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México D.F. Domingo 13 de julio de 2003
Y A DIOS LO QUE ES DEL CESAR
La
jerarquía católica mexicana parece ignorar la recomendación
de Cristo a sus seguidores y quiere tener el monopolio total de lo religioso
y, además, incursionar libremente en lo que es campo del César,
o sea, el Estado que, recordémoslo, es laico.
Esta es ciertamente una tendencia mundial, que es impulsada
por la extrema derecha eclesiástica, como el Opus Dei, que recientemente
impuso en España, dirigida por el ex franquista José María
Aznar nada menos que la educación católica en las escuelas
públicas, en proporción de tres horas de enseñanza
religiosa por cinco de matemáticas. Pero en México dicha
tendencia es particularmente escandalosa, ya que intenta anular lo normado
por las Leyes de Reforma, en una acción coordinada con las peores
fuerzas antipopulares del país, pues fue Carlos Salinas de Gortari,
el resucitado, quien dio un golpe de muerte al campo con la reforma al
artículo 27 constitucional y borró también de la Constitución
las restricciones a la acción política del clero.
Por supuesto, mientras la Iglesia católica quede
en el terreno de la propaganda de su fe, no hay otro problema que su pretensión
sectaria de aparecer como la única religión mexicana, tratando
de cerrarle el camino a los otros credos presentes en el territorio nacional.
Pero su accionar pasa de castaño oscuro cuando, como institución,
intenta orientar políticamente al electorado, haciendo abierta campaña
por el partido de gobierno y cuando sus jerarcas emplean un vocabulario
de exorcistas medioevales contra los "endemoniados actuales, carcomidos
por el pecado, paralíticos por el egoísmo, ateos por conveniencia
y endurecidos por tantos vicios de los que no se pueden liberar" que quieren
limitar a la Iglesia católica en el marco que le fija la ley.
Evidentemente la madurez de los mexicanos, que en su mayoría
son católicos pero no votaron por el Partido de Acción Nacional
como pedían los obispos derechistas que se cuentan entre los grandes
derrotados de las elecciones del 6 de julio, hace caer en el vacío
ese intento de retroceder varios siglos. Pero no hay peor sordo que el
que no quiere oír y la jerarquía católica está
tan segura de poseer el monopolio de la Verdad (con mayúscula) que,
además, cree respaldar con otro monopolio, el de la representación
de la voluntad divina (por supuesto, de su Dios particular), que es profundamente
intolerante y pontifica inclusive en el terreno de la economía y
de la política de Estado, invadiendo campos que le son ajenos.
Por ejemplo, el obispo Felipe Arizmendi dijo hace dos
días que él y sus congéneres hablaban "porque habían
recibido el mandato de Jesús". Y ayer el obispo de Yucatán,
seguramente con el mismo mandato divino autofabricado, opinó sobre
la necesidad de facilitar las inversiones extranjeras no solamente en el
petróleo y en la electricidad, sino también en la construcción
y en otros campos (lo cual está relacionado con la única
parte que funciona del Plan Puebla-Panamá -la construcción
de carreteras según un plan estratégico de Estados Unidos-
y con los deseos del gobierno estadunidense y de los grandes capitalistas
de ese país de acceder a la propiedad de los recursos energéticos
mexicanos). ¿Hasta dónde llegarán los jerarcas católicos,
que piden controlar la enseñanza, quieren convertir en norma legal
sus rancios valores y asumen la posición del gran capital en los
terrenos económicos que afectan de modo fundamental la independencia
del país? Los sacerdotes y creyentes que se oponen a esta soberbia
retrógrada que aleja a la Iglesia de la gente común, por
supuesto, son los primeros involucrados en la defensa del espíritu
del Concilio Vaticano II, ignorado cotidianamente por la mayoría
de los obispos. Pero también la sociedad, que acaba de repudiar
el injerencismo de los jerarcas mitrados, deberá defenderse de esta
alianza entre la derecha eclesiástica y la derecha empresarial,
bendecida por Salinas de Gortari y por el Vaticano.
Una cosa son los derechos religiosos y otra muy distinta
el poder terrenal del clero, que en nuestra atormentada historia ha estado
siempre al servicio de las peores causas.
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