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México D.F. Domingo 27 de julio de 2003

MAR DE HISTORIAS

Consejos para vivir

Cristina Pacheco

Un lunes por la mañana Nora recibió la noticia de que su contrato en la radiodifusora no sería renovado. Fue a ver al director de producción. Las razones en defensa de su programa Consejos para vivir quedaron demolidas por el argumento: "No hay presupuesto." Gracias a un último forcejeo, Nora logró que se le permitiera seguir ante el micrófono hasta el viernes: fin de mes.

El resto de la semana fue espantoso. Nora hacía esfuerzos para conservar su entusiasmo durante el programa y por mostrarse agradecida y optimista cuando alguien le brindaba frases de aliento como las que ella había prodigado a su auditorio: "Acuérdate de que no hay mal que por bien no venga." "Las cosas suceden por algo." "Los cambios siempre son buenos".

Llegó el momento en el que, además, tuvo que fingir no darse cuenta de los cuchicheos en las oficinas, ni de las escapatorias de Nubia y Margarita al centro comercial donde le comprarían, previa colecta, el regalo obligado: Ƒun reloj, un portarretratos de pewter, unos aretes? Era el tipo de obsequios que, a lo largo de catorce años, ella misma había adquirido para hacer menos amarga la partida de quienes se iban de la radiodifusora.

El viernes, después de su último programa, para no sabotear la despedida que le habían preparado sus compañeros, Nora se inventó quehaceres con objeto de quedarse en la oficina; revisar los cajones del escritorio, ver la computadora y ordenar las cartas recibidas esa mañana. Le llamó la atención un sobre rotulado a máquina con cinta roja. Decidió no abrirlo. Según su experiencia de los últimos años, no era difícil suponer que su contenido se relacionaba con desempleo, soledad, crisis de pareja, violencia interfamiliar, secuestros, deudas, intentos de suicidio, adicciones.

Por primera vez a Nora se le ocurrió pensar en qué sería de ella cuando no tuviera que enfrentarse a los problemas planteados por tantas personas desconocidas. No pudo imaginarlo, pero se dio cuenta de que, en el afán de resolver esos dilemas, Nora se había olvidado de los suyos.

Llegar a esa conclusión aumentó sus temores ante el futuro. Murmuró lo que tantas veces les había aconsejado a quienes le solicitaban ayuda por carta y por teléfono: "El temor la confunde, le resta fuerzas para seguir adelante. Le recomiendo que controle sus miedos: sólo así podrá cambiar su realidad. Ignorarla tal como es ahora sólo agravará sus conflictos".

Las frases le sonaron huecas. Se sintió estúpida e irresponsable por haberlas pronunciado durante catorce años ƑCon qué derecho había sugerido esa fórmula alguien que, como ella, no era capaz de aceptar lo que estaba sucediendo dentro de su propia familia? Un hermano suicida, un esposo sin empleo y obsesionado por el ahorro y la pornografía, un hijo reacio al estudio y tal vez delincuente.

II

Lo sospechó días antes de recibir la notificación de su despido. Eran las seis de la tarde. Iba camino a la radiodifusora. Su coche empezó a lanzar humo. Temió que se incendiara y lo estacionó. Tenía el tiempo justo para llegar a la oficina, leer la correspondencia y salir al aire.

Caminó en busca de un taxi. Al no encontrarlo se subió a un microbús. Sólo había un asiento desocupado, al fondo. Quedó junto a una mujer que dormitaba apoyada en la ventanilla. Su abandono era muestra de una terrible fatiga. Pensó que tal vez fuese una de las radioescuchas que le hablaban o le escribían a Consejos para vivir

Al tomar una diagonal el chofer enfrenó con violencia. Su vecina se despertó, los demás pasajeros protestaron. Dos jóvenes subieron al microbús. El de pantalones blancos pasó de largo hasta la mitad del pasillo; el otro, con boina tejida y una enorme manga de plástico oscuro, se mantuvo junto al chofer y con la cabeza inclinada mientras buscaba cambio en su mochila.

Cuando el muchacho giró hacia el interior del microbús, Nora vio que su gorra se había transformado en pasamontañas y que llevaba una pistola en la mano. Su cómplice sacó de entre sus ropas una bolsa de plástico y ordenó a quienes iban en el vehículo poner allí cuanto trajeran. Una anciana, al verse despojada de su monedero, suplicó que al menos le dejaran un boleto del Metro. El joven del pasamontañas se burló: "No la haga de tos y suelte". Nora creyó reconocer la voz de su hijo Eduardo.

Intentó levantarse pero su vecina murmuró: "Mejor quédese quieta". Cuando terminaron de esquilmarlos, el joven de pantalón blanco le ordenó al chofer que se detuviera y enseguida saltó a la calle. Antes de seguirlo, su cómplice amagó con la pistola: "Ni se les ocurra hacerse los héroes". Paralizados de terror, vieron desaparecer a los asaltantes. Un obrero se acercó a la puerta: "šCabrones! šMalditos!". El chofer le impuso silencio: "No le busque: a esos no les importa matar". En medio de las protestas por la inseguridad y la falta de vigilancia en las calles, alguien sentenció: "Todo esto es culpa de los padres".

III

Nora llegó demudada a la radiodifusora, a escasos minutos de la transmisión. Cometió muchas fallas en el programa. Cuando terminó, Hilario, el productor, y las telefonistas quisieron saber el motivo de su nerviosismo. Nora mencionó la descompostura del coche y el atraco en el microbús, pero no les dijo lo que en realidad la tenía preocupada: la sospecha de que uno de los asaltantes pudiera ser Eduardo.

Hilario se ofreció a llevarla a su casa. Rechazó la oferta, le pidió cien pesos prestados y llamó al sitio de taxis. Quería reflexionar a solas. Lo hizo y llegó a una conclusión: su nerviosismo y el pasamontañas tenían que haber deformado la voz; el atracador no era Eduardo sino otro joven de su edad y su estatura. El razonamiento no la tranquilizó.

En cuanto llegara a la casa, buscaría el momento oportuno para hablar del asunto con Armando.

Su marido la recibió con la misma pregunta de siempre: "ƑGuardaste el coche?" "Se me descompuso. No había taxis y tuve que llegar a la estación en microbús". La contrariedad de Armando le impidió a Nora hablar del asalto: "Te dije que lo llevaras al servicio. No hiciste caso y ahora quién sabe en cuánto nos saldrá el chistecito". Nora le recordó que apenas le alcanzaba el tiempo para atender la casa y su trabajo. Armando estalló: "Que lo lleve Eduardo. No hace nada. Se la pasa en la calle con los amigos. No me extrañaría que anduviera metido en algo chueco".

Nora estaba a punto de hablar de su sospecha cuando apareció Eduardo. Les extrañó verlo tan temprano. El se justificó: "Un cuate vino a ver a su gorda. Ella vive cerca y aproveché para que me diera aventón". Armando se precipitó: "El coche de tu madre se descompuso y tuvo que llegar a la estación en microbús". Eduardo se mostró indiferente: "ƑQué tiene de especial? Yo así viajo".

Nora se le quedó mirando, atenta a su reacción: "Nos asaltaron". Su esposo se levantó sobresaltado; "ƑPor qué no me lo dijiste?" "Estás tan furioso por lo del coche que no me diste tiempo. Ah, y no te preocupes tanto: ya sabes que nunca saco las tarjetas. Perdí doscientos pesos y la licencia". Su hijo la llevó hasta el sillón: "šPobrecita! A ver, platícame: Ƒcómo estuvo la bronca?"

Sin dejar de mirarlo, Nora le describió la escena y el aspecto de los asaltantes. Enfatizó lo del pasamontañas y la manga de plástico, pero él no se inmutó. Nora se sintió dichosa de que su hijo no fuera culpable. Sin darle explicaciones, lo besó.

IV

Nora estaba recordando la escena en la sala de su casa cuando sonó el teléfono. Nubia le dijo que la fiesta estaba por comenzar. Nora reparó en el sobre. Esta vez no resistió la tentación de abrirlo. Contenía una tarjeta: "Mamá: Te devuelvo tu licencia a cambio de que me des Consejos para vivir".

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