México D.F. Domingo 21 de septiembre de 2003
Néstor de Buen
Diecinueve de septiembre
En 1985, los De Buen Unna vivíamos en una casa comprada desde mucho antes en Jardines de San Mateo, en el estado de México, con todas las dificultades de pago que se pueden imaginar, aunque ya para entonces, si no recuerdo mal, habíamos cumplido nuestras obligaciones hasta el final, dentro del plazo de 15 años, con interés fijo, y ya era mi esposa propietaria tranquila de la casa. Debo reconocer que Gaspar Rivera Torres, el fraccionador más inteligente que conozco, se había portado muy bien con nosotros cuando se juntaban más los meses que los pagos.
No recuerdo qué día de la semana era el 19 de septiembre de 1985. Sí que al salir de la regadera y con mi despiste habitual no había sentido nada anormal. Nona me dijo que estaba temblando. Entonces lo advertí. No me pareció exagerado el movimiento, aunque a ella sí.
Tenía una cita temprano para desayunar por el rumbo del Teatro de los Insurgentes con mi querido amigo Gastón García Cantú. Debo haber salido con mucho tiempo de antelación porque en aquellas épocas -y ahora debe ser mucho peor- llegar al Periférico saliendo de San Mateo por Lomas Verdes era toda una hazaña. Para recorrer el escaso kilómetro de distancia muchas veces había que emplear media hora, por lo menos. Lo que sí recuerdo es que llegué puntual y con algún libro en la mano por si acaso tenía que esperar a Gastón.
Por supuesto que Gastón no apareció. Y me llamaba mucho la atención que los teléfonos de la cafetería estaban concurridísimos. Pero no tenía yo motivos para considerar que había pasado algo grave. Hasta que pasada, más o menos, una hora, apareció mi hijo Jorge. Por supuesto que me preguntó si no sabía yo lo que había pasado. Gracias a él empecé a enterarme.
No era tiempo de celulares y por lo mismo mi despiste no pudo ser superado por una información telefónica. Supongo que rápidamente me dirigí al despacho que está en los pisos 14 y 15 de un edificio en Mariano Escobedo y que, como estaban las cosas, podía haber sufrido daños que en ese momento yo no concebía. Afortunadamente no fue así, ya que a partir del Paseo de la Reforma, hacia el oeste, se eleva el terreno y resulta mucho más sólido que del otro lado. A Polanco no le pasó nada, pero por los rumbos de la colonia Juárez y un poco más allá, el problema fue muy serio.
Poco a poco me fui dando cuenta de la gravedad de la situación. Di una vuelta por Paseo de la Reforma para ver, de cerca, algunas cosas. Pero mi verdadera preocupación se produjo cuando supe que uno de los abogados del despacho, que vivía en uno de los edificios de Tlatelolco acompañado de su hermano, se había derrumbado con el edificio, desde un piso alto, por cierto. Afortunadamente fueron rescatados de los escombros y los pudimos localizar por la tarde en un hospital del Seguro Social.
No fueron pocos los abogados que perdieron sus despachos y los documentos, lo que resulta peor. Y el derrumbe de edificios de tribunales (en Correo Mayor, por ejemplo, y el abandono del edificio que ocupaban la Secretaría del Trabajo y la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje por riesgos evidentes, entre otras muchas cosas) fueron algunas de las notas de ese desastre que cumple 18 años.
Desde la primera vez que me tocó un temblor, en los 40, en el que se rajó el edificio de Reforma 1 en el que, paradójicamente, había un enorme anuncio de la película Ay Jalisco, no te rajes, les tengo algo más que miedo. Curiosamente, en mi privado del piso 15 me han tocado pocos, pero esos pocos suelen ser muy emocionantes.
Otro ciertamente espectacular fue el que mandó a volar a nuestro grato Angel de la Independencia. Verlo en el suelo del Paseo de la Reforma, un poco deteriorado, no dejó de ser un espectáculo inolvidable.
Escribo, precisamente, en el aniversario. No es un tema frecuente y en general me gustan más las broncas políticas o las político-laborales. Pero en estos tiempos esos temas se resbalan en discusiones internas de los miembros de cada partido o en los supuestos pactos subterráneos que se suponen celebran. Y reconozco que eso es algo que me aburre un poco.
Pero además, el 19 de septiembre de 1985 nos trajo un aire formidable de la capacidad de organización, por sí misma, de nuestra gente. Superaron con mucho los voluntarios a la acción pública. De manera especial recuerdo que Plácido Domingo vino a México a trabajar en los escombros del edificio donde vivían sus familiares. Le importó muy poco que el polvo pudiera afectar el prodigio de su voz. Y después pagó de su bolsillo indemnizaciones cuantiosas a los habitantes de aquel edificio. Precisamente nuestro abogado salvado de milagro, tuvo ese beneficio inesperado.
ƑSe lo habremos agradecido bastante a Plácido Domingo?
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