México D.F. Jueves 17 de julio de 2003
Soledad Loaeza
Interpreta mi silencio
Hace años, cuando los tríos y los boleros estaban de moda, y uno quería ahorrarse una respuesta obvia -y probablemente negativa- a una pregunta necia, respondía en tono más o menos agresivo: "Interpreta mi silencio". Esta fórmula servía para descalificar preguntas que no merecían respuesta. De ahí que fuera tan desafortunada la expresión del presidente Fox ante los resultados del pasado 6 de julio, con la que quiso decirnos que antes que fijarnos en los votos emitidos -que le dieron la mayoría relativa al PRI e incrementaron en forma sustantiva la presencia del PRD en la Cámara de Diputados-, nos concentremos en los abstencionistas.
Si interpretamos el silencio de casi 60 por ciento del electorado según el código lingüístico arriba citado, entonces tendríamos que la mayoría de los votantes ni siquiera se dignó responder a la petición de campaña de Acción Nacional y del jefe del Ejecutivo, "Vamos a quitarle el freno al cambio", y quienes contestaron lo hicieron con un rotundo y resonante "šNo!"
Admitamos que esta interpretación del abstencionismo puede estar equivocada, y que las razones de la ausencia de las urnas fueron distintas: la lluvia, el programa de televisión, la falta de credencial electoral. El problema de los abstencionistas es que su comportamiento puede utilizarse para apoyar casi cualquier interpretación. Peor todavía, su silencio abre la puerta para que quien así lo desee se erija en su representante, como bien acaba de demostrarlo Marta Sahagún de Fox, quien en un acto de malabarismo argumentativo bastante simple, se ha parado en la entrada de Los Pinos para asumir el liderazgo de los silentes. No en balde, pues el 6 de julio fueron la mayoría.
Marta Sahagún de Fox se limitó a aprovechar una de las grandes debilidades del abstencionismo como acto político: que su intención queda en manos del intérprete. Así, mientras los foxistas dicen que hoy día la política causa disgusto porque los partidos, el Congreso y los políticos no han estado a la altura del cambio y que los abstencionistas exigen seguir adelante con lo que han comenzado -sea esto lo que quieren ellos que sea-; los antifoxistas sostienen que el motivo de la desilusión es la ineficacia gubernamental y la nostalgia por la supuesta eficacia del pasado.
La interpretación de los resultados electorales tiene importantes implicaciones en el diseño de una estrategia de gobierno. Así por ejemplo, el triunfo del candidato del PAN a la Presidencia de la República en julio de 2000 fue entendido por los foxistas como un triunfo personal de Vicente Fox, en el que Acción Nacional había jugado un papel secundario.
De la idea de que Fox había ganado solo la elección se desprendió con toda naturalidad la conclusión de que podía gobernar también solo. Esta interpretación está en el origen de muchas de las tensiones que tuvo el Presidente con su partido desde las primeras semanas en el poder, cuando insistía en su propia versión de "la sana distancia" zedillista en relación con el PAN.
Es posible que esta idea de que él mismo es su mayor capital político, esté detrás de la campaña electoral permanente en que ha vivido Vicente Fox los pasados dos años y medio. Es decir, muchas de las fallas políticas del actual gobierno, cuya culminación fue la derrota panista del 6 de julio, pueden explicarse a partir de una interpretación equivocada que hicieron los foxistas de la voluntad de los votantes hace tres años. No obstante, ahora incurren de nuevo alegremente en el riesgo de equivocarse, buscando imponer a los demás su propia fantasía: Fox no tuvo nada que ver en la tragedia del domingo 6, tampoco perdió el PAN; todos queremos que continúe su proyecto de gobierno después de 2006 dirigido por alguno de sus "amigos" o "amigas". Como es para todos evidente, otra vez confunden sus deseos con la realidad.
Tan es así que Marta Sahagún de Fox, la verdadera lideresa del foxismo, ha sacado de nuevo la cabeza para repetir como una pianola que el 6 de julio "desde la sociedad" se expresaron en silencio quienes -según ella- quieren lo que ella quiere, y nos dice que habla como integrante legítima de la "sociedad civil". Sin embargo, nadie puede olvidar, ella mucho menos, que ya no habla desde la oscuridad de Celaya, sino desde la luminosidad de la Presidencia de la República, y que con su intervención pública lo único que logra es que ya no escuchemos lo que tiene que decir su marido. A menos de que a nosotros también él sólo nos deje interpretar su silencio.
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