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México D.F. Jueves 14 de agosto de 2003

James Petras*

Quién fabricó la evidencia contra Irak

En el Congreso y en los medios de comunicación de Estados Unidos aumentan el debate y las críticas en torno a las evidencias fabricadas por el gobierno de Bush sobre la posesión iraquí de armas de destrucción masiva. Más grave aún: investigaciones y testimonios de funcionarios civiles y militares estadunidenses de alto nivel en el Pentágono y el Departamento de Estado revelan profundas diferencias y divisiones entre ellos y los "designados políticos". Las testimonios y evidencias que aportan estos funcionarios de carrera son cruciales para entender la verdadera estructura de poder del gobierno de Bush. Es en tiempos de crisis y divisiones en la clase gobernante cuando los ciudadanos obtenemos indicios de quién gobierna para quién. El debate, las críticas y las divisiones actuales en Washington son ejemplo de ello.

Después de años de inspecciones de la ONU, y de casi cinco meses de miles de búsquedas y entrevistas por algo así como 10 mil inspectores militares, científicos y de inteligencia estadunidenses, ha quedado demostrado en definitiva que Irak no poseía armas de destrucción masiva (y ni siquiera de defensa nacional útil), aspecto que algunos miembros del gobierno de Bush prácticamente han reconocido. Esto planteó la segunda pregunta: Ƒquién en el régimen bushista aportó la evidencia fabricada, y con qué propósito?

La respuesta oficial de los apologistas de Bush fue atribuir las fabricaciones a "errores burocráticos" y "fallas de comunicación" o, como Wolfowitz aseguró con cinismo, a "asegurar un consenso en favor de la política de guerra". El director de la CIA, Tenent, se ofreció como chivo expiatorio por los "errores". Sin embargo, al avanzar las investigaciones, los testimonios de una multiplicidad de fuentes de alto nivel en el régimen revelaron que hubo dos canales separados de funcionarios y asesores: la estructura formal de civiles y militares de carrera en el Pentágono y en el Departamento de Estado, y una estructura paralela formada por "designados políticos". Según todos los indicios disponibles, estos consejeros políticos "extraoficiales", organizados por Wolfowitz, Feith y Rumsfeld en la Oficina de Planeación Especial (OPE), fueron la fuente de la evidencia fabricada que se empleó para "justificar" la invasión y ocupación de Irak.

La OPE está encabezada por Abram Shulsky y forman parte de ella otros neoconservadores que carecen casi por completo de conocimiento o calificación profesional en asuntos de inteligencia y militares. Douglas Feith, subsecretario de Defensa, y Paul Wolfowitz formaron la OPE. Shulsky es un ávido seguidor y protegido de Richard Perle, el conocido militarista que desde hace mucho tiempo ha sido partidario de ataques militares contra los regímenes árabes en Medio Oriente.

Según testimonio de una fuente interna del Pentágono, para la teniente coronel Karen Kwiatkowski, quien trabajó en la oficina del subsecretario de la Defensa para Asuntos de Política, en la División del Cercano Oriente y el Sur de Asia y en la de Planes Especiales, "era evidente que los profesionales del servicio civil y los militares en activo no participaban en áreas claves de interés para Feith, Wolfowitz y Rumsfeld, es decir, Israel, Irak y Arabia Saudita". La teniente coronel Kwiatkowski especifica que "en lo relativo a Israel e Irak, todo el trabajo primario era conducido por los 'designados políticos'; en el caso de Israel era un funcionario de escritorio proveniente del Instituto Washington sobre Política en Medio Oriente y, en el de Irak, Abe Shusky".

Igualmente importante es la descripción que hace la ex funcionaria del Pentágono de la existencia de "camarillas interdependencias". Relata que miembros de una variedad de organizaciones neoconservadoras y pro israelíes (el Proyecto por un Nuevo Siglo Estadunidense, el Centro para la Política de Segurba20-100541-pihidad y el Instituto Estadunidense de Empresa) que colaboran en diversas dependencias del régimen de Bush sólo interactúan con ellos mismos. Señala que las principales decisiones son resultado del "pensamiento de grupo" y de la aceptación acrítica de los puntos de vista prevalecientes, que son "extremadamente estrechos y aislados". Su jefe la obligó a renunciar después que ella le dijo que "algunos tipos (de las camarillas y las redes) en el Pentágono podrían sentarse al lado de Hussein en el tribunal de crímenes de guerra por sus políticas destructivas y de ocupación".

Lo que queda muy claro es que el OPE y sus directores Feith y Wolfowitz fueron específicamente responsables de la evidencia fabricada sobre las "armas de destrucción masiva" que sirvió de justificación a la guerra.

La OPE y los otros miembros de las redes que operaban en todas las dependencias claves de Estados Unidos compartían una ideología pro militarista de derecha y eran fanáticamente pro israelíes. Feith y Perle fueron autores en 1996 de un infame documento de política para Benjamin Netanyahu, el extremista del Partido Likud, titulado Una clara ruptura: nueva estrategia para asegurar el reino, que demandaba la destrucción de Saddam Hussein y su remplazo por un monarca hashemita. Después había que derrocar o desestabilizar a los regímenes de Siria, Líbano, Saudiarabia e Irán para que Israel estuviera seguro en una especie de "gran esfera de prosperidad conjunta EU-Israel". Hoy la OPE es un brazo de la política de Wolfowitz y Feith, que busca promover las estrategias de los grupos más radicales del régimen de Sharon forjando estrechos vínculos con una operación paralela y ad hoc de inteligencia en el régimen israelí, según un informe del periódico británico The Guardian.

El dedo apunta claramente hacia los zelotes sionistas que dirigían la OPE, como Abram Shusky y Feith, como la fuente de la "inteligencia falsificada" que condujo a la guerra que Wolfowitz y Rumsfeld estaban buscando. La forma en que los zelotes sionistas organizaron y actuaron como una camarilla de fanáticos arrogantes, hostiles a cualquier opinión en contrario de los profesionales de la inteligencia y los funcionarios civiles y militares, sugiere que sus lealtades y vínculos estaban en otra parte: de manera más que evidente, con el régimen de Sharon en Israel. Es interesante hacer notar que los influyentes sionistas de derecha del gobierno de Bush proporcionaron "informes" sobre Irak que contradecían reportes del Mossad israelí, el cual no creía que Irak representara una amenaza a Estados Unidos o a Israel.

Para entender el papel central de los ideólogos sionistas en la formación de la política exterior de Bush en Medio Oriente y otras regiones es importante enmarcarlo en el contexto de las relaciones EU-Israel y la poderosa influencia del lobby pro israelí en Washington. Como describe Patrick Seal en el semanario liberal estadunidense The Nation, "los amigos de Ariel Sharon (entre los zelotes judíos pro israelíes) odian a los árabes y a los musulmanes. Lo que deseaban era una mejoría en el ambiente militar y estratégico israelí. La invasión estadunidense de Irak y su agresiva postura militar hacia la mayoría de los regímenes árabes de Medio Oriente han hecho que el mundo conozca los nombres de estos funcionarios sionistas. Wolfowitz y Feith son segundo y tercero en el mando en el Pentágono. Entre sus protegidos en la OPE figuran Abram Shusky; Richard Perle, del Consejo de Politica de Defensa, y Elliot Abrams (defensor del genocidio en Guatemala en el decenio de 1980), director senior de asuntos de Medio Oriente en el Consejo Nacional de Seguridad. Entre los zelotes pro israelíes más influyentes de Washington se cuentan William Kristol y Robert Kagan, de The National Standard; la familia Pipes y gran número de instituciones israelíes que comparten los puntos de vista de los sionistas de derecha del Pentágono y colaboran estrechamente con ellos. El creciente consenso entre los críticos estadunidenses del gobierno de Bush es que los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 brindaron a los zelotes sionistas de derecha una oportunidad única de conformar al interés de Israel la política estadunidense hacia Medio Oriente y su poderío militar, y lograron que Washington aplicara la doctrina de guerra preventiva a los enemigos de Israel" (Seale, Nation, 21 de julio de 2003). Las evidencias que vinculan a los sionistas estadunidenses con la política de guerra son tan abrumadoras, que incluso las organizaciones sionistas de centro se han abstenido de lanzar acusaciones de "antisemitismo".

Preocupados más por la supremacía israelí que por las pérdidas militares estadunidenses, los zelotes sionistas planean nuevas guerras: Perle, Feith y Wolfowitz apuntan ahora hacia Irán, Líbano y Saudiarabia, elaborando una nueva serie de "reportes de inteligencia" para acusar a los paises árabes de financiar, proteger y promover el terrorismo. Y la inteligencia prefabricada continúa fluyendo de los miembros de la OPE y sus camarillas y redes tan bien descritas por la teniente coronel Kwiatkowski.

En tanto el número de bajas estadunidenses en Irak crece día con día, con cálculos extraoficiales de 4 mil heridos y más de 60 muertos al 1Ɔ de agosto pasado y los costos militares de la guerra socavan la economía estadunidense, crece el desencanto del pueblo con el gobierno de Bush. Las investigaciones públicas siguen adelante, y es probable que conduzcan a revelaciones respecto de la verdadera fuente de la evidencia fabricada para ir a la guerra. Cuando se hagan del conocimiento público la identidad y las lealtades políticas de los arquitectos y propagandistas de la guerra contra Irak y de la supremacía israelí -si ello llega a ocurrir-, es probable que se dé una dura y justiciera reacción popular contra los ideólogos neoconservadores sionistas y sus redes dentro y fuera del gobierno. Hasta ahora su papel ha sido el secreto peor guardado de Washington, pero, con las elecciones a la vuelta de la esquina, es posible que este sucio secretito de Washington se haga del dominio público y dé lugar a una demanda de mayor transparencia en la búsqueda de los intereses del país, y mayor preocupación por confiar en funcionarios profesionales de carrera y menos en "designados políticos" de lealtades divididas.

Por fortuna, muchos judíos progresistas plantean ya serias dudas acerca del apoyo acrítico a Israel de organizaciones judías de centro, y expresan agudas críticas a los zelotes sionistas del Pentágono.

* Profesor de ética política en la Universidad de Binghamton, Nueva York.

Traducción: Jorge Anaya

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