México D.F. Sábado 28 de junio de 2003
Devela misterios el cráter de Chicxulub
La investigación, encabezada por la UNAM, incluye
análisis del meteorito que transformó la Tierra hace 65 millones
de años
JENARO VILLAMIL
Un viejo refrán mexicano sugiere que "cuando se
acabe el mundo, hay que ir para Yucatán". Quién iba a pensar
hace algunos años que, contra la creencia popular, en esa península
calcárea, famosa por su estabilidad tectónica, su orografía
plana y calurosa, ocurrió hace alrededor de 65 millones de años
una de las grandes catástrofes que, de acuerdo con la hipótesis
con mayor aceptación en el ámbito científico, provocó
la extinción de 50 por ciento de las especies vivas sobre la Tierra,
incluidos los dinosaurios, que gobernaron el planeta durante unos 180 millones
de años.
El origen de la catástrofe fue el impacto de un
meteorito de 10 kilómetros de diámetro que viajaba a una
velocidad de 30 mil kilómetros por hora y que, al chocar con la
corteza terrestre, originó un cráter de 200 kilómetros
de diámetro y una explosión equivalente a la potencia de
50 millones de bombas atómicas. La huella se ubica exactamente en
el territorio mexicano y es conocida como el cráter de Chicxulub,
descubierto fortuitamente por el ingeniero Antonio Camargo Zaragoza cuando
realizaba exploraciones petroleras en Yucatán. Este cráter
constituye uno de los tres más grandes identificados en el planeta.
La
hipótesis que antes parecía formar parte de un guión
de ciencia ficción, la del impacto, hoy está plenamente comprobada.
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mediante
el Instituto de Geofísica, está al frente de la investigación,
que ha despertado el interés de 40 grupos científicos de
diferentes países y se ha convertido en uno de los más importantes
descubrimientos geofísicos de los años recientes, porque
su estudio permitirá conocer las consecuencias de las extinciones
masivas, el surgimiento de nuevos patrones evolutivos, las causas del cambio
climático mundial, el papel del bióxido de cárbono
en esas modificaciones, el tiempo necesario para la restauración
de los sistemas ecológicos, las deformaciones de la corteza y otros
factores asociados a impactos meteoríticos mayores.
"En los ocho meses pasados de investigación hemos
encontrado pedacitos que forman parte del bólido original", destaca
el doctor Jaime Urrutia Fucugachi, quien junto con otros investigadores
presentó estos resultados en el Congreso de Ciencia Lunar y Planetaria
de Houston, en marzo de este año, y participará en septiembre
de 2003 en el Congreso de la Sociedad de Meteoritos de Alemania.
Una copia del adelanto de la ponencia, entregada a La
Jornada, revela que se han encontrado altos contenidos de hierro en
los fragmentos extraídos de la zona del cráter, así
como iridio, elemento de procedencia extraterreste, abundante en asteroides
y núcleos de los cometas.
Entrevistado en su cubículo del Instituto de Geofísica
de la UNAM, el doctor Urrutia relata los pasos que se han dado a partir
de que se iniciara formalmente la investigación del cráter,
en 1999. Primero se ubicó el sitio exacto del impacto, localizado
en el extremo noroeste de la península de Yucatán. Después
la UNAM se ofreció a definir la geometría con métodos
geofísicos y durante tres meses de 2000 se realizaron estudios que
incluyeron gravimetría y magnetometría.
Se definió la necesidad de realizar una perforación
profunda en alguno de los sitios del anillo de cenotes que forman el cráter,
y después de estudiar dos proyectos distintos de perforación,
en diciembre de 2001 se iniciaron los trabajos de excavación de
un pozo profundo, en la hacienda de Yaxcopoil, que alcanzó mil 525
metros.
En marzo de 2002 se terminó la perforación
después de 78 días de trabajo efectivo. En los ocho meses
pasados se han analizado los materiales encontrados, y para sorpresa de
los investigadores, incluyen pedazos del bólido original, cuya antigüedad
puede ser superior a los 60 millones de años.
Hasta la fecha los recursos para la investigación
son de 2 millones de dólares, de los cuales la mayoría se
destinaron al Proyecto de Perforación Científica en el Cráter
de Chicxulub, en el cual también colaboró la Facultad de
Ingeniería de la Universidad Autónoma de Yucatán,
bajo la batuta del Instituto de Geofísica de la UNAM.
"Cuando se redescubre el cráter se redefine su
estructura, su longitud. El cráter tiene una extensión de
200 kilómetros, de los cuales la mitad está en el mar y la
mitad en la tierra -explica Urrutia-. El centro gravitacional está
en el puerto de Chicxulub (a 40 kilómetros de Mérida). El
meteorito se sumergió 200 o 300 metros en el agua cuando ocurrió
el impacto."
Urrutia reconoce que aún falta hacer más
"fechamiento" para saber si el impacto ocurrió hace 65 millones
de años o más. Por lo pronto, se han estudiado fragmentos
del basamento y se encontraron rocas ígneas y metamórficas
del orden de los 400 a los 500 millones de años de antigüedad.
"Son una evidencia de que en el momento del impacto se incoporó
ese material" y se mezcló con otros de menor antigüedad, señala.
Los estudios de los microfósiles encontrados revelan
que es posible que el cráter estuviera completamente cubierto por
agua.
El efecto invernadero
Uno de los ángulos más fascinantes de la
investigación es comprobar que el impacto provocó una severa
catástrofe ambiental que, a su vez, derivó en una extinción
masiva de especies y el surgimiento de nuevos patrones evolutivos, a partir
del posimpacto. Según una de las teorías, se produjeron marejadas,
vulcanismos y sismos.
Tras ser vaporizadas las rocas calizas, el carbono fue
liberado a la atmósfera en forma de bióxido de carbono, con
lo cual se produjo un efecto invernadero y la temperatura global del planeta
subió, tal como ahora sucede por la contaminación.
El azufre liberado a la atmósfera provocó
lluvia ácida y gases tóxicos. Todo esto desató un
desequilibrio ecológico, principalmente en las plantas, productores
primarios y base de la cadena alimenticia.
Esta catástrofe correspondería a una de
las cinco grandes extinciones masivas que los paleontólogos consideran
parte del tránsito de un periodo geológico a otro. La primera
marcó el final del ordovícico, hace 440 millones de años.
La segunda, hace 365 millones, se corresponde con el devónico tardío.
La tercera, al final del pérmico, hace 225 millones de años.
El fin del triásico y el inicio del jurásico ocurrió
hace 202 millones de años y la del cretácico ocurrió
hace 65 millones de años.
En 1980, Luis Alvarez, premio Nobel de Física,
y sus colaboradores, entre ellos su hijo Walter Alvarez, publicaron en
la revista Science que la gran extinción del cretácico
ocurrió como resultado del impacto de un cuerpo extraterrestre.
Al principio, esta hipótesis fue tomada con mesura en los círculos
científicos, pero inició una "búsqueda desesperada"
en el globo terráqueo para encontrar las huellas del impacto.
Entre 1980 y 1990 surgieron propuestas sobre varios lugares.
En 1981, el ingeniero yucateco Antonio Camargo informó ante la Sociedad
de Geofísicos de Exploración que existía un cráter
en la zona del puerto de Chicxulub. En 1988, Kevin Pope y colaboradores
de la NASA, utilizando fotografías aéreas e imágenes
de satélite, se dieron cuenta de que en Yucatán existía
una zona de cenotes en forma de semicírculo alrededor de Mérida,
y plantearon varias hipótesis para explicar el fenómeno.
Fue hasta marzo de 1991, durante la Conferencia de Ciencias Lunares y Planetarias,
en Houston, Texas, cuando destacados investigadores, incluyendo los de
la UNAM, plantearon la necesidad de estudiar el cráter de Chicxulub
y saber si este descubrimiento confirmaba la tesis de los Alvarez.
A 12 años de distancia y tras los estudios geológicos
derivados de las perforaciones, el doctor Jaime Urrutia apoya la hipótesis
de que el meteorito que cayó en Chicxulub provocó la extinción
de las especies. "Después del impacto hay un periodo de frío.
El proceso de que se quitara el polvo de la atmósfera tardó
ocho meses y el rebote caliente pudo durar miles de años", señaló
Urrutia.
El fin de los dinosaurios
El otro ángulo de la hipótesis indica que
el efecto invernadero provocó el fin de la era de los dinosaurios.
Urrutia destaca que muchas de esas especies tenían plumas, en lugar
de piel, según recientes estudios realizados en China. Los sobrevivientes
directos serían las aves y no los reptiles, como se ha creído
hasta hace poco tiempo.
No sólo los dinosaurios se extinguieron. También
las amonitas, antecesoras de los cefalópodos actuales (pulpos, calamares,
etcétera) y muchos otros organismos animales y vegetales en distintos
ambientes de mar y tierra.
Los paleontólogos consideran que los dinosaurios
aparecieron hace unos 230 millones de años, compitiendo con muchas
otras especies de reptiles. Durante décadas, la desaparición
de los dinosaurios ha sido uno de los misterios pendientes de resolver.
La hispótesis original de los Alvarez -prácticamente aceptada
ahora en todos los círculos científicos- es que un cambio
climático importante derivado de un impacto extraterrestre provocó
una decadencia rápida de los saurios. Ese impacto se localiza en
el área del cráter de Chicxulub. El choque causó una
enorme emisión de carbono y sulfatos, que al combinarse con el vapor
atmosférico provocó lluvias ácidas.
El carbono se quedó suspendido en la atmósfera,
produciendo un calentamiento global que duró miles de años.
Esto perturbó en forma radical los vientos, la circulación
de los océanos y los ecosistemas terrestres.
¿Suena esto familiar? ¿La especie humana
puede provocar una catástrofe similar a la ocurrida hace 65 millones
de años, o volverá a ocurrir otro impacto parecido al del
meteorito? Estas son preguntas que se mantienen abiertas.
Por lo pronto, Urrutia y el Grupo de Investigación
del Proyecto de Chicxulub señalaron, en una ponencia presentada
en febrero de 2003 en Veracruz, que el cráter tiene una gran importancia
científica "no sólo por su edad y sus consecuencias ambientales,
sino porque constituye una estructura de impacto especialmente bien preservada
debido a su formación y sepultamiento en una zona tectónicamente
estable".
La investigación ha descubierto que una buena parte
de las rocas almacenadoras de petróleo en los campos del sureste
mexicano se originaron como resultado del impacto de Chicxulub.
"Estos resultados -escribieron los investigadores- ya
han sido dados a conocer en publicaciones internacionales en las que han
participado científicos del Instituto Mexicano del Petróleo
y la UNAM. De confirmarse la relación entre el impacto en la península
y los depósitos de brechas productoras en la sonda de Campeche,
se requerirá una revisión de los modelos de génesis
de las rocas asociadas a los yacimientos petroleros".
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