México D.F. Miércoles 20 de agosto de 2003
Hacer Señor mío y Dios mío
fue ingresar "en la entraña literaria misma", expone
Alejandra Atala relata en un libro los últimos
días de Ricardo Garibay
Durante más de 20 años la escritora fue
alumna y amiga del autor de Beber un cáliz
ANGEL VARGAS ENVIADO
Cuernavaca, Mor., 19 de agosto. Un revelador e
impactante libro sobre los últimos días de existencia del
adusto y controvertido escritor mexicano Ricardo Garibay, en el cual se
testimonian también varios aspectos y situaciones desconocidos de
su vida, se encuentra ya en circulación en México bajo el
sello de Editorial Océano.
Se
trata de Señor mío y Dios mío. Ricardo Garibay:
la fiera inteligencia, cuarto título en la bibliografía
de la escritora mexicana Alejandra Atala, quien durante más de dos
décadas sostuvo una estrecha relación de intereses literarios,
amistad e inclusive parentesco político con el autor de Beber
un cáliz, uno de los más brillantes escritores del siglo
XX mexicano, si bien todavía no valorado más que por minorías.
En el volumen, estructurado a manera de diario o bitácora,
se vive el dramatismo y el dolor de un ser que sabe cercano su fin a causa
del cáncer. Las culpas y los arrepentimientos afloran, así
como ese lado generoso y dulce del maestro, que resguardándose muchas
veces detrás de un hosco e impenetrable caparazón, lleva
de manera casi religiosa a una adolescente al mundo de las letras y la
creación por medio de la lectura y los ejemplos vivos hasta que
ella se convierte en mujer y debe darse el natural rompimiento entre ambos
personajes.
Corazón literario
En entrevista con La Jornada, Alejandra Atala,
de 37 años, aclara que el propósito de este libro es estrictamente
literario y no, como podría aventurarse o suponerse, un medio para
exorcizar un fantasma, servir de catarsis o tratar de expiarse de las propias
expiaciones de Ricardo Garibay y su fuerte carga de culpabilidad de los
últimos momentos de existencia
"El corazón de este libro es literario puramente.
Fue tener a un enorme personaje enfrente que no puede pasar inadvertido,
porque posee todos esos elementos que llaman la atención y conmueven
a todo escritor: el misterio", señala.
"Cuando Garibay me confesó que tenía cáncer
no me propuse escribir este diario. Comencé a hacerlo sin una fijación
estética ni estructural muy claras, sino que se dio como un don."
-Entonces, ¿es una escritura liberadora?
-Insisto en que es un libro que tiene como punto de partida
a la literatura. De otra forma no lo hubiera publicado o sería un
reportaje periodístico. Fue un impulso que me movió a querer
desentrañar los misterios que albergaban ese monstruo tremendo que
se imponía y al mismo tiempo ángel enorme y bondadoso que
era Garibay. Fue entrar en la entraña literaria misma, en el misterio
de la literatura, en la composición de las palabras. Si hay alguna
liberación es en el aspecto de mi separación del maestro.
Entonces, de alguna manera, literariamente, sí hay un despliegue
de alas. Sí hay un respiro, la gana de usar los propios pulmones.
"Este
es un libro tratado desde el alma y el espíritu humano, no desde
la gana de lastimar a una familia a la que he querido tanto, y mucho menos
a ese hombre que apareció en mi vida abriendo de tantos modos tantas
puertas."
-¿Qué le motivó sacar a la luz pública
aspectos tan íntimos del escritor como su necesidad de tener amantes,
así como los últimos días de vida, en los cuales se
ve a un hombre endeble, arrepentido y con grandes cargas de culpa?
-Es un libro real, ajeno a toda ficción. Ya lo
decía bien Dostoievsky: la verdad siempre superará la ficción,
siempre será mucho más ruda y dolorosa. En algún momento
pensé escribir este libro como novela y utilizar personajes con
nombres falsos. Lo intenté y fue imposible, porque Garibay es un
personaje en sí mismo. ¿Por qué desnudarlo? Porque
haciéndolo era desnudar la condición humana, y para mí
el llamado literario es ése: hablar de la condición humana
y de sus entrañas. Si no se establece el lado enclenque, el lado
enfermo o débil de un ser humano, jamás podrá verse
como tal el lado virtuoso. Si hubiera hablado del Garibay virtuoso nadie
me creería, porque, si bien la disposición consciente de
toda persona es encontrar el lado rosa o idílico de alguien, todos
sabemos que lo que más impera y pesa en la vida son las fallas,
el lado oscuro. Lo que yo quise con toda el alma fue decir la verdad. Ese
es otro apostolado que conmigo o a pesar de mí debo seguir.
Maestro y discípula
-¿Hasta que punto se condiciona en usted la presencia
del maestro?
-Decidí separarme de él cuando comencé
a sentir que quería infiltrarse en mi escritura e imponerme su estilo.
No lo podía permitir, porque era una manera de asfixiarme, de matarme.
A pesar de la separación, seguimos hablando y con mucha confidencialidad.
Pero él lo resintió y se fue molestando. Su muerte me dolió
muchísimo, aunque poco después comencé a escribir
y fluir a mi manera. Me fascina la literatura de Garibay, por su estilo
de cortar las frases y permitir así una literatura muy directa y
ágil, además del uso explosivo que hacía de las palabras.
En mis libros anteriores sí se siente mucho su presencia, pero en
Señor mío y Dios mío considero que ya no.
"Cuando se habla de maestro y discípulo se marca
de antemano una diferencia. Un maestro nunca se da totalmente al alumno,
situación que sí sucede con un discípulo. El maestro
sabe que en un discípulo está vertiendo su espíritu.
A partir de ahí, no es que yo quiera o no seguir una escuela de
Garibay; lo quiero y lo admiraré siempre. Lo único que sé
y quiero es que su voz y su presencia ya están en mí. No
me siento Garibay, no quiero serlo, pero él ya está en mí,
me dio de su espíritu y a beber de su literatura y de su persona.
"El me ayudó a adentrarme en la escritura a través
de la lectura. No concibo, de hecho, otra manera de lograrlo. La lectura
es un ejercicio casi de faquir. Si no se entra con reverencia a la lectura,
ésta no se le dará a nadie. Entrar en los libros es casi
un ritual sagrado. Hay que entrar en ellos con humildad.
"Siento que la esencia humana está hecha del dolor,
y que si éste no se ve, insisto, no se podrá siquiera atisbar
la felicidad o el gozo. Y cuando uno se adentra en un libro en el que el
autor es valiente, arrojado y se interna en el dolor, y lo mira, lo descifra
y lo va deshojando como a una hermosa flor, sólo allí es
posible sentir un gozo, no un gozo masoquista, sino el de sentirse acompañado
en la vida."
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