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México D.F. Domingo 21 de septiembre de 2003

Guillermo Almeyra

Argentina: las bases de la nueva derecha

En general, los comentaristas destacaron en las elecciones pasadas en Argentina el triunfo de la centroizquierda que apoya al presidente Néstor Kirchner y se apoya en éste para aglutinarse. Pero si uno va más a fondo percibe cosas menos tranquilizantes. En primer lugar, el triunfo aplastante del gobernador de la provincia de Buenos Aires (el principal distrito electoral del país) es un triunfo del aparato peronista, con la mafia, los golpeadores, los lazos con la policía, que a su vez tiene nexos con la delincuencia organizada. Es un reforzamiento del peronismo, con su clientelismo y verticalismo, que desde hace mucho es el principal obstáculo para el progreso político de los argentinos.

En segundo lugar, si bien es importante la reducción al mínimo del otro gran partido liberal (la Unión Cívica Radical), los restos del mismo sirven más para formar una gran derecha extrapartidaria (López Murphy-Menem) que para dar bases a los herederos de centroizquierda, como el ARI de "Lilita" Carrió. Esa derecha menemista se refuerza también con las votaciones en las provincias del interior y, sobre todo, con la cantidad impresionante de votos obtenida por el ex gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemman, todo lo cual hace de ella una amenaza al bloque heterogéneo que, bajo la bandera del peronismo de Kirchner, reúne restos de grupos no peronistas e independientes. El hecho mismo de que en la capital federal el empresario menemista de ultraderecha Macri haya ganado más de 45 por ciento de los votos y haya concentrado los sufragios de la derecha tradicional, de los que añoran la dictadura militar y de los deseosos de atarse al carro de Estados Unidos, como Menem, indica que no basta festejar el triunfo del actual gobernador de la ciudad, Ibarra, sino que al caminar hay que mirar también el foso de los cocodrilos. En la provincia de Buenos Aires, además, el militar golpista carapintada y populista de extrema derecha, Aldo Rico, y otro asesino similar, el comisario de policía Patti, tienen, sumando sus votos, 20 por ciento de los sufragios mientras no hay que olvidar que el general genocida Bussi, en Tucumán, ganó la mayoría en las elecciones municipales de la capital de la provincia.

El menemismo no ha desaparecido. Está ahí, al acecho, y cuenta con el apoyo del socio de Carlos Menem, el ex presidente George Bush y de la ultraderecha chilena. Por razones de identificación política y hasta tácticas, la derecha y ultraderecha tradicionalmente no peronista juega a esa carta todas sus esperanzas. La base social de esa derecha unificada es el profundo conservadurismo y antisocialismo propio del peronismo clásico y de la sociedad argentina en general, pues en los votos de la derecha se realiza esa "unión nacional" entre los más ricos y los más miserables (que esperan un nuevo caudillo y las limosnas de aquellos).

El hecho de que el movimiento obrero esté prácticamente fuera de juego pesa enormemente y en forma negativa en el campo de la cultura popular y en los comportamientos y reacciones políticas. Otro factor poderoso es la fragmentación, confusión e impotencia de la llamada izquierda socialista. Por ejemplo, el ex trotskista Luis Zamora había obtenido en la primera vuelta de las elecciones porteñas; 12 por ciento de los votos. Ante el triunfo en ella de Macri, el menemista, no pensó nada mejor que llamar a quienes no querían a ninguno de los dos candidatos a abstenerse o votar en blanco, lo cual habría asegurado el triunfo del menemismo en la capital del país. Ni siquiera hay que decir que el número de votantes fue récord (80 por ciento de los empadronados) y el número de votos en blanco o anulados, inferior al de la primera vuelta, no porque los electores hubiesen contraído un súbito amor por Ibarra sino porque, a diferencia de Zamora, no querían ser, por ultraizquierdismo, electores indirectos de Macri. Las sectas que se presentaron perdieron votos en forma impresionante. Salvo el Partido Socialista, que en general mejoró su caudal electoral, la izquierda, incluidos los comunistas, se achicó aún más cuando, con una política unitaria y sensata, podría haber oscilado en torno a 15 por ciento, lo cual no es mucho pero habría permitido presionar a los gobiernos peronistas o peronizantes. De modo que el peronismo ahora aparece cubriendo todo el arco político en el cual las diversas tendencias pelean como si fuese una elección interna.

El conservadurismo de la sociedad y esta indefinición política son aún más peligrosos porque ninguno de los problemas de fondo que determinan la crisis han sido encarados. La tenencia de la tierra, que está en manos de la oligarquía nacional y el capital extranjero, el modelo exportador de materias primas con escaso valor agregado, el control extranjero del capital bancario, las empresas vitales para el desarrollo que están en manos de trasnacionales, son todas cosas que siguen ahí. Además, el gobierno ha aceptado que el FMI le imponga un superávit de 3 por ciento (cuando Estados Unidos tiene un déficit fiscal de 4 por ciento), hipotecando así un verdadero esfuerzo estatal para ampliar el mercado interno, de modo que el desempleo y la pobreza tienen para rato. Kirchner no es un cambio ni la esperanza de un cambio: es sólo un importante giro del timón en un barco que sigue al garete.

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