México D.F. Sábado 14 de junio de 2003
José Cueli
Depredadores
Además de las irreparables pérdidas de miles de vidas humanas, el pueblo iraquí ha sufrido otro gran perjuicio, también irreparable, de su vasto y antiquísimo patrimonio cultural. Bien visto esto ha sido en realidad una pérdida para la humanidad entera. La muerte de la cultura por la cultura de la muerte.
La dramática historia de esta tragedia es descrita con lujo de detalles en una crónica (La Jornada, 9/06/03) de Robert Fisk. Las declaraciones de la ex subdirectora del museo de Nasiriya, quien hace 12 años arriesgó su vida para salvar la herencia sumeria, son conmovedoras.
Los avisos previos al conflicto armado respecto del apoyo y custodia de los principales centros arqueológicos y del Museo Nacional no fueron tomados en cuenta y las consecuencias están a la vista. El patrimonio cultural de la humanidad quedó, por tanto, en las garras de los depredadores dispuestos a enriquecerse satisfaciendo las necesidades de los voraces coleccionistas.
Joanne Farchakh, arqueóloga libanesa quien desarrolla una minuciosa investigación para la revista francesa Archeologia sobre el gigantesco robo a la herencia cultural de Irak, opina que por lo menos en mil años no había ocurrido una destrucción arqueológica de esta magnitud.
Y si bien ya se habla de recuperación de algunas piezas, la pérdida es irreparable. Tal es el caso de la antigua ciudad de Umma, destruida en su totalidad.
Esta tragedia nos conduce a reflexionar sobre la contradictoria estructura de la naturaleza humana. Tal parece que en lugar de hablar de evolución de los grupos y las sociedades estamos ante una franca involución de la raza humana.
Si pensamos en la grandeza y magnificencia de la cultura mesopotámica, que data de 5 mil años, nos sorprende el alto grado de civilización, cultura y capacidades sublimatorias de dichos individuos. Esto no quiere decir que no hubiese querellas entre ellos y otros pueblos, pero el balance apuntaba más hacia la creatividad y el progreso.
ƑQué es entonces lo que hemos perdido a lo largo de estos siglos? No lo sé a ciencia cierta, pero lo que resulta evidente es que nos hemos convertido en depredadores en el peor sentido de la palabra. Tanta tecnología de punta, entre otras cosas, ha conducido a reforzar la omnipotencia, el narcisismo y los impulsos sádicos más primitivos; en tanto, hemos perdido sensibilidad y capacidades sublimatorias de nuestras fuerzas instintivas (pulsionales).
Freud recomendaba que para poder lidiar mejor con nuestros instintos destructivos la mejor fórmula posible era amar y trabajar, evitando con esto que el predominio de la pulsión de muerte nos condujera a verdaderos desastres tanto personales como sociales. Hoy parece prevalecer la fórmula contraria: odiar y destruir, acumular para nosotros y depredar al semejante; acumular poder y riqueza sin importar cometer genocidios como el ocurrido en Irak.
Si destruimos nuestro patrimonio cultural lo que conseguimos es minar nuestras raíces, nuestra historia. En pocas palabras, atentamos contra las partes más estructurantes de nosotros mismos. Por tanto, nos quedamos en el vacío. No hay vida sin historia, sin asideros a un entorno, a un pasado.
Quizá será por eso que cada vez la humanidad se perfila más hacia la abulia, la insatisfacción, la angustia y a las acciones destructivas, porque ya no sabemos qué es la vida ni para qué sirve. Hemos dejado progresivamente de abrevar en los anclajes históricos y culturales que brindan contención y sensación de pertenencia para mejor sobrellevar la angustiante finitud.
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