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México D.F. Sábado 14 de junio de 2003

Samir Amin*

La ideología estadunidense

!Hoy, Estados Unidos es gobernado por una junta de criminales de guerra gracias a una suerte de golpe de Estado. Ese golpe puede haber ocurrido después de unas (dudosas) elecciones, pero no olvidemos que Adolfo Hitler también fue un candidato electo. En esta analogía, el 11 de septiembre de 2001 cumple la función del "incendio del Reichstag", que permitió a la junta otorgar a sus fuerzas policiales poderes similares a los de la Gestapo. Tienen su propia Mein Kampff (Mi Lucha), que es la Estrategia de Seguridad Nacional, y sus propias asociaciones masivas, que son las organizaciones patrióticas, y a sus propios predicadores. Es vital que tengamos el valor de decir estas verdades y dejemos de ocultarlas con frases como "nuestros amigos estadunidenses", que ahora carecen de sentido.

La cultura política es un producto a largo plazo de la historia. Como tal, toma una forma específica en cada país. La cultura política estadunidense es claramente distinta de la que ha surgido de la historia del continente europeo: se formó a partir del establecimiento, en Nueva Inglaterra, de sectas protestantes extremistas, del genocidio de los pueblos indígenas, de la esclavización de los africanos y del nacimiento de comunidades étnicamente segregadas como re-sultado de olas sucesivas de migración a lo largo del siglo XIX.

II

La modernidad, el laicismo y la democracia no son resultado de una evolución en las creencias religiosas y ni siquiera provienen de una revolución. Por el contrario, es la fe la que ha tenido que ajustarse para cumplir los requisitos de estas nuevas fuerzas. Este ajuste no es exclusivo del protestantismo pues ha tenido el mismo impacto en el mundo católico, de un modo diferente. Un nuevo espíritu religioso nació, liberado de todo dogma. En este sentido, no fue la Reforma lo que sentó las condiciones para el desarrollo capitalista, aunque esta tesis de Weber goza de amplia aceptación en las sociedades protestantes de Europa, que se sienten halagadas por la importancia que la teoría les confiere. Tampoco la Reforma representa la ruptura más radical posible con el pasado ideológico europeo y su sistema feudal, incluidas las interpretaciones más tempranas del cristianismo. Por el contrario, la Reforma es simplemente la forma más confusa y primitiva de ruptura.

Un aspecto de la Reforma fue el trabajo de las clases dominantes que llevó a la creación de las iglesias nacionales (como la Anglicana o la Luterana) dominadas por dichos estamentos. Como tales, dichas iglesias representaban un compromiso entre la burguesía emergente, la monarquía y los grandes terratenientes mediante el cual mantenían bajo control la amenaza que re-presentaban los pobres y los campesinos.

En efecto, marginar la idea católica de la universalidad estableciendo iglesias nacionales sirvió al propósito particular de reforzar el poder de la monarquía, al consolidar su papel de árbitro entre las fuerzas del viejo régimen y las de la burguesía ascendente, revitalizar el nacionalismo de las clases para así retrasar el surgimiento de nuevas formas de universalismo que después serían promovidas por el socialismo internacionalista.

Sin embargo, otros aspectos de la Reforma fueron encabezados por las clases más bajas, que fueron las principales víctimas de las transformaciones sociales catalizadas con el nacimiento del capitalismo. Estos movimientos recurrieron a formas tradicionales de lucha, derivadas de los movimientos mi-lenaristas de la Edad Media que, como resultado, lejos de encabezar las movilizaciones, quedaron rezagadas ante las necesidades de su tiempo. Las clases dominadas tuvieron que esperar a la Revolución Francesa, con sus formas de movilización democráticas laicas, populares y radicales, y a la llegada del socialismo, para así hallar formas efectivas de articular sus demandas en relación con sus nuevas condiciones de vida.

En contraste, los grupos protestantes modernos florecieron gracias a ilusiones fundamentalistas y esto, a cambio, fomentó una infinita repetición de sectas que predicaban la misma visión apocalíptica que actualmente prolifera en Estados Unidos.

Las sectas protestantes que fueron obligadas a emigrar de Inglaterra en el siglo XVII habían desarrollado una forma peculiar de cristianismo distinto tanto del dogma católico como del ortodoxo. Inclusive, este cristianismo ni siquiera era compartido por la mayoría de los protestantes europeos, incluidos los anglicanos, que constituían la mayor parte de la clase gobernante inglesa. En términos generales puede decirse que el genio esencial de la Reforma era reclamar el Antiguo Testamento, marginado por las iglesias católica y ortodoxa cuando separaron al cristianismo del judaísmo. Los protestantes le devolvieron al cristianismo su lugar como sucesor del judaísmo.

La forma particular de protestantismo que llegó a Nueva Inglaterra sigue dando forma a la ideología estadunidense. Primero, facilitó la conquista del nuevo continente al afianzar su legitimidad en referencias a las escrituras (la violenta conquista bíblica de una tierra prometida es un tema que se reitera constantemente en el discurso estadunidense).

Posteriormente, Estados Unidos extendió la misión que Dios le otorgó ("destino manifiesto") para abarcar el mundo entero. Los estadunidenses han llegado a considerarse "pueblo elegido", que en la práctica es un sinónimo del término usado por los na-zis: Herrenvolk. Esta es la amenaza a la que nos enfrentamos hoy día. Y es por esto que el imperialismo estadunidense (que no "imperio") será aún más brutal que sus predecesores, la mayoría de los cuales han afirmado que tienen una misión divina.

III

No me cuento entre los que creen que el pasado sólo puede repetirse. La historia transforma a los pueblos. Eso es lo que ha ocurrido en Europa. Desafortunadamente, sin embargo, la historia de Estados Unidos, lejos de intentar borrar los horrores de sus orígenes, ha fomentado la permanencia de ese horror y perpetuado sus efectos. Esto es cierto tanto en el caso de su "revolución", como en el establecimiento del país por medio de olas sucesivas de migración.

A pesar de todos los intentos actuales de enaltecer las virtudes de la "revolución americana", ésta no fue más que una guerra de independencia, carente de toda dimensión social. En ningún momento de la re-vuelta contra la monarquía británica los colonos intentaron transformar las relaciones económicas y sociales, sólo se rehusaron a seguir compartiendo sus ganancias con la clase gobernante de su país de origen. Querían tener poder, no para cambiar las cosas, sino para seguir haciendo lo mismo, con mayor determinación y mayores márgenes de utilidad. Su principal objetivo era colonizar el oeste, lo que implicaba, entre otras cosas, el genocidio de los nativos americanos. De la misma forma los revolucionarios nunca se opusieron a la esclavitud. De hecho, los grandes líderes de la revolución poseían esclavos y sus prejuicios en este tema eran inamovibles.

El genocidio de los indígenas americanos quedaba implícito en la lógica de una mi-sión divina encomendada a un pueblo elegido. Su matanza no puede atribuirse únicamente a la moral propia de un pasado arcaico y distante. Hasta los años 60 del siglo XX el acto del genocidio era proclamado en alto y con orgullo. Las películas de Hollywood enfrentaban al "buen" cowboy contra el "malvado" indígena, en lo que constituye un travestismo del pasado que fue central en la educación de generaciones sucesivas.

Lo mismo ocurrió con la esclavitud. Después de la independencia, casi tuvo que pasar un siglo para que la esclavitud fuera abolida. Y a diferencia de lo que ocurrió en la Revolución Francesa, y pese a afirmaciones en contrario, la abolición, cuando finalmente llegó, no tuvo nada que ver con la moral. Ocurrió simplemente porque la esclavitud ya no servía a la causa de la expansión capitalista. Por tanto, los negros tuvieron que esperar otro siglo para que se les concedieran los derechos civiles mínimos. Aun así, el profundamente enraizado racismo de las clases gobernantes ni siquiera se vio desafiado. Hasta los años 60 el linchamiento fue un lugar común que inclusive daba pretexto para días de campo en familia. De hecho, la práctica del linchamiento persiste hasta hoy, aunque de manera más discreta e indirecta, en la forma de un sistema de "justicia" que envía a miles de personas a la muerte, la mayoría afroamericanos, pese a que ya es del conocimiento general que al menos la mitad de esos condenados son inocentes.

Las olas sucesivas de inmigración también han ayudado a fortalecer la ideología estadunidense. Los inmigrantes desde luego no son responsables de la miseria y la opresión que causó su salida de sus países de origen. Dejaron sus patrias como víctimas.

Sin embargo, emigrar también significó reiniciar a la lucha colectiva para cambiar las condiciones en sus naciones de origen; cambiaron su sufrimiento por la ideología del individualismo y de "el que no nada se ahoga". Este cambio ideológico también sirve para retrasar el surgimiento de una conciencia de clase, que apenas tiene tiempo de desarrollarse antes de que llegue una nueva ola de inmigrantes, que sirve para abortar su expresión política.

Por supuesto, la migración también contribuye a darle "atributos de etnicidad" a la sociedad estadunidense. La noción del "éxito individual" no excluye el desarrollo de comunidades étnicas fuertes y solidarias (como la irlandesa y la italiana), sin las cuales el aislamiento sería insoportable. Pero también en este caso el fortalecimiento de identidades étnicas es el proceso que el sistema estadunidense cultiva con el propósito de recuperar la conciencia de clase y la ciudadanía activa que se esfuerza por debilitar de otras formas.

Así, mientras en París se preparaban para tomar "el cielo por asalto" (como dijeron los comuneros en 1871), las ciudades estadunidenses fueron escenario de guerras asesinas entre pandillas formadas por generaciones sucesivas de inmigrantes pobres (irlandeses, italianos, etcétera), que eran cínicamente manipuladas por las clases gobernantes.

En el Estados Unidos actual no hay un partido de trabajadores y nunca lo ha habido. Los poderosos sindicatos son apolíticos en todos los sentidos de la palabra. No tienen ligas con un partido que podría compartir y expresar sus preocupaciones, ni tampoco han sido capaces de articular una visión social propia. En cambio, se inscriben en la ideología liberal dominante que sigue sin encontrar oposición. Cuando pe-lean por algo lo hacen sólo por una agenda limitada y específica que de ninguna manera cuestiona ese liberalismo. En cierto sentido son, y seguirán siendo, posmodernos.

Sin embargo, para la clases trabajadoras, las creencias comunitarias no son un sustituto de la ideología socialista. Esto se cumple inclusive entre los negros, que son la comunidad más radical de Estados Unidos, pues la lucha por las ideologías comunitarias se limita, por definición, a la lucha contra el racismo institucionalizado.

Uno de los aspectos que con más frecuencia se pasa por alto al hablar de las diferencias entre las ideologías "europeas" (en toda su diversidad) y la que existe en Estados Unidos, es el impacto que tuvo la Ilustración en sus respectivos desarrollos. Sabemos que la filosofía de la ilustración fue el acontecimiento decisivo que lanzó la creación de las culturas e ideologías europeas modernas y su impacto es considerable hasta nuestros días, no sólo en los primeros centros del desarrollo capitalista, ya fueran católicos (Francia) o protestantes (Inglaterra y Holanda), sino también en Alemania y Rusia. Comparemos esto con Estados Unidos, donde la influencia de la ilustración fue marginal e involucró sólo a la minoría "aristocrática" crática" (y defensora de la esclavitud), ese grupo que quedará encarnado para la posteridad en Jefferson, Madison y algunos otros.

En general, las sectas de Nueva Inglaterra no fueron tocadas por el espíritu crítico de la Ilustración, y su cultura se mantuvo más cerca de las brujas de Salem que del racionalismo ateo de Las Luces. Los frutos de esta actitud se cosecharon cuando la burguesía yanqui maduró. Fuera de Nueva Inglaterra surgió un credo simple y erróneo según el cual la "ciencia" (es decir, ciencias exactas como la física) debían determinar el destino de la sociedad, lo cual fue opinión muy extendida en Estados Unidos durante más de un siglo, no sólo entre las clases go-bernantes sino entre el público en general.

Esta sustitución de ciencia a cambio de ilustración es responsable de algunos de los atributos destacados de la ideología estadunidense. Explica por qué la filosofía se considera tan poco importante; porque se le ha reducido al más empobrecido empirismo. También es responsable del frenético esfuerzo por reducir las ciencias humanas y sociales a ciencias "puras" (es decir, exactas). Así, la economía "pura" toma el lugar de la economía política, y la ciencia de los "genes" remplaza a la antropología y la sociología.

Esta última y desafortunada aberración es otro punto de íntimo contacto con la ideología nazi, que sin duda también favoreció el profundo racismo presente en toda la historia de Estados Unidos.

Otra aberración que nace de esta visión peculiar de la ciencia es una marcada debilidad por la especulación cosmológica (el ejemplo más conocido de esto es la teoría del Big Bang). Entre otras cosas, la Ilustración nos enseñó que la física es una ciencia que estudia aspectos limitados del universo, que no individualiza los objetos de estudio; no una ciencia del universo en su totalidad (lo cual es un concepto metafísico más que científico). A este nivel, el sistema de pensamiento estadunidense está más próximo a los intentos que hubo antes de la modernidad para reconciliar la fe y la razón, que a una tradición científica moderna. Esta visión regresiva es perfectamente acorde con los propósitos de las sectas de Nueva Inglaterra, y con la sociedad que éstas produjeron, en la que la religión lo invade todo.

Hasta donde sabemos, es esta suerte de regresión la que ahora amenaza a Europa.

IV

Esos dos factores que determinaron la formación histórica de la sociedad estadunidense; una ideología dominantemente bíblica y la ausencia de un partido trabajador, se combinan para producir una situación sin precedente: un sistema gobernado por un partido único de facto, el del capital. Los dos segmentos que conforman este partido comparten la misma forma fundamental de liberalismo. Ambos se dirigen sólo a la mi-noría que participa en esta forma de democracia truncada e impotente (representada en apenas 40 por ciento del electorado). Da-do que la clase trabajadora, como regla, no vota, cada segmento del partido tiene su propia clientela de clase media para la cual adapta su discurso. Ambos han creado sus propios principios constitutivos, con base en un cierto número en los intereses de sectores capitalistas (los lobbies) y los grupos de apoyo comunitarios.

La democracia estadunidense constituye actualmente un modelo avanzado de lo que he llamado "democracia de baja intensidad". Su funcionamiento se basa en la total separación entre el manejo de la vida política, mediante la práctica de la democracia electoral, y el manejo de la vida económica, regida por las leyes de la acumulación de capital. Más aún, esta separación no tiene ninguna oposición radical, es parte de lo que podría considerarse un consenso general. Sin embargo, es esta separación la que destruye, efectivamente, todo el potencial creativo de la democracia política. Castra a las instituciones representativas (parlamentos y otros organismos), que se vuelven impotentes y sumisas ante el "mercado" y sus dictados. En este sentido, la alternativa de votar por demócratas o republicanos es irrelevante, pues lo que determina el futuro del pueblo estadunidense no es el resultado de sus decisiones electorales, sino los caprichos de los mercados financieros.

De esta forma, el Estado estadunidense existe exclusivamente para servir a la economía, al capital, al que obedece ciegamente restando toda importancia a las cuestiones sociales. El Estado puede funcionar así por una razón fundamental: porque el proceso histórico que moldeó a la sociedad es-tadunidense bloqueó el desarrollo de la conciencia política en las clases trabajadoras. Esto contrasta con los estados europeos que han sido (y podrían volver a ser) el foro obligado en el que se presenta la confrontación entre los intereses de los sectores sociales. Por eso los estados europeos favorecen los compromisos sociales que imparten verdadero significado a las prácticas democráticas.

Cuando la lucha de clases y las demás luchas políticas no obligan a un Estado a funcionar de esa forma, cuando ambos elementos no pueden mantenerse autónomos a la luz de una lógica exclusivamente de acumulación de capital, la democracia se convierte en un ejercicio sin sentido, como ocurre en Estados Unidos.

La combinación de una práctica religiosa dominante y su explotación en un discurso fundamentalista, con ausencia de toda conciencia política entre las clases oprimidas, da al sistema político estadunidense un margen de maniobra sin precedente con el cual puede destruir cualquier impacto potencial de las prácticas democráticas y reducirlas a simples rituales benignos (la política como entretenimiento, los actos de inauguración de campaña con porristas, etcétera).

Sin embargo, no debemos dejarnos engañar, pues no es esta ideología fundamentalista la que ocupa el comando e impone su lógica a los verdaderos detentadores del po-der: el capital y sus sirvientes en el gobierno. Es el capital, por sí mismo, el que toma todas las decisiones, y sólo cuando ha logrado sus objetivos moviliza a la ideología es-tadunidense para servir a sus intereses. Los medios de los que se vale -un sistemático uso sin precedente de la desinformación- también ayudan a aislar a los críticos y so-meterlos a una permanente y odiosa forma de chantaje. De esta forma, el establishment puede manipular fácilmente a la "opinión pública" cultivando su estupidez.

Gracias a este contexto, la clase gobernante estadunidense ha desarrollado una forma de cinismo total, envuelta en un disfraz de hipocresía perfectamente transparente para observadores extranjeros, pero imperceptible para el pueblo estadunidense. El régimen se complace en recurrir a la violencia, inclusive en sus manifestaciones más extremas, siempre que sea necesario. Todos los activistas radicales estadunidenses lo saben muy bien, y las únicas opciones que tiene son venderse al sistema o ser asesinados algún día.

Como todas las ideologías, la estadunidense corre el riego de desgastarse. Durante los periodos de calma, marcados por un fuerte crecimiento económico por lo que podría pasar como niveles de bonanza so-cial, la presión que la clase gobernante ejerce sobre su pueblo se relaja naturalmente. Así, de vez en cuando el establishment tiene que refrescar su ideología usando los métodos clásicos: se designa un enemigo (siempre un extranjero, debido a que la sociedad estadunidense es buena por definición), y se señala al imperio del mal o al eje del mal, Esto justificará la movilización por distintos medios con el fin de aniquilarlo. En el pasado este enemigo fue el comunismo; el ma-cartismo (fenómeno olvidado por los "pro estadunidenses") hizo posible lanzar la guerra fría y someter a Europa. Hoy se habla del "terrorismo", que claramente es nada más que un pretexto que está siendo usado para lograr el proyecto real de la clase dominante: el control militar del planeta.

El objetivo declarado de la nueva estrategia hegemónica estadunidense es evitar el surgimiento de cualquier otro poder que pudiera ser capaz de oponer resistencia a los mandamientos de Washington. Por tanto es necesario desmantelar a países que se han vuelto lo suficientemente "grandes" y convertirlos en satélites dispuestos y listos a aceptar bases militares estadunidense para que les den "protección". Los tres anteriores presidentes de Estados Unidos (Bush padre, Bill Clinton y Bush hijo) han estado de acuerdo en que el único país que tiene derecho a ser "grande" es el suyo. En este sentido, la hegemonía estadunidense depende, a fin de cuentas, de un poder militar desproporcionado y no de las "ventajas" específicas de su sistema económico. Gracias a este poder, Estados Unidos es ahora el líder in-discutible de la mafia global, cuyo "puño visible" impondrá el nuevo orden imperialista sobre aquellos que, de otra forma, no estarían dispuestos a integrarse.

Envalentonada por sus recientes éxitos, la extrema derecha ahora tiene firmemente su-jetas las riendas del poder en Washington. Las ofertas posibles son claras: o bien se acepta la hegemonía estadunidense junto con el "liberalismo" invencible que promueve -que significa poco más que una obsesión exclusiva por hacer dinero- o se renuncia a todo. En el primer caso, le estaríamos dando a Washington toda la libertad para "rediseñar" el mundo a imagen y se-mejanza de Texas. Sólo eligiendo lo contrario tendríamos la posibilidad de hacer algo o reconstruir un mundo esencialmente plural, democrático y pacífico.

Si hubieran reaccionado en 1935 o 1937, los europeos hubieran podido detener la locura nazi antes de que causara demasiado daño. Al retrasarse hasta 1939, contribuyeron a que hubiera decenas de millones de víctimas. Es nuestra responsabilidad actuar ahora, para que el desafío estadunidense neonazi pueda ser detenido y eliminado.
 
 

* Economista egipcio director del Foro del Tercer Mundo en Dakar, Senegal


Traducción: Gabriela Fonseca

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