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México D.F. Viernes 11 de julio de 2003
¿CUAL TERRORISMO?
Uno
de los aspectos más vergonzosos del paso de Jorge G. Castañeda
por la dirección de la diplomacia mexicana fue el uncimiento de
la política exterior mexicana a las consignas "antiterroristas"
elaboradas por la administración de George W. Bush tras los atentados
del 11 de septiembre de 2001 y puestas en práctica con el arrasamiento
y la conquista de Afganistán e Irak. Como parte del servilismo de
la cancillería castañedista al Departamento de Estado del
país vecino, el gobierno mexicano impulsó activamente la
Convención Interamericana contra el Terrorismo, adefesio que entró
en vigor ayer, según anuncio de la Secretaría de Relaciones
Exteriores (SRE) y que hace partícipes de la "prevención
y el combate al terrorismo en el continente" a naciones que, como la nuestra,
no han sido afectadas por el accionar de organizaciones terroristas ni
tienen nada que ver con el avispero de los rencores radicales y fundamentalistas
suscitados por Washington.
Con las excepciones de Colombia, nación en guerra
en la que el recurso a las prácticas terroristas es habitual por
las guerrillas, los paramilitares, los narcotraficantes y el propio gobierno,
y de Cuba, donde algunas organizaciones del exilio perpetran ocasionalmente
acciones de esta clase con el apoyo, por cierto, del gobierno de Estados
Unidos, el terrorismo ha estado, en términos generales, ausente
del entorno latinoamericano desde hace un par de décadas. Por lo
que hace a México, este fenómeno es tan marginal y anecdótico
que a ninguna persona sensata y lúcida se le ocurriría incluirlo
en la agenda de asuntos prioritarios, en la cual brillan los focos rojos
de cosas mucho más urgentes: la miseria, las crisis del campo y
de los sectores educativo y de salud, la relación irresuelta entre
la nación y sus pueblos indios, la persistente recesión económica,
la corrupción impune del pasado reciente y el desgaste de la credibilidad
institucional, por citar algunas. En el ámbito de la propia Secretaría
de Relaciones Exteriores, y en el terreno de la relación bilateral
con el vecino del norte, había y hay temas que resultan, para los
mexicanos, mucho más importantes que la "amenaza terrorista" que
desvela al grupo que gobierna en Washington: el indignante y criminal trato
que reciben nuestros conacionales en suelo estadunidense, el contumaz proteccionismo
de ese nuestro socio comercial y los conflictos derivados de la utilización
de los recursos hídricos compartidos, por señalar tres de
ellos.
La promoción de esa Convención Interamericana
contra el Terrorismo fue, pues, una prueba más de la preferencia
de que gozaban los intereses estadunidenses sobre los mexicanos en la gestión
de Castañeda Gutman. Aunque México no estuviera amenazado
por ninguna organización terrorista ni hubiera indicios de la operación
de un grupo de ese corte en territorio nacional, y pese a las reflexiones
sobre la improcedencia y los riesgos de meter al país en una confrontación
oscura, dudosa y ajena, el gobierno mexicano quedó incluido en ella
por la vía de ese instrumento internacional fársico que ni
siquiera ha sido ratificado por Estados Unidos, y que entró en vigor
gracias a las ratificaciones de El Salvador, Antigua y Barbuda, Canadá
y Perú, además de México.
Los gobiernos latinoamericanos, el mexicano incluido,
tendrían que darse cuenta de que el instrumento internacional referido
es una soga en el cuello de nuestras naciones, toda vez que las definiciones
de lo que es y lo que no es terrorismo son formuladas por Washington. Ciertamente
Bush no califica de acciones terroristas los bombardeos contra objetivos
civiles perpetrados por la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Afganistán
e Irak, pero sí cuelga ese calificativo a los combatientes de esos
países que, con toda la legitimidad del mundo, presentan una resistencia
armada a la invasión extranjera. Y si un día cualquiera la
Casa Blanca inventa un enemigo que amerite la invasión de un país
latinoamericano -como hizo en Panamá el padre del actual presidente
estadunidense-, aplicará, a no dudarlo, esa misma lógica.
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