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México D.F. Viernes 19 de septiembre de 2003
James Petras*
La política de la tragedia de la ONU
El bombardeo del complejo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Irak ha provocado angustia, pesar, grandilocuentes amenazas del gobierno de Bush y promesas irreflexivas del secretario general Kofi Annan de "seguir adelante con la misión humanitaria". El debate y la discusión, en el grado en que han aparecido en los medios masivos, se concentran en quién fue responsable de las "fallas de seguridad": la ONU y sus partidarios apuntan a la incompetencia del ejército de ocupación de Estados Unidos, los funcionarios estadunidenses acusan de negligencia a los del organismo mundial. Estas discusiones son asuntos técnicos secundarios, que no se refieren a las cuestiones políticas de fondo en el ataque.
Como era de esperarse, los neoconservadores pro israelíes de Washington atribuyen el bombazo al terrorismo árabe islámico y lo agrupan con el reciente ataque a un autobús israelí para justificar mayor violencia de Israel y Estados Unidos. La centroizquierda elogia las virtudes diplomáticas y humanistas del representante especial de la ONU en Irak, Sergio Vieira de Mello, y sin parpadear asegura que el atentado dañó la causa del pueblo iraquí y afectó el proceso de reconstrucción nacional.
Bajo la dirección de Kofi Annan, Naciones Unidas no ha desempeñado un papel imparcial en el conflicto entre EU e Irak. Por más de una década apoyó las sanciones económicas contra Irak que produjeron más de un millón de muertes en ese país, en su mayoría niños, y causaron la renuncia en protesta de dos altos funcionarios del propio organismo. Inspectores de la ONU supervisaron el desarme de las defensas iraquíes y pasaron por alto o aprobaron los bombardeos de EU y Gran Bretaña a Irak durante más de 12 años. Todo el tiempo antes de la invasión estadunidense, la atención del organismo estuvo enfocada a presionar al gobierno iraquí para que aceptara las demandas estadunidenses, sin condenar los preparativos de guerra de Washington, pese a que al final el Consejo de Seguridad se negó a aprobar la invasión unilateral. El registro histórico de la década precedente pone claramente a la ONU del lado estadunidense, hasta el punto de que se identificó que varios de sus inspectores trabajaban con la CIA, realizaban investigaciones y proporcionaban información estratégica a la inteligencia militar de Washington.
Algún escritor podría objetar que la colaboración entre EU y la ONU era cosa del pasado, puesto que, pasada la conquista militar de Irak, el organismo no ha apoyado la ocupación colonial y en cambio ha promovido la transición hacia un gobierno propio y democrático. Documentos publicados, entrevistas oficiales y resoluciones del organismo presentan un cuadro muy diferente en el cual se aprecia que Naciones Unidas ha aceptado al gobernante colonial Paul Bremer y ha colaborado con él en un intento por consolidar el control estadunidense sobre el país ocupado.
Después del desastroso mes que duró en el cargo el primer gobernador colonial Garner, y de su remplazo por Paul Bremer, se volvió claro, hasta para el más tenaz y sanguinario militarista del Pentágono, que el dominio imperial había desencadenado un poderoso movimiento de resistencia en todos los sectores de la sociedad iraquí, así como el total aislamiento del régimen colonial estadunidense por todo régimen árabe, musulmán o europeo (excepto Inglaterra y, por supuesto, Israel). El gobierno de Bush fue intransigente en su demanda de poder total en Irak, pero estaba dispuesto a dejar que la ONU operara bajo su mando. Annan envió a Vieira de Mello a trabajar con el gobernador colonial Bremer, y el brasileño tuvo un brillante éxito político en términos ventajosos para el poder colonial de Washington. La misión de Vieira de Mello se encaminó a crear una junta consultiva (Consejo Nacional Interino Iraquí) que siviera de hoja de parra al control estadunidense. Conforme a la resolución 1483, aprobada por el Consejo de Seguridad el 22 de mayo de 2003, se asignaron a Vieira ocho áreas de actividad, todas referentes a la "reconstrucción" del país, específicamente en la esfera política. El funcionario se encargó de cortejar a líderes tribales, clérigos conservadores y a los exiliados prodigio del Pentágono para que formaran la junta, con la salvedad de que el gobernador colonial debería aprobar a todos los miembros y de que todos estuvieran de acuerdo con la invasión y la ocupación estadunidense. En efecto, Vieira organizó una colección de notables autodesignados y carentes de poder, sin credibilidad ni legitimidad para el pueblo iraquí, que sirvieran de escaparate al dominio colonial estadunidense. Una vez que la junta aprobada por Estados Unidos quedó en su sitio, Vieira viajó por todo Medio Oriente para tratar de convencer a las naciones vecinas de que esa "creación" de EU, a la que se opone la mayoría de los iraquíes, constituía un "régimen de transición" legítimo y representativo. Su argumento principal era que se trataba de una junta "gobernante" y no sólo "consultiva", lo cual no convenció a nadie, menos aún a los funcionarios estadunidenses que entregaban contratos a la Corporación Halliburton y organizaban la privatización del oro petrolero, y por supuesto tampoco a los militares estadunidenses que aterrorizan y asesinan a civiles iraquíes inocentes.
Ni la resolución 1483 sobre la "reconstrucción" bajo el dominio colonial de Washington ni el activo papel de Vieira de Mello en promover y defender al régimen títere interino fueron desinteresadas actividades humanitarias. Eran posiciones políticas, compromisos que implicaban y aceptaban el dominio colonial de EU y una clara y deliberada decisión de utilizar a Naciones Unidas como vehículo para legitimar el gobierno imperial mediante una junta impotente y corrupta rechazada por el pueblo iraquí. Vieira estaba sin duda consciente de la concentración de poder en manos de Bremer, sabía que el pueblo iraquí repudiaba una junta cuyos integrantes no tuvo oportunidad de elegir, y participó activamente en excluir de ese órgano a cualquier opositor al colonialismo. Su cercana relación de trabajo con Paul Bremer socavó cualquier pretensión de que Naciones Unidas fuera una fuerza independiente en Irak. A los ojos de los iraquíes y de dos ex altos funcionarios del propio organismo (Boutros Ghali y Denis Haliday), la ONU y en particular Kofi Annan y Vieira de Mello, eran apéndices del poder colonial de Washington.
Denis Halliday, quien fue secretario general asistente de Naciones Unidas y coordinador humanitario del organismo en Irak, afirmó recientemente que el atentado fue el precio que pagó la ONU por su colusión con Estados Unidos. El 24 de agosto pasado, en una entrevista con el periódico escocés The Sunday Herald, señaló que continuar la colaboración con Washington "sería un desastre para Naciones Unidas, porque se le llevará con engaños a apoyar la ocupación ilegal de Irak(...) Se ha atraído a la ONU para que sea un brazo de Estados Unidos, una división del Departamento de Estado. Kofi Annan fue designado y apoyado por Washigton, y eso ha corrompido la independencia de la institución".
En una entrevista concedida a la BBC después del atentado en Irak, Boutros Boutros Ghali, ex secretario general del organismo internacional, se refirió a "la percepción en gran parte del Tercer Mundo de que Naciones Unidas, por causa de la influencia americana (sic)... es un sistema que discriminó a muchos países del Tercer Mundo". George Monbiot, del diario británico The Guardian (25 de agosto, 2003), observó: "El gobierno de EU ha dejado perfectamente claro que la ONU puede operar en Irak sólo como subcontratista. Las tropas extranjeras recibirán sus órdenes de Washington". Ninguno de estos comentarios apareció bajo ninguna forma en los medios masivos estadunidenses.
La ONU se ha apartado mucho de sus principios fundadores. En un tiempo estaba por la paz, la justicia social y la autodeterminación, y se oponía a las guerras colonialistas, el despojo de las riquezas nacionales y el dominio colonial. Hoy, dado su activo papel subordinado en la creación de un marco político compatible con un prolongado dominio colonial estadunidense en Irak, de ninguna forma es un misterio por qué la resistencia iraquí tomó como blanco el edificio del organismo, así como ataca al ejército imperial y a los ductos petroleros que se han puesto a la venta para las trasnacionales estadunidenses y europeas. Después de alinearse con Washington, es el colmo de la hipocresía que los altos funcionarios de la ONU afirmen ser víctimas inocentes, de la misma forma en que es un engaño que EU y esos mismos funcionarios aseguren que la resistencia anticolonial está formada por "extranjeros", "remanentes" del régimen de Saddam Hussein, terroristas de Al Qaeda, extremistas sunnitas o chiítas iraníes. La resistencia no se limita a zonas donde Saddam Hussein era popular, ni a los territorios de los fieles sunnitas: está en el norte y en el sur, en el este y el oeste, y cubre todas las regiones y enclaves étnicos y religiosos. La resistencia es nacional, indígena, y se basa en la oposición a la ocupación estadunidense, a la destrucción de la infraestructura y a la degradación física y sicológica de 23 millones de iraquíes. Mientras los iraquíes padecen un desempleo de 80 por ciento y carecen de agua limpia, comida y electricidad, altos funcionarios de la ONU perciben salarios de entre 80 mil y 150 mil dólares al año, se transportan en autos y camionetas de lujo con chofer, trabajan en oficinas dotadas de aire acondicionado y consumen alimentos frescos de importación en confortables departamentos y villas, disfrutando de lo mejor de la vida colonial. No es necesario formular hipótesis sobre Al Qaeda para entender de qué manera el resentimiento político y personal contra estos colaboracionistas imperiales que se sienten tan importantes puede estallar en un ataque violento.
Para muchos en Medio Oriente resulta claro que la ONU se ha vuelto un cuerpo inútil de dependencias vasallas dirigidas por funcionarios escogidos por EU, como Vieira de Mello, que no por su carisma e inteligencia compensan el hecho de que colaboran con la construcción imperial estadunidense. Para un número cada vez mayor de profesionales, periodistas y, en particular, gente común y corriente, se vuelve evidente que Naciones Unidas ha perdido su independencia y utilidad como fuerza de paz. Movimientos sociales cada vez mayores en las naciones del Tercer Mundo se vuelven hacia nuevas organizaciones internacionales y foros para sostener los principios que la ONU ha traicionado. El organismo que surja deberá renunciar al elitismo que caracteriza al organismo actual, con su sistema inequitativo de votación y gobierno; tendrá que negar la membresía a países que favorezcan las guerras preventivas de conquista y el dominio colonial y el pillaje de recursos naturales. En una palabra, la nueva organización internacional y su secretario general no deben ser un apéndice de Estados Unidos si se desea evitar la tragedia de la ONU, organismo que nació con grandes ideales y acabó como un cínico manipulador de ideales al servicio del poder imperial. * Profesor de ética política en la Universidad de Binghamton, Nueva York Traducción: Jorge Anaya
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