México D.F. Lunes 28 de julio de 2003
Aquí cada vez somos más y nos
contratan menos, afirman cesantes
Plaza San Jacinto, bolsa en auge de trabajo informal
MIRNA SERVIN VEGA
"Lléveme a mí, lléveme a mí",
ruegan decenas de albañiles que se arremolinan en frente al contratista
que llega a la Plaza de San Jacinto, en San Angel, mientras levantan la
mano para ser escogidos. Pero sólo hay trabajo temporal para dos
de los cientos de hombres y mujeres que cada semana llenan las bancas y
pasillos del jardín, en espera de un sueldo de alrededor de mil
pesos y más de 40 horas de trabajo a la semana, sin servicio médico
ni otras prestaciones en la mayoría de los casos.
Son ellos, los trabajadores de la construcción,
quienes están en la mira de los programas del Gobierno del Distrito
Federal para reactivar la generación de empleos en la capital del
país mediante la obra pública, como la continuación
de los segundos pisos y vialidades, la construcción de la Universidad
de la Ciudad de México, programas de vivienda y trabajos de remodelación
en el Centro Histórico.
El grupo de más de 200 trabajadores y decenas de
mujeres llama la atención a los visitantes de los lujosos restaurantes
que hay en la zona. Conforme transcurren los días, los trabajadores
pierden la expectativa de ser contratados y para el viernes apenas se observan
de 50 a 70 personas distribuidas a lo largo del jardín, sentadas
por horas en las bancas o paradas al lado de sus mochilas con herramienta.
Los
que aquí se reúnen provienen en su mayoría de Oaxaca,
Puebla, estado de México, Veracruz y Chiapas, entre otros, y conforman
en vivo y a todo color las cifras de desempleo que en los últimos
meses -según la percepción diaria de estos trabajadores,
y que es reforzada por las estadísticas del INEGI-, se ha agudizado.
Raúl Ramírez no es una cifra solamente.
Lamenta lo mucho que ha bajado la actividad para ellos: "cada vez se presentan
más trabajadores a la plaza y cada vez nos contratan menos", cuenta.
Antes "venían en camionetas o camiones foráneos
a recoger a los maestros oficiales, o de perdida a muchos ayudantes". Ahora
pueden pasar varias semanas y las mismas caras se acompañan durante
las horas de inactividad.
El tiene tres hijos -el mayor apenas de nueve años-
y renta un lugar en 500 pesos para vivir con su familia. Desde hace tres
semanas Raúl se sienta alrededor de la fuente de la plaza y espera.
No ha habido nada desde entonces y aún sobrevive con los ahorros
de la obra anterior. Sin embargo, afirma, lo prefiere, ya que antes trabajaba
en el campo sólo por 40 pesos diarios.
A un costado de la plaza el perfil de los que esperan
por una jornada de trabajo cambia. Son señoras que en su mayoría
pasan de los 40 años de edad y buscan con la mirada a alguien que
las pueda contratar. Se dedican a la limpieza de ventanas y pisos en las
obras donde, cuentan, les pagan mejor que en una casa particular, donde
cobran máximo 800 pesos a la semana, además de "aguantar
el maltrato de las patronas".
Margarita teje con gancho una carpeta redonda. Aprovecha
las horas y les exprime un pequeño ingreso traído por su
venta. Así ha podido resistir el mes que ha cansado sus piernas
en esperar sin siquiera llevar 20 pesos a su casa, donde la esperan seis
bocas que alimentar.
"Anoche oí en la tele que va a ver más
empleo. ¿Quién les cree", dice molesta. No cree que haya
otro oficio para ella y el que ahora tiene no le ha dado resultado. Pero
es que esta mujer no sabe hacer otra cosa. Ella se quedaba en casa al cuidado
de sus hijos hasta que enviudó y ahora no sabe qué hacer
parada en la plaza y con los gastos que se aproximan. "Ya viene otra vez
lo de los útiles escolares y nos los voy a poder comprar. Si lo
que quiero es poder llevar algo de comer a mi casa".
Cuenta que acudir a la Plaza de San Jacinto sí
le había funcionado, pues tenía contratos temporales, pero
constantes. Ya no es así. La competencia ha incrementado y cada
vez más mujeres llegan al lugar.
Algunas de las presentes hacen plática con los
albañiles del lugar, pero en general todos saben qué sección
es para contratar a cada cual.
Las reglas en esta plaza -que se ha convertido en una
de las más grandes bolsas de empleo informal en la ciudad- están
bien definidas. Los trabajadores no bajan los precios por sus servicios:
800 pesos por ayudante y mil 200 si eres "oficial".
Si llegan a solicitar a un yesero o a un pintor, se retiran
los que no lo son. "Sólo que ahora han llegado muchos que no saben
que aquí se trabaja así", relata Jorge, que lleva más
de cinco años acudiendo al mismo lugar.
Algunos contratistas ya saben por quienes vienen y los
trabajadores del lugar han aprendido a "oler" cuando llega alguien nuevo
para ofrecer. "A pesar de que todos queremos que nos lleven, sabemos respetar.
Muy pocas veces se ha armado desmadre", cuenta.
Los trabajadores que ahí se reúnen desde
las seis de la mañana hasta las seis de la tarde juegan rayuela,
leen una revista y platican entre sí. "Ya no jugamos futbol porque
los policías nos llamaron la atención", recuerda Jorge. Tampoco
pueden sentarse en el jardín porque hace más de un año
la delegación Alvaro Obregón construyó rejas de protección.
Así que los cientos de trabajadores que ocupan la plaza, que se
empiezan a extender a otras calles, dicen con resignación que sólo
les queda esperar una oportunidad.
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