México D.F. Domingo 20 de julio de 2003
Rolando Cordera Campos
La hora cero de la izquierda
Sin demasiado entusiasmo terminó en Londres la reunión de partidos y gobiernos progresistas. El mundo no está para bromas y Blair vive 24 horas bajo fuego cruzado por las inexactitudes y mentiras en que su gobierno y él mismo incurrieron para justificar la intervención británica en la guerra contra Irak.
En el país de la libertad de prensa el gobierno esperanzador de la "tercera vía" se trenza con el periodismo progre, es puesto en la picota por The Independent dominical por la hilera interminable de verdades a medias o falsedades abiertas sobre las armas de destrucción masiva de Saddam y se monta un diferendo con la BBC sobre la legitimidad de unas informaciones que, según el gobierno, se habrían basado en una sola y oscura fuente. Como bola de nieve, la premura para hacer la guerra y no quedar descolocado por la furia salvacionista de los cruzados bushistas deja ahora a Blair frente a severos cuestionamientos éticos y políticos.
La autonomía de la venerable institución británica de la comunicación ha sido defendida por todo el arco ideológico británico y, desde luego, por sus directivos, algunos de los cuales son reconocidos como cercanos a Blair. Por su parte, el editor político del Daily Mirror sacó a relucir en su columna del New Statesman las insistentes falacias del gobierno sobre la obligación de las "dos fuentes".
Con base en su larga experiencia como reportero político, pero también en la del ahora arrinconado gurú de Blair en asuntos mediáticos, y en la de otros destacados políticos del laborismo, Paul Routelege desmonta la supuesta ortodoxia de la defensa gubernamental en materia de medios. Sin ambages, el periodista insiste: lo importante es que la fuente sea creíble y dispuesta al riesgo, que sea consistente, y lo demás es puro oficio y amor a la camiseta.
Lo destacable es la cascada de críticas sobre Blair y sus extraños equilibrios en la guerra, que adelantan nuevas y furiosas batallas parlamentarias. Una investigación independiente es lo que pide el líder de los liberales-socialdemócratas, pero eso parece ser apenas la punta de un iceberg abrumado por la desconfianza y la incredulidad crecientes, y que afecta desde luego al propio laborismo parlamentario. Muchos de quienes apoyaron a Blair, por su dicho de que Hussein tenía capacidad para desplegar armas de destrucción masiva en 45 minutos, asisten hoy a la falta persistente de evidencia al respecto, lo que se agrava con las declaraciones del propio Colin Powell, o de Hans Blix, quien sin estridencias simplemente asevera que Blair cometió un error fundamental al dar por buena una información tan vulnerable como la referente al uranio de Níger, que había sido desechada por el propio Departamento de Estado en su oportunidad pero sostenida por Bush hasta el final, o casi.
Mentiras y uso avieso de la información pueden ser cosa de todos los días en la política del poder, pero la insistencia en la verdad y en su necesidad esencial para una sociedad moderna en vías de globalización, si no nueva sí es sintomática de la corriente de cambios que todavía bajo tierra puso en movimiento el 11 de septiembre y su terrible secuela para un orden internacional sin rumbo y siempre al borde de desbocarse.
Este es el contexto en el que se dio la reunión de la izquierda moderada que busca ahora, en palabras de Anthony Giddens, la "segunda ola de la tercera vía". Esto, para enfrentar una "cuarta vía" que, en la visión de Bill Clinton, más que "conservar" quiere también cambiar a fondo el mundo de hoy, pero sin pensar un ápice en el consenso y haciendo uso de la agresión y del propio poder del que ahora disfruta a lo largo y ancho del mundo post 11 de septiembre.
Más que de un neoconservadurismo, tendría que hablarse de una nueva derecha, que se propone imponer más que convencer y para la que no hay mucha paciencia para las medias tintas. Como lo ha mostrado la política práctica de Bush, todo debe estar dispuesto para los ricos, de los que no puede desde luego excluirse a los poderosos del petróleo, a los que se debe sin mayor recato. Darle racionalidad a una política de la izquierda para hoy y para mañana tendría que querer decir algo más que la búsqueda inteligente de unos acomodos con lo que dejó el neoliberalismo, porque sus resabios no son sólo eso sino fortalezas y reservas de gran poderío y capacidad para construir oleadas hegemónicas que pretenden dominio global más que compromisos a la mitad del río.
Los diseños estratégicos están en la mesa de la discusión y la disputa globales. El que encarnaron Reagan y Thatcher e hizo suyo, para actualizarlo, el equipo de los célebres neo-cons, que van de la corporación petrolera a la ideología y la mistificación más desaforada, mantiene su pretensión absolutista, que diera motivo a la noción del pensamiento único. Sólo por eso, por si no faltasen endiablados problemas en el mundo del subdesarrollo humano, debidamente documentados por Lula esta semana en Londres y España, la izquierda tiene que recuperar para su discurso y visión la importancia de la verdad y de la trascendencia.
Sin ellas es poco lo que le queda, salvo pedir perdón y comprensión a los nuevos legionarios de un imperio impensado, tal vez, pero siempre muy ansiado. Balmes, Barcelona, 17 de julio de 2003
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