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México D.F. Miércoles 11 de junio de 2003

Arnoldo Kraus

Persona

Tengo la certeza de que las personas son cada vez menos personas, la sensación de que nuestra arquitectura es cada vez más endeble y menos humana. Menos ser y más no ser. Más deberse a lo externo y menos mirar lo interno, lo propio. Una especie de seres analógicos ávidos de llenar la mente y las sensaciones con la miríada de ofertas ajenas y con la obsesiva necesidad de "mantenerse al día". Nos rebasan la información, la tecnología, la computación, los medios de comunicación, el ruido. En síntesis, la rapidez de la modernidad construye un vacío interno que deviene seres uniformes, con nimia autocrítica y sin la necesidad de reflexionar con profundidad en la propia persona y en lo que acontece en el mundo. Máquinas humanas y no seres humanos. Sociedad de producción y no sociedad de personas.

El fenómeno de la despersonalización o de la pérdida de lo humano no se relaciona necesariamente con la condición social, con la clase socioeconómica, o con el nivel de estudios. Cada grupo se encuentra amenazado por situaciones diferentes, aunque muchos de los descalabros se comparten.

La violencia intrafamiliar o la que se respira en las calles, el Internet, la sobrepoblación, la cultura barata que ofrecen televisión y radio, las presiones económicas, las enfermedades -individuales o sociales-, el esmog mental -esa bruma que aprisiona el pensamiento, el deseo-, el imparable crecimiento de la comunicación y el auge de lo desechable -se acabaron las cartas, se enfermaron las calles, se acabaron las tiendas de reparación- son, entre otros, algunos de los factores que socavan el esqueleto moral y anímico de la persona.

Esa suma de amenazas impide la construcción del ser interno, del ser moral, del ser persona. A su vez, el crecimiento de los procesos sociales, representados sobre todo por las "sociedades de consumo", evita que las personas "miren hacia adentro". El divorcio entre lo social y la persona resta valor al individuo, al "sentido de la vida" y a su capacidad para responder a eventos personales o sociales, como serían la muerte, la enfermedad, la soledad. La consigna es suplir alma por Internet, literatura por televisión.

La sociedad contemporánea se interesa por el cuerpo, por el nombre, por la clase socioeconómica, por las encuestas, por la capacidad de consumo, pero no por la persona. Se esfuerza, y lo ha logrado con creces, por manipular a las personas por cualquier vía hasta engranarlas en una maquinaria que no cesa y que no permite siquiera preguntar. Ha desvinculado cuerpo y alma, alma y persona, persona y sociedad.

La fragmentación del ser humano ha incrementado el dominio de la sociedad sobre las personas y sepultado buena parte de lo que define al ser humano como ser humano. Tocar, mirar, acompañar, consolar y escuchar son atributos del pasado impensables en las sociedades occidentales contemporáneas, en donde la persona ha sido borrada, minimizada. Buen ejemplo es la incapacidad del Estado y sus brazos -sistemas de salud, médicos, sociedades- para responder adecuadamente a las demandas de los minusválidos, de los niños y niñas en situación de la calle, de los viejos, de los enfermos crónicos, de los locos.

En muchos sentidos, la sociedad se ha liberado de ellos debido a que representan un peso muy difícil de sobrellevar e imposible de absorber, pues las cargas económicas y las distancias entre las personas impiden cualquier respuesta. El término eutanasia social define bien la condición de esos grupos y la incapacidad de la comunidad para confrontar esas fracturas.

La eutanasia social es una invención contemporánea, muy frecuente en las sociedades de consumo, que camina al lado de los discursos del poder, que define bien las desventajas de las personas como individuos y de las personas que son agrupadas por su nivel de incompetencia, de pobreza, de minusvalía. El achicamiento de los individuos es cada vez más patente. El "impuesto social" ha triunfado: seres más dúctiles, convertidos en "materia dispuesta", en eslabones, en badajos, en "máquinas humanas", en seres sinvoz.

Que la persona sea cada vez menos persona no sólo tiene implicaciones románticas o morales. Conlleva, además, la imposibilidad del ser y de la sociedad para confrontar esa máquina amorfa, todopoderosa, que a la postre está representada por los dueños de la misma sociedad. Ser cada vez menos persona es una de las consignas y logros del poder y de la modernidad. Mientras que la dictadura del mercado sigue creciendo y rigiendo nuestros días, la fragilidad interna de las personas-seres, y de las personas-sociedad, aumenta.

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