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México D.F. Domingo 13 de julio de 2003
Marcos Roitman Rosenmann
¿La mejor democracia?: la que no se practica
La democracia puede ser interpretada como un ejercicio
intelectual restringido a científicos sociales y constituir parte
de la historia de las ideas y formas políticas. Si la preocupación
en torno al valor y origen de la democracia se mantiene en dicho marco
desaparecen los inconvenientes para su debate teórico. El resultado
obtenido es una arquitectura de la democracia, cuyo diseño se fundamenta
en la formalización de modelos. Norberto Bobbio y David Held son
hoy sus ideólogos. Held, con más altos vuelos, propone el
modelo cosmopolita con su variante participativa y plural. Enunciado que
por sí solo produce sarpullido y escalofríos. Pero constata
una realidad. Para cierto tipo de académicos, los llamados fenicios
de las ciencias sociales o ejecutivos del pensamiento, y políticos
de pacotilla, lamentablemente la mayoría en la actualidad, la democracia
contemporánea se define desde su virtualidad. Principio que haría
superflua su práctica. Es desolador. Conlleva el admitir una definición
sin precedentes. La mejor democracia: la que está en las normas
y no se ejercita. En otras palabras, la democracia se adhiere a las instituciones,
siendo el conducto por el cual fluye el elixir de la democracia. Citemos
ejemplos: el parlamento, se apostilla, es una institución democrática
de donde emana la voluntad general expresión del soberano. Afirmación
más que dudosa. No sólo por los elevados índices de
abstención del respetable, sino por vincular de manera unívoca
parlamento y democracia. Otro caso. Los tribunales son órganos independientes
del poder político, por ello democráticos. No están
sometidos a la tutela del gobierno. Los letrados cumplen sus obligaciones
imparcialmente. El mito de la división de poderes se hace presente.
Hay democracia si los poderes del Estado son autónomos. Quienes
lo ejercen no modifican ni alteran la esencia democrática que impregna
a las instituciones. Sea cual sea el orden institucional al que nos refiramos,
las personas no están sometidas a demostrar su condición
democrática para acceder a los puestos de representación
política, adjetivados maniqueamente como democráticos. Continuando
con nuestro ejemplo, podemos ver claramente cómo esta visión
de la democracia acaba negando el sentido ético contenido en la
práctica del acto democrático. Esta contradicción
la expresa lúcidamente Carlos Castresana en su artículo:
"Democracia y división de poderes". No cito textualmente, hago un
barrido sobre el texto, uniendo arbitrariamente algunos datos con argumentos
propios, por ello no utilizo comillas. Veamos estas joyas de la democracia.
En Italia, el trabajo de Manos Limpias por casos de corrupción culmina
con el siguiente cuadro. En 1992 hubo un total de 6 mil 59 imputados, entre
los cuales 438 eran diputados y senadores de un total de 900, 873 empresarios,
mil 373 empleados de partidos políticos, 978 funcionarios públicos
y 2 mil 993 personas en prisión preventiva. Ya en 1994, estaban
procesados dos terceras partes de los diputados italianos. Sin embargo,
las instituciones permanecieron en pie y para que no hubiese dudas, en
1995 se comenzó a despenalizar las conductas de corrupción.
El resultado no puede ser más prometedor, en 2001 hay 24 diputados
electos que estaban condenados en sentencia firme por corrupción,
de ellos 23 pertenecen al partido del primer ministro y por si fuera poco,
de 61 diputados que estaban en juego en la región de Sicilia, todos,
los 61, fueron para ese partido.
No cabe duda, la presencia de diputados y senadores corruptos,
jueces prevaricadores, empresarios sin escrúpulos, dirigentes políticos
enriquecidos de manera fraudulenta, partidos políticos financiados
ilegalmente, no altera la denominación de democrático del
orden social en Italia, tampoco en cualquier país occidental del
primer mundo. En perspectiva, la democracia goza de buena salud,
se representa en las instituciones formales del poder y se manifiesta en
normas y reglamentos. No por casualidad vivimos en una democracia representativa
cuya máxima es garantizar procedimientos.
Hace unos años, Pablo González Casanova
cuestionaba en su ensayo "¿Cuando hablamos de democracia, de qué
hablamos?" el alcance y límites de esta acepción de democracia
representativa. Para evitar malos entendidos, González Casanova
propone cuáles deben ser los baremos para identificar un orden político,
dizque democrático. Para él, se hace necesario preguntarse,
entre otras cosas: ¿qué tal vamos de coacción?, ¿cómo
estamos de mediación?, ¿cuáles son los límites
de la participación y organización?, ¿hasta dónde
hay representación?, ¿existe negociación? Por consiguiente,
la democracia es la suma total de cinco elementos: mediación, participación,
coacción, representación y negociación. La amputación
de cualquiera de ellos produce una degeneración de la democracia,
al menos como práctica política.
Asimismo, hay un hecho que suele obviarse a la hora de
hablar de la democracia y que en ocasiones se oculta deliberadamente. En
sus orígenes la democracia no fue concebida apriorísticamente.
Al fragor de su existencia y de su práctica política nace
su definición como forma de gobierno. Su etimología guarda
un significado semántico. Platón y Aristóteles no
hicieron más que describir la experiencia democrática, contraponiendo
sus virtudes y defectos con los perfiles oligárquicos, tiránicos,
monárquicos o aristócratas de construcción de ciudadanía
en la polis. La modernidad alteró su definición y su significado.
De ser una practica plural de control y ejercicio del poder se trasformó
en un procedimiento para la elección de cargos públicos en
sus diferentes niveles. Hueca y sin contenido político se convierte
en un artilugio inservible y desvalorizado. Hoy, la necesidad de los nuevos
operadores sistémicos, de mantener con vida el concepto de democracia
asociado a las redes del sistema, permite ocultar el fascismo societal
con que se ejerce el poder. La democracia se traslada al mundo de las representaciones
virtuales.
Si las luchas en el capitalismo dan fe de la renuente
voluntad de sus clases dominantes a interiorizar comportamientos ético-democráticos,
en las actuales circunstancias, su mera enunciación activa sus aparatos
de seguridad y de control social. En nombre de la paz se invocan los rituales
de la represión. En un mundo amenazado por el terrorismo internacional,
es la excusa para renegar de la práctica democrática. Todo
vale cuando se trata de prevenir la acción de terroristas. El recorte
en el ejercicio de las libertades sociales democráticas es consustancial
al orden sistémico. De esta manera se puede concluir: ¿La
mejor democracia?: la que no se practica.
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