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México D.F. Domingo 27 de julio de 2003

Carlos Montemayor

La historia me absolverá, de Fidel Castro

Al amanecer el 26 de julio de 1953, más de 150 jóvenes combatientes atacaron los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo. En aquel momento, el cuartel de Santiago de Cuba, llamado cuartel Moncada en homenaje a Guillermo Moncada, mayor general del Ejército Libertador, era la instalación militar más importante de la isla fuera del área metropolitana de La Habana. Docenas de esos jóvenes fueron asesinados en su condición de prisioneros y otros fueron sometidos a un proceso judicial viciado y tortuoso. Fidel Castro Ruz, entonces un joven abogado, había organizado y encabezado a los jóvenes combatientes, y el 16 de octubre de 1953 asumió su propia defensa ante la sala primera de urgencia de la Audiencia de Santiago de Cuba. Durante dos horas pronunció un extenso discurso cuyas líneas finales aseguraban lo siguiente: "La historia me absolverá".

Incomunicado, sin condiciones mínimas de justicia para hablar con un abogado defensor, Fidel Castro preparó este discurso mientras estuvo recluido en la Prisión Provincial de Oriente, a donde lo llevaron el primero de agosto de 1953. Si bien quedó incomunicado a partir del 25 de septiembre, logró mantener contactos con otros compañeros, con presos comunes y con colegas del exterior que le permitieron elaborar su minucioso alegato de autodefensa, que redactó, corrigió y memorizó durante varias semanas. La mañana de la audiencia, al dirigirse hacia la sala, dejó su manuscrito en la celda y sólo llevó consigo una amplia cita sobre las luchas de independencia de Cuba. Pronunció, pues, el discurso de memoria y las notas dejadas en la celda se perdieron.

Fidel Castro fue condenado a 15 años de prisión y se le recluyó en un presidio de Isla de Pinos; primero, en compañía de sus amigos; después, confinado en una celda solitaria. Desde el primer momento de su encarcelamiento se propuso reconstruir el discurso de autodefensa y clandestinamente pudo enviarlo en numerosos fragmentos a través de cartas dirigidas durante meses a Melba Hernández, Haydée Santamaría y Lidia Castro. Melba y su padre, Manuel Hernández, mecanografiaban e integraban la mayor parte de estas cartas que contenían con letra minúscula o con tinta invisible hecha a base de jugo de limón los diversos párrafos del discurso. El documento quedó completamente integrado en junio de 1954.

Fidel le concedía en ese momento un alto valor político. En la carta que dirigió a Melba Hernández y Haydée Santamaría, el 18 de junio de 1954, les pidió que distribuyeran por lo menos 100 mil ejemplares en un plazo de cuatro meses y explicó así la importancia del documento:

"Ahí está contenido el programa y la ideología nuestra, sin lo cual no es posible pensar en nada grande; además la denuncia completa de los crímenes que aún no se han divulgado suficientemente y es el primer deber que tenemos para los que murieron. Expresa también el papel que desempeñaron ustedes dos y que debe saberse para que ello facilite el trabajo que tienen que realizar. Hecha esta labor indispensable, viene después otra serie de trabajos de organización y proselitismo que estoy estudiando (...) Darle ahora preferencia a los gastos del discurso, para lo cual estoy seguro que muchos les ayudarán, porque es el documento más terrible que pueda publicarse contra el gobierno."

En otro párrafo de la misma carta agrega sobre los depósitos de ejemplares del discurso impreso:

"Deben tomarse las medidas de precaución para que no descubran ningún depósito ni detengan a nadie, actuando con el mismo cuidado y discreción que si se tratase de armas."

En la carta que les escribió al día siguiente, Fidel insistió en que dieran prioridad absoluta al discurso, y en otra, del 12 de mayo, volvió a insistir en estos puntos:

"Programa revolucionario nuestro incluido completo en el discurso. Todo él es un documento básico sobre el cual llevar la lucha. Considero muy importante prestarle el mayor interés."

La impresión del discurso se efectuó en octubre de ese mismo año y se distribuyeron clandestinamente varias decenas de miles de ejemplares. En 1955, liberados ya Fidel Castro y sus compañeros por la inmensa presión popular, se publicó nuevamente el discurso en la ciudad de Nueva York, y Fidel corrigió algunos errores de transcripción y erratas de la publicación original. A partir de entonces se sucedieron numerosas ediciones que fueron modificando por cambios o disposiciones editoriales el texto entero. En 1975, a iniciativa de Celia Sánchez, se recurrió a la versión original de 1954 y a la de 1955 para lograr un texto más fiel; fue publicado por la Editorial de Ciencias Sociales y sirvió de base para posteriores ediciones del discurso.

Finalmente, en 1993, Pedro Alvarez Tabío y Guillermo Alonso Fiel concluyeron una magnífica edición crítica con numerosas notas históricas, jurídicas, literarias, políticas, económicas y geográficas que puede considerarse no sólo como la mejor edición del discurso, sino la que aporta el texto definitivo. Esta edición anotada apareció en La Habana bajo el sello de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. Paradójicamente, se perdieron los dos textos originales: primero, los papeles dejados en la prisión la mañana de la audiencia; después, por razones de lucha, la correspondencia clandestina y la primera integración que Melba y Manuel Hernández hicieron en 1954.

El trabajo de Pedro Alvarez Tabío y de Guillermo Alonso Fiel es magnífico. Estos editores recalcan el papel que en 1954 concedía Fidel al discurso y afirman:

Era evidente el relevante papel destinado por él, dentro de esta estrategia de propaganda revolucionaria, a la divulgación de La historia me absolverá en su múltiple condición de acta de denuncia de la barbarie criminal del régimen batistiano, alegato de justificación de la resistencia activa y la lucha frontal contra el ilegítimo y opresivo gobierno de facto, y razonada exposición de los males de la sociedad cubana de la época y del contenido revolucionario del programa de acción propuesto por los moncadistas para combatir esos males. De ahí la trascendencia de este documento y su valor histórico perdurable."

En efecto, el discurso se propone realizar varios deslindes fundamentales. Primero, eliminar de entrada todo nexo posible de los combatientes con el inmediato pasado político de Cuba. Segundo, reafirmar la singularidad de los combatientes del 26 de julio respecto a toda la oposición del momento. Tercero, asentar el origen independiente de sus recursos económicos y de su preparación ideológica y militar. Cuarto, indicar las diferencias de dignidad esencial entre los combatientes jóvenes y cierto núcleo militar del ejército del dictador Fulgencio Batista. Quinto, contraponer como datos simbólicos de dinámica social e histórica dos fechas: el l0 de marzo de l952, día del golpe de Estado de Batista, y el 26 de julio, día del asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo. Pero su hilo conductor, el supuesto que permea todo el discurso de autodefensa y lo provee de una coherencia que momento a momento se torna más clara y más profunda, es la comparación constante entre la lucha independentista cubana y el asalto al cuartel Moncada; entre las traiciones y crímenes de los más viles oficiales del ejército cubano del pasado y los crímenes de los oficiales del ejército cubano en ese momento.

En esta línea de argumentación, una de las principales del discurso entero, resultaba natural que Fidel Castro afirmara que el autor intelectual del 26 de julio era José Martí, y que en la parte final y medular de la exposición leyera este pasaje de La Edad de Oro: "En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Estos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana".

La argumentación resaltó por la novedad del lenguaje político y su contundencia crítica. Era un discurso nuevo, concreto, que basaba sus ejemplos y argumentos en la historia heroica de Cuba, sin apartarse un ápice del encomio a la patria y a sus luchas libertarias. Pero además de la denuncia feroz de los crímenes cometidos por oficiales del ejército de Batista contra los jóvenes prisioneros que asaltaron el cuartel Moncada, hay otra línea de argumentación esencial: la enumeración de los planes de gobierno que los combatientes se proponían impulsar de haber triunfado militarmente.

Habíamos dicho que por las cartas enviadas a Melba Hernández y a Haydée Santamaría, de abril a junio de l954, se desprende que Fidel veía este discurso como parte de un programa de acción política encaminado al proselitismo. Ese era el papel fundamental que le daba al discurso y, por tanto, a la formulación de los planes de gobierno y a las responsabilidades que debía asumir un gobierno revolucionario.

El discurso enlistó cinco leyes revolucionarias y una declaración de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos de América Latina. La primera ley se refería al restablecimiento de la Constitución cubana de l940 "en tanto el pueblo decidiese modificarla o cambiarla", apuntó el documento. La segunda y cuarta se referían a una reforma agraria que concedería la propiedad de la tierra, de manera inembargable e intransferible, a campesinos que ocupasen parcelas de 13 hectáreas o menos y el derecho de otros a participar del 55 por ciento del rendimiento de la caña de azúcar. La tercera ley otorgaría a obreros y empleados el derecho a participar del 30 por ciento de utilidades en todas las empresas. La quinta ley ordenaría la confiscación de bienes a todos los malversadores de la dictadura y de anteriores gobiernos. Varias páginas del discurso están dedicadas, además, a explicar lo que debía hacer un gobierno revolucionario en industria, agricultura, comercio, vivienda y educación.

A lo largo de medio siglo el documento ha aparecido por ello como irreductible a un solo sentido. Es un testimonio militar en cuanto a la estrategia y el desenvolvimiento del ataque al cuartel Moncada y al cuartel de Bayamo. Es un documento de experiencia guerrillera. Es también el discurso que sobresale en el mundo cubano opuesto a la dictadura de Batista con un lenguaje nuevo, sin retórica de partidos, sin anclajes catequísticos de doctrinas partidarias. Es un lenguaje que acrecienta su novedad y su frescura política con la aureola del sacrificio y del valor, del testimonio inmediato e innegable de haber puesto la vida de por medio. No era un lenguaje retóricamente doblegado por los compromisos o la historia de los partidos comunistas del mundo. Al lenguaje directo y sencillo del discurso se agregaba la contundencia de los hechos militares, del arrojo y del proceso penal a que fueron sometidos los sobrevivientes.

El movimiento de los moncadistas o del 26 de julio tuvo un soporte destacado e inconfundible en este discurso. Fue considerado desde su inicio como parte de una actividad política múltiple y, por tanto, inserto en un programa de acción que rebasó al documento antes, durante y después de su aparición misma. Fidel Castro seguía sin considerar este libro, en septiembre de 2002, cuando conversé largamente con él en La Habana, como un documento en sí mismo, sino como un episodio de un proceso más vasto y de incesante movimiento. Lo seguía viendo desde la perspectiva de los hechos inmediatamente anteriores, desde la organización militar, desde la movilización de masas y, sobre todo, desde la perspectiva del programa esbozado en el discurso como anuncio del programa político, social, agrario, cultural, de lo que sería la Revolución Cubana. Era quizá el enlace entre distintos momentos iniciales de una lucha que alcanzaría dimensiones enormes y que lo sumergirían en este proceso tan sólo como un instante mínimo. Es decir, el discurso ha funcionado como una especie de espejo para visualizar lo que la revolución había sido antes del ataque al cuartel Moncada y lo que sería después. Nunca el documento como un espacio autónomo, sino dependiente del proceso que lo rebasaba y al mismo tiempo lo engrandecía.

Ahora, 50 años después, tal vez podríamos preguntarnos: ¿tiene este documento un valor independiente de su función episódica en el proceso complejo de la Revolución Cubana? ¿Podríamos leer el discurso como un instante autosuficiente en sí mismo, como un momento de análisis y deslinde teórico de la vida política de Cuba y del continente?

Creo que sí, particularmente si atendemos a su función inicial y formal: la jurídica. El fiscal basó la acusación en el artículo l48 del Código de Defensa Social, que decía a la letra: "Se impondrá una sanción de privación de libertad de tres a diez años al autor de un hecho dirigido a promover un alzamiento de gentes armadas contra los Poderes Constitucionales del Estado. La sanción será de privación de libertad de cinco a veinte años si se llevase a efecto la insurrección".

La primera respuesta de Fidel Castro precisa lo siguiente: "En primer lugar, la dictadura que oprime a la nación no es un poder constitucional, sino inconstitucional; se engendró contra la Constitución, por encima de la Constitución, violando la Constitución legítima de la República (...) En segundo lugar, el artículo habla de poderes, es decir, plural, no singular, porque está considerando el caso de una República regida por un Poder Legislativo, un Poder Ejecutivo y un Poder Judicial que se equilibran y contrapesan unos a otros. Nosotros hemos promovido rebelión contra un poder único, ilegítimo, que ha usurpado y reunido en uno solo los poderes Legislativo y Ejecutivo de la nación, destruyendo todo el sistema que precisamente trataba de proteger el artículo del Código que estamos analizando." Por tanto, concluye así: "... ni una sola coma del artículo l48 es aplicable a los hechos del 26 de julio".

La argumentación jurídica prosigue de manera más amplia en el campo constitucional. El 4 de abril de l952 se habían promulgado en Cuba los llamados Estatutos Constitucionales a fin de dotar a la dictadura de una estructura legalista. Un ex senador y ex ministro, el abogado Ramón Zaydín Márquez-Sterling, había promovido un recurso de inconstitucionalidad ante el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales por la promulgación de los estatutos. El l7 de agosto de l953 el tribunal lo declaró inadmisible e improcedente.

Fidel Castro apuntó en su discurso: "El Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales fue instituido por el artículo l72 de la Constitución de l940, complementado por la Ley Orgánica número 7 del 3l de mayo de l949. Estas leyes, en virtud de las cuales fue creado, le concedieron, en materia de inconstitucionalidad, una competencia específica y determinada: resolver los recursos de inconstitucionalidad contra leyes, decretos-leyes, resoluciones o actos que nieguen, disminuyan , restrinjan o adulteren los derechos y garantías constitucionales o que impidan el libre funcionamiento de los órganos del Estado. En el artículo l94 se establecía claramente: 'Los jueces y tribunales están obligados a resolver los conflictos entre las leyes vigentes y la Constitución ajustándose al principio de que ésta prevalezca siempre sobre aquéllas'. De acuerdo, pues, con las leyes que le dieron origen, el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales debía resolver siempre en favor de la Constitución. Si ese tribunal hizo prevalecer los Estatutos por encima de la Constitución de la República se salió por completo de su competencia y facultades, realizando, por tanto, un acto jurídicamente nulo".

A partir de aquí, los hechos del 26 de julio son vistos como el ejercicio de un derecho constitucional, como un recurso plenamente válido para el restablecimiento de la legalidad y la democracia, como el procedimiento constitucionalmente previsto para la salvación misma de la República. Además de la defensa específica de la Constitución cubana, presenta un largo listado de juristas y tratadistas que desde la Edad Media al siglo XX defienden el derecho de los pueblos para rebelarse ante la tiranía. La historia me absolverá es la defensa constitucionalista en América Latina más firme de las rebeliones civiles, de las insurrecciones de nuestros pueblos. Medio siglo atrás su razonamiento fue claro y persuasivo en un periodo dictatorial y opresivo de Cuba. Después pudo serlo también para la oprobiosa historia política y militar de nuestros países. Ahora, cuando confundimos el hambre, la desigualdad y la miseria con la estabilidad, cuando confundimos la resignación de los pueblos con la paz social, quizá tenga que volver a serlo.

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