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México D.F. Jueves 21 de agosto de 2003
CASTIGAR EL TRAFICO DE INFLUENCIAS
Hace
ya mucho tiempo que Guido Belsasso, quien hasta ayer presidía el
Consejo Nacional contra las Adicciones (Conadic), venía siendo objeto
de señalamientos adversos por los atropellos, las ineptitudes y
hasta las crueldades que se cometen en los centros de salud a cargo de
esa dependencia, sin que la Secretaría de Salud o la Presidencia
de la República hicieran algo para corregir tales situaciones. En
su edición del pasado lunes, este diario divulgó la investigación
y documentación de las actividades de tráfico de influencias
que el ahora ex funcionario había venido realizando en forma paralela
al desempeño de su cargo. Y esta vez, al parecer, el equipo presidencial
consideró demasiado oneroso, en términos políticos
y de imagen, mantener en el cargo a un funcionario de alto nivel que vendía,
por Internet, coyotajes varios, permisos de salud y hasta Normas
Oficiales Mexicanas, y optó, en consecuencia, por "aceptar la renuncia"
del siquiatra nacido en Italia.
Desde esa perspectiva, la remoción de Belsasso
es un hecho alentador que permite apreciar cuánto ha avanzado el
país en la capacidad de su opinión pública para exigir
cuentas a sus gobernantes.
Pero el despido apenas disfrazado de renuncia es, por
sí mismo, insuficiente. El completo silencio que guardó Belsasso
durante las 60 horas siguientes a la publicación de sus truhanerías,
silencio seguido por una renuncia fulminante que dio a conocer anoche la
Presidencia de la República, refuerza los indicios sobre las conductas
presuntamente ilícitas del ex presidente del Conadic y tendría
que llevar al gobierno federal a investigar los negocios que, según
los datos disponibles, habría realizado el ex funcionario al amparo
de su puesto público, a aplicarle las sanciones administrativas
a que pudiera hacerse merecedor y a iniciar las demandas penales correspondientes.
De otra manera, quedaría en el aire la percepción de que
el gobierno encubre a funcionarios públicos descubiertos en flagrancia,
o que procura, al menos, la impunidad para ellos.
Esta semana se ha documentado y difundido un caso de tráfico
de influencias en el ámbito del Ejecutivo federal y las repercusiones
han sido casi inmediatas. Por desgracia, en el Legislativo esa práctica
se realiza desde hace muchos años sin que sus protagonistas -el
panista Diego Fernández de Cevallos y el priísta Salvador
Rocha Díaz son ejemplos claros- se sonrojen en lo más mínimo
y sin que exista una normatividad clara para sancionar a los coyotes
escondidos bajo pieles de senadores o diputados. Por eso es pertinente
que el Congreso de la Unión retome la iniciativa elaborada por la
senadora Luisa María Calderón orientada a impedir que los
malos representantes populares se hagan ricos, o se hagan más ricos,
a expensas de sus curules.
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