México D.F. Lunes 4 de agosto de 2003
La plaza, una kermés: elotes, refrescos,
pan de rancho y familias bailando en conjunto
Los Tucanes de Tijuana regalaron 56 canciones a sus
fanáticos en el Zócalo
ARTURO CRUZ BARCENAS
Los Tucanes de Tijuana cantaron 56 canciones la tarde-noche
del pasado sábado en el Zócalo, en el concierto organizado
por el gobierno del Distrito Federal, en una especie de regalo para que
Mario Quintero, líder del conjunto, dijera, a las 23:30 horas: "Primero
nos dicen que le entremos y ahora se arrepienten. Que se aguanten. De todos
modos les vamos a cantar, ni modo que nos lleve la policía".
Pocos
saben que los Tucanes llevan más de 20 años en el ajo. El
Zócalo les queda chico. Han llenado plazas, estadios, en México
y Estados Unidos. No les aterra que los asocien con los narcos,
a los cuales han dedicado cientos de temas, más allá del
contrabando y traición. Si un tema les es ajeno, es por error.
Les dijeron que ya comenzaran, que la gente estaba ansiosa.
El intro semejó un inicio de concierto de Van Halen. El bajo
sexto se escuchó potente. Decenas alzaron su voz, reprimida por
su vieja, su dizque amor.
Algunos reporteros ignaros preguntaron los títulos.
A las 20:10 una plataforma los subió, cuales terminators.
El look: rosa. "Para todos los tucancillos y tucancillas", dijo
Mario Quintero, líder de la agrupación. Cientos de papeles
llegaron al escenario, aventados contraviento.
Un mundo de amor, Mis tres animales, hasta
La Chona. A lo lejos bailaban los hospedados en los hoteles que
rodean el Zócalo. Puros corridos pesados. "A mí me gusta
vivir de noche, a mí me gusta la desmañana. Uh, uh. El Zócalo
es un tíbiri."
Tocan una salsa. A bailar. El salón El Rayo les
sale caro. Qué mejor que la histórica plaza. Dice Mario Quintero,
autor de todas las melodías, que se cumplió un sueño:
estar en el Zócalo.
A cada canción, Quintero le llama terapia. Que
sirven para quitarse el estrés. Me voy a pegar un tiro, pero con
Resistol.
El machismo es natural para los Tucanes. Sus novias son
estrellas de Hollywood, mujeres que se doblegan ante el amor fuerte, sincero.
Ahora El tucanazo, la fruta prohibida, el amor platónico.
Izquierda-derecha al paroxismo.
Vuelan los papeles de colores feriales. Los Tucanes tienen
al mundo a sus pies. Quintero canta El heredero, con el que retó
a Los Tigres del Norte, por la primacía de la música norteña.
Puras terapias. El amor soñado, Los gatos
rayados, La gripa colombiana. "Es sábado; sería
un pecado irnos tan temprano." Suspiran los de seguridad. Están
cansados. Aún faltan muchos minutos.
"Dios es tucán porque no llovió", lanza
Quintero. Es la fe del tucanazo, que llevan 16 años como tal, asociados
siempre al narco. Retan a quien escuche: "Ahí les van corridos
pesados, para que los prohíban". La clave nueva reta a esa
falsa moral.
La pista del Zócalo es una kermés. Elotes,
refrescos, panes de rancho. Las familias bailan en conjunto, Lo grupero
es el son de los pobres. Son las 11:30 de la noche y la gente no se quiere
ir. Me robaste el corazón, Déjate querer. Casi
las 12. Se va el Metro. A correr. La entrada de la estación Allende
queda lejos. "Pueden ir en paz, el concierto ha terminado", se despide
Quintero, el tucanazo mayor.
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