México D.F. Miércoles 20 de agosto de 2003
Rosa Nissán
El sol sale para todos
Es tan trillado esto de que el sol sale para todos, que me digo: Ƒestoy descubriendo acaso el hilo negro?
Dos noches sin dormir del coraje: dicen que son varios cientos de motos las que participan en los desfiles, las que organizaron este festival de tres días de motocicletas de una marca muy conocida, en el corazón de la Condesa, donde vivo. Me despertó el teléfono, todavía atacada por el infernal ruido de tantos arrancones y sirenas de policías y ambulancias, y en días hábiles, abro la computadora para mandar mis quejas y pestes a El Correo Ilustrado de La Jornada.
A las dos de la tarde llega mi hijo y salimos a su café favorito.
-Cuánta gente de fuera llegó a nuestra colonia -digo mirando el camellón de Michoacán-. Cuánta gente trabaja en este festival que no sólo me trae desvelada, sino bastante neuras -agrego.
El señor del restorán, que ya es madurito, interviene:
-ƑVe a esos de negro? Llegan a esa esquina y se paran, son exhibicionistas, quieren que los vean, como ya nadie volteaba a verlos, tuvieron que ponerles escapes a sus motos, para que los pelaran.
Pasa un joven con una televisión plana en la espalda, algo parecido a los chalecos blindados de los policías. Elías le pregunta qué hace y si es pesado el armastote que lo flanquea. El joven, extranjero, contesta: 14 kilos. Y que promueve los productos que patrocinan esta Co-sa.
-No puedo evitar seguir vociferando las negruras que pienso de este festival -digo entre los arrancones.
-ƑTe puedes oponer al curso de un río, mamá? -dice, mirándome y riendo.
Esa idea ya la había leído en Zorba el Griego. Como si me estuviera descubriendo el hilo negro. El hilo negro otra vez. Lo había olvidado.
-No te opongas -agregó-. Deja que te lleve. El río no puede parar, va a acabar derribándote.
Siento que un baño de quietud interna me recorre al escucharlo. Miro a mi hijo con admiración.
-El río está en movimiento, madre, las motos van a pasar, el río te puede llevar a un paraje hermoso. Y pasará, te lo aseguro. Y vas a disfrutar ese paisaje mucho más.
-Tienes razón -murmuro.
-Todo es cuestión de actitud... como dice Simona Weil: "La salvación es lo más fácil del mundo" -otra vez sonrío. Por algo ama a esta pensadora-. En vez de que te opongas, dale tu consentimiento al río. Consentimiento con mayúsculas, mamá. Además, la vida no es para ti. Es para todos. El sol sale para todos -afirma al tiempo que sus ojos siguen a unas guapas bastoneras con botas y faldas altas, y a la enorme variedad de visitantes, en su mayoría jóvenes, que acudieron a esta fiesta. Después de un rato, agrega:
-Y además, sale solo... Y se va solo... Pero tu mayor prueba vendrá en la noche, cuando tengas sueño y el ruido de las motos...
Algunos chicos están en el templete acomodando sus instrumentos musicales. No tardan en empezar a tocar una música suave. Algo como new age. Le doy un sorbo a mi capuchino.
-Sí, Ƒverdad, hijo? Y está bonita la música.
-Qué bueno mamá, disfrútala. Ellos han invertido mucho tiempo en aprender a tocar así, como tú le inviertes tiempo a lo que haces...
Veo con simpatía a los chavos que tocan. Después de un rato de dejar entrar esa música, me voy a casa pensando cómo será mi actitud en la noche.
Escribo este artículo y se lo doy a leer a Mariaester, mi vecina escritora, para ver si en vez de seguir enojándonos, baja conmigo al río, y ponte tu traje de baño, porque vamos a nadar.
-No cabe duda -dice- que la sabiduría que dan los años está en la tolerancia.
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