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México D.F. Lunes 4 de agosto de 2003
Jorge Santibáñez Romellón*
Migración: ¿se abren nuevas ventanas?
Sucesos recientes hacen creer que probablemente en el
futuro cercano haya algunas modificaciones en la forma en que nuestros
vecinos abordan el tema migratorio. Es importante analizar el significado
de esos cambios desde una perspectiva realista que no los minimice o descalifique
de antemano, pero que tampoco sobredimensione algunas actitudes presentándolas
como un giro de 180 grados en las relaciones con Estados Unidos.
Estos cambios se reflejan de diversas maneras; cuando
menos deberían ser clasificados en tres categorías: los que
corresponden esencialmente a la agenda estadunidense, los que forman parte
de la agenda mexicana y los que eventualmente -por desgracia los menos-
se relacionan con una agenda compartida. Quizá la distinción
sea esquemática y simplista, pero ayuda a analizar el futuro de
las iniciativas. Me referiré aquí a las primeras.
Me gustaría mencionar dos iniciativas recientes
de Estados Unidos no por su relevancia, sino porque en mi opinión
proyectan una parte central de los intereses de sectores de la sociedad
estadunidense: la seguridad nacional y el futuro poblacional de la llamada
comunidad hispana.
Efectivamente, en la agenda paranoica de nuestros vecinos
en torno a su seguridad, resulta contradictorio y absurdo que haya en su
territorio 9 millones de personas sin la documentación que las autorice
a residir en ese país y de las que sólo se tienen estadísticas
generales, sin saber dónde trabajan, qué servicios utilizan
o qué lugares frecuentan, ni quiénes son, en términos
de "seguridad". ¿Cómo puede el país más poderoso
del mundo, el que más tecnología ha desarrollado para cuidar
sus fronteras y el acceso a su territorio, albergar a 9 millones de personas
(de las cuales 4 millones son mexicanos) sin "datos oficiales" que permitan
reconocerlos?
En una lógica estricta de seguridad esa situación
resulta inaceptable. Por ello un grupo de congresistas republicanos ha
lanzado una iniciativa de programa de trabajadores temporales-regularización,
el cual, precisamente por derivarse de congresistas del partido más
opuesto a este tipo de propuestas, tiene posibilidades de éxito.
De cualquier modo, no se reconoce la necesidad de la mano de obra mexicana
o la existencia de facto de un mercado laboral regional-binacional,
sino más bien se buscan mejorar los esquemas de seguridad y control
de la frontera. Contiene cuestiones de dudosa calidad moral que impedirían
al gobierno mexicano sumarse a esta iniciativa y aplaudirla, por ejemplo
que los indocumentados tendrían que pagar una multa de mil 500 dólares
por su "osadía" de entrar a Estados Unidos de manera subrepticia,
haber trabajado y beneficiado la economía estadunidense sin recibir
prácticamente ninguna prestación laboral a cambio.
Otra iniciativa, de menor dimensión pero importante,
tiene que ver con un cambio de posición de Gray Davis, gobernador
demócrata de California, en torno a la aprobación de la licencia
de conducir en ese estado sin que el solicitante deba residir de manera
documentada en Estados Unidos. El contexto de esta medida, además
de mostrar la contradicción en la que viven nuestros vecinos al
no reconocer a los indocumentados para efectos laborales, pero sí
para otorgarles selectivamente algunos derechos, tiene que ver con una
pugna política interna que enfrenta al gobernador a una eventual
votación para destituirlo, lo que busca evitar mediante todos los
apoyos posibles, aun de los indocumentados. Este "cambio" de un gobernador
tiene que ver con la importancia poblacional que de manera creciente tendrá
la población hispana en Estados Unidos, en particular en
California, Texas o Arizona, estados en los que esta presencia, específicamente
de origen mexicano, tendrá un peso político cada vez más
importante. En síntesis, estas comunidades irán obteniendo
más derechos, por su crecimiento, y esto los hace más importantes
desde el punto de vista político, económico y social.
En lo que toca a México, la evolución de
la relación con Estados Unidos (no sólo de México,
sino de todo el mundo) después del 11 de septiembre ha reducido
nuestras posiciones a tratar de capitalizar los pequeños espacios,
como los mencionados líneas arriba, a canalizar nuestros esfuerzos
a que los migrantes tengan mayor acceso a servicios en ese país,
esperando que en algún momento se abra una oportunidad más
importante. Hay quien cree que ese momento está por llegar; yo soy
menos optimista: estos cambios son esencialmente coyunturales, unilaterales
y no se enmarcan en una relación general entre vecinos. En lo que
corresponde a las acciones en nuestro territorio, los programas de orientación
y protección de migrantes (Paisano, grupos Beta, etcétera),
que ya demostraron su vigencia y eficiencia, tardan en crecer y evolucionar
hacia programas más completos y de mayor cobertura, y el tema del
voto de los mexicanos desde el extranjero parece que, ahora sí,
aterrizará en algo modesto, pero concreto. Todo esto parece poco,
pero no nos engañemos: por el momento, y por desgracia, el país
no da para más, y si al menos las cuestiones aquí mencionadas
avanzan, podríamos darnos por satisfechos a corto plazo.
En cuanto a los puntos que podrían clasificarse
dentro del rubro de la agenda compartida no hay mucho que decir. No hemos
logrado una visión regional, compartida, de corresponsabilidad,
de nuestros problemas. En síntesis, Estados Unidos contempla su
agenda, nosotros tratamos de capitalizar esa visión combinándola
con algunas acciones propias y quizá esto explique por qué
los desplazamientos migratorios se desarrollan desde hace decenas de años
en un marco de riesgo, desorden, violación de derechos humanos y
laborales y vulnerabilidad.
* Presidente de El Colegio de la Frontera Norte
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