México D.F. Lunes 11 de agosto de 2003
José Cueli
Palmeras al aire sin hondura
La TVE enviaba las imágenes de un Enrique Ponce que paso a pasito, sin prisa, se fue a torear a Larga vida en la plaza de toros de Santa María, después de brindarle al gitano non, Rafael de Paula. Un torero valenciano con son a palmera y brisa de mar mediterráneo en el verano, enhebraba Larga vida en su muleta más que reposado y airoso, hasta terminar por indultarlo.
El toro Larga vida, de una ganadería que escuché confusamente, fue un auténtico bombón. Uno de esos toros que han dado en llamarlos "toreables". De encastada nobleza, acometida desde largo, sin tirar una sola cornada, recorrido desde aquí hasta allá, fijo y dormido en la muleta.
A ese "bombón", Enrique Ponce lo visitó de su traje de luces y el puerto empezó a "palmear". Redondos brillantes y juguetones a los que respondían los aficionados con el bullicioso sonido de las palmas. La afición goditana guardará los secretos de ese torito chipén.
Refugiado en un palco en el callejón de la plaza, Rafael de Paula observaba al valenciano y recordaba sus tardes de gloria. Ciertamente su concepción del torear se diferenciaba de la del torero valenciano. Su toreo, que fue la hondura y la pureza, contrastaba en el de Ponce y su ejecutar de redondos, en un jugar al toro, suave, aterciopelado, que se desgranaba lance a lance y pulsaba inimaginadas delicias... Mas nunca tuvo el "pellizco" de ese Rafael que se cocinaba aparte.
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