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México D.F. Domingo 13 de julio de 2003
Carlos Bonfil
En el nombre de Dios
El título de la segunda realización del actor y director escocés Peter Mullan, The Magdalene Sisters (En el nombre de Dios), alude a la existencia y funcionamiento en Irlanda, desde el siglo XIX hasta 1996, de una serie de instituciones religiosas conocidas como Lavanderías de las Magdalenas, donde las novicias eran sometidas a maltratos y trabajos forzados por monjas encargadas de hacerles expiar sus pecados o supuestas infracciones a la moral pública. Esta nueva forma de inquisición católica quedó previamente registrada en un documental inglés de Channel Four llamado Sex in a cold climate, y luego en la serie de la BBC, Sinners (Pecadoras), de Elizabeth Mickery. Peter Mullan retoma los hechos en un guión propio y concentra en tres personajes el drama de miles de mujeres que tuvieron que padecer un enclaustramiento autorizado por sus propios padres o por sus maridos. Las religiosas católicas encargadas de manejar estos centros de humillación organizada fueron, y así lo enfatiza la película, los instrumentos complacientes, y bien remunerados, de una sociedad puritana.
El valor más destacable de la cinta es justamente su habilidad para mostrar la complicidad de la institución católica con los sectores más intolerantes de la sociedad irlandesa, y es este señalamiento el que le confiere una innegable actualidad y eficacia en tanto impugnación moral. Considérense los casos que señala la película: Margaret (Anne-Marie Duff), una joven violada por su propio primo, transformada de inmediato en responsable del acto criminal por haber "provocado" al agresor o por no haberse suicidado a tiempo después del estupro; Rose (Dorothy Duffy), culpable de haber quedado embarazada fuera del matrimonio, responsabilidad de la que queda totalmente exenta su pareja masculina, y Bernadette (Nora-Jane Noone), una joven hermosa condenada únicamente por su coquetería y por las insinuaciones eróticas que dirige a sus compañeros. Las tres jóvenes son recluidas en la institución católica que literalmente opera como un campo de concentración, con Bridget (Geraldine McEwan) a la cabeza, una madre superiora de crueldad refinada, convencida del poder redentor del flagelo, la tortura sicológica y la mortificación de la carne. Un ejemplo elocuente: el castigo para una joven rebelde consiste en tasajearle los cabellos e imponerle así, sin éxito aparente, la expiación por la fealdad. Otro intento de humillación colectiva es desnudar a las novicias y someterlas al escarnio de las monjas, quienes se complacen en burlarse de cualquier defecto físico, a la manera de los hedonistas sádicos en Saló o los 120 días de Sodoma, de Pasolini. En estas casas de la redención obligatoria, se lavan a la vez la ropa y los pecados, todo de manera organizada, sistematizando la culpa y la vergüenza, de espaldas a la caridad o a cualquier propósito humanitario.
En el nombre de Dios, cinta premiada con el León de Oro, del Festival de Venecia, no es de modo alguno el panfleto anticlerical que alegan algunos de sus impugnadores eclesiásticos. La violencia de sus escenas reposa en una realidad de todo un siglo debidamente documentada. La madre superiora, emblema de villanía y mezquindad moral, ofrece a través de la impecable actuación de McEwan, una complejidad sicológica que le aleja de la simplificación y del maniqueísmo. Momentos bufos como el escarmiento que una novicia propina a un sacerdote un tanto lúbrico (provocándole una crisis de urticaria, y gritándole en público, en medio de su padecimiento, "Tú no eres un hombre de Dios"), exhiben de modo contundente la hipocresía moral que impera en una jerarquía católica dispuesta a solapar los excesos de algunos de sus representantes, mientras condena sin piedad a mujeres indefensas en esas mazmorras medievales que describe la cinta.
La virulencia del dogma y el abuso de poder son los principales blancos de la denuncia social de Peter Mullan. El tono casi documental de la película es su mejor defensa ante las acusaciones de sobredramatización y de supuestos intentos difamatorios. En el nombre de Dios es un alegato contra cualquier forma de intolerancia y fundamentalismo moral, dentro o fuera de la Iglesia católica, ya sea en el clima victoriano del siglo antepasado, o en los años 60 en que se sitúa la cinta, o, más cerca de nosotros, en casos como el de Paulina, la joven, casi niña, amenazada de excomunión y obligada por autoridades de derecha a dar a luz al producto de una violación. Una película indispensable.
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