estados Unidos.

El 17 de diciembre de 2001 una turba de seguidores del presidente Jean Bertrand Aristide se presentó en su casa, lanzó piedras, saqueó los más hermosos recuerdos que Gérard y Suzy acumularon durante su peregrinación por América Latina y el mundo, y echó fuego a la biblioteca y archivos de su centro de documentación, el más copioso del país: desde cartas del Che a los patriotas haitianos que luchaban contra la dictadura de Duvalier hasta correspondencia con Juan Bosch, dominicano universal, fueron reducidas a cenizas por el gobierno de Aristide, al que respaldan Washington y la OEA.

Dignísimo sucesor de Boukman (legendario esclavo jefe de ceremonias Vadoux que en la noche del 14 de agosto de 1791 inició la rebelión en el bosque del Caimán), Gérard Pierre-Charles (Jacmel, 1935) lleva 50 años de combate por el cambio social y la democracia en Haití.

Si en el mundo aciago de nuestros días alguien merece ser galardonado con el premio Nobel de la Paz, la academia sueca debería saber que la esperanza de millones de latinoamericanos se encarna en este hombre como pocos, para quien la fraternidad no es compasión o asistencialismo, sino colaboración creadora en el marco de una realidad nacional y social crónicamente insostenible.

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